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Derek, el semental patriótico: un donante de esperma a la antigua usanza

Hay nombres que evocan batallas, inventos, revoluciones o escándalos parlamentarios. Y luego está Derek, nacido en 1889 en algún lugar de Colorado. Lo que convierte a este caballero en merecedor de atención no es una hazaña bélica ni un tratado filosófico, sino una profesión tan peculiar como su época: donante de esperma personal, en modalidad presencial, sin tubos de ensayo ni clínicas frías.

Vamos, un Casanova con fines patrióticos y agenda repleta.

La guerra lo cambió todo… incluso la concepción

Tras la Primera Guerra Mundial, Europa quedó maltrecha. Y no solo en lo político y lo económico, sino también en lo más íntimo: una generación entera de hombres regresó con cuerpos rotos, mentes fracturadas y, en muchos casos, testículos simbólicamente decorativos. .

Las esposas de estos veteranos, por su parte, se encontraban con el dilema moral y biológico de su vida: deseaban ser madres, formar familias, continuar el legado… pero el varón de la casa, cuando no había muerto, volvía con serias dificultades para cumplir con su parte del contrato nupcial. Entre los traumas de guerra y las lesiones pélvicas, el asunto reproductivo quedó en entredicho. Y ahí, como una especie de Apolo democrático, apareció Derek.

Un caballero bien educado… y especialmente dotado

Educado entre Inglaterra y Ceilán (hoy Sri Lanka), Derek era lo que algunos definirían como un cosmopolita con vocación horizontal. De complexión saludable, modales británicos y un savoir-faire que rozaba lo escandalosamente encantador, pronto descubrió que tenía un don más allá del uso ornamental del bigote: una fertilidad desbordante y un estricto sentido del deber

Lejos de limitarse a sugerencias teóricas o consultas epistolares, Derek ofrecía un servicio de inseminación natural, o como lo llamaría la prensa de sociedad si se hubiera atrevido: «procreación directa con presencia física». Ni probetas ni intermediarios. Su método consistía en desplazarse, previo acuerdo privado y discreto, al domicilio de la interesada, donde se llevaba a cabo la noble tarea de perpetuar la especie en nombre del Imperio.

Entre 1918 y 1950: una agenda sin domingos

Entre 1918 y 1950, según registros oficiosos y testimonios medio apócrifos pero persistentemente referidos en círculos de genealogistas y prensa sensacionalista de la época, Derek engendró 496 hijos. Sí, casi quinientos. El número, que hoy causaría el colapso de cualquier servicio de paternidad responsable, fue entonces motivo de respeto soterrado, asombro entre sus clientas y cierto recelo por parte del clero anglicano, que veía en él una especie de José bíblico con exceso de energía.

Para ponerlo en perspectiva: eso supone una media de 15,5 hijos al año, es decir, más de uno al mes durante tres décadas. Las matemáticas, como los hijos de Derek, no mienten. Se cuenta que en ciertas localidades de Kent y Hampshire era común que dos niños compartieran más que el nombre del colegio: compartían genes, nariz y una sospechosa inclinación por el té con leche.

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Helena Rosa Wright, la «culpable»

Según las pocas fuentes disponibles fue la prestigiosa doctora Helena Rosa Wright la que no sólo escogió a Derek para esta tarea reproductora sino que hacía las veces de discreta intermediaria familia-donante.

 Helena Rosa Wright
Helena Rosa Wright

Un donante que, por cierto, aparte de los casi quinientos bebés que fabricó por encargo, tuvo tres hijos dentro de su matrimonio y otros dos con la amante de su padre, quien luego acabaría convirtiéndose en su segunda mujer.

Un secreto a voces entre las damas del Reino

Por descontado, este tipo de servicios no se anunciaba en los periódicos. No existía aún el concepto de “donante anónimo” ni formularios sanitarios. Todo funcionaba mediante una red de confianza entre mujeres, médicos comprensivos y discretos mayordomos. Algunas familias de buena posición preferían mantener las apariencias mientras aseguraban la descendencia; otras simplemente deseaban tener hijos sin tener que dar explicaciones.

La logística era casi teatral: cartas manuscritas en papel perfumado, citas concertadas en casas solariegas, cortinas corridas y una copa de oporto para suavizar el momento. Derek, que no era precisamente un improvisador, sabía adaptarse al contexto. Elegante para las viudas nobles, empático con las esposas de granjeros, y siempre con una educación que hacía olvidar momentáneamente lo surrealista del encuentro.

¿El pago por sus servicios? Diez libras en el momento del nacimiento del ansiado bebé.

La moral victoriana y el “servicio discreto”

Cabe imaginar que, en un tiempo donde el solo roce de tobillos provocaba desmayos, la existencia de un “donante itinerante” podía provocar algo más que estupefacción. Sin embargo, la sociedad británica sabía mirar hacia otro lado cuando la estabilidad familiar y la fachada social estaban en juego.

El Parlamento, ocupado en reconstruir un país, prefería no entrar en los detalles. Y las autoridades eclesiásticas, siempre prestas al escándalo cuando el pecado se hacía público, optaban aquí por el silencio cómplice. Total, los niños crecían sanos, con apellidos respetables y, en la mayoría de los casos, sin saber que compartían padre con buena parte del barrio.

Un legado genético incalculable

Hoy, con pruebas de ADN al alcance de cualquier móvil y páginas web que prometen descubrirte un primo en Winnipeg, la historia de Derek adquiere tintes casi míticos. Se dice que hay centenares e incluso miles de británicos actuales que podrían rastrear su árbol genealógico hasta un encuentro vespertino con este peculiar benefactor.

Algunos historiadores alternativos lo consideran un precursor del banco de esperma, un pionero de la fertilidad asistida con contacto directo y sin bata blanca. Otros lo ven como un héroe no oficial de posguerra, cuya labor permitió que muchas familias siguieran adelante cuando todo parecía desmoronarse. Y luego están los que simplemente piensan que Derek era un tipo con suerte, una libido a prueba de crisis y una agenda digna de un agente secreto del MI6… pero con licencia para procrear.


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Fuentes consultadas: Bebés y másStoria The Spectator

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