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La dentadura de George Washington: entre el mito, la materia y algún que otro sonrojo histórico

El mito de la muela de madera: cuando una mentira se vuelve tradición escolar

La estampa ha circulado con una tenacidad admirable: George Washington sonriendo como si llevase un tablón en la boca, dispuesto a masticar cualquier ensalada con su supuesta dentadura de madera. No es solo una broma de museo, sino un clásico de los manuales escolares que sobrevivió décadas sin que nadie pestañeara. La realidad, bastante menos simpática, revela un cóctel de marfiles, metales y dientes auténticos —humanos y animales— que harían las delicias de cualquier colección macabra. Desmontar el mito no es una cuestión de pedantería: la fábula de la madera suavizó durante generaciones la figura del presidente, haciéndole parecer más campechano a base de una ficción pulida.

El error tuvo un origen curioso. El marfil, con los años, adquiere tonos parduzcos y vetas que engañan al ojo poco entrenado. Ese envejecimiento, sumado a la imaginación popular, transformó un material noble pero delicado en un tronco metafórico. De ahí al manual de primaria solo hubo un paso. Lo que empezó como una confusión óptica acabó convertido en dogma, repetido por generaciones que jamás sospecharon que aquella veta “maderosa” era, en realidad, el rastro químico del tiempo.

Materiales y técnica: un taller dental digno de novela gótica

Los ejemplares dentales que han llegado hasta hoy dibujan un panorama propio de un gabinete de curiosidades del siglo XVIII. Marfil de hipopótamo y elefante, oro en hilos y láminas, plomo para ajustar y endurecer, tornillos de latón, dientes de personas anónimas y de animales tan dispares como caballos o burros. Y, para rematar, un sistema de muelles destinados a replicar —con más optimismo que eficacia— la mecánica natural de la mandíbula. Más que devolverle una sonrisa, aquellas prótesis generaban heridas, inflamaciones y una rigidez facial que deformaba el semblante con una insistencia cruel.

El principal artífice de algunas de estas delicadezas fue John Greenwood, dentista neoyorquino y figura casi inseparable de la salud bucal del presidente. En la década de 1790 produjo varias de las piezas más conocidas, talladas en marfil de hipopótamo y ensambladas con metales nobles y dientes reales. Se conserva incluso la anécdota de un hueco dejado ex profeso para acomodar el único diente natural que Washington aún conservaba, una mezcla entrañable y desesperada entre artesanía de precisión y apaño improvisado.

¿Dientes humanos? Efectivamente. ¿De quién? Ahí empieza el laberinto

Los registros de 1784 en Mount Vernon muestran un pago por varios dientes adquiridos a personas que trabajaban en la plantación. El dato, crudo y directo, llevó a muchos a afirmar que Washington incorporó piezas dentales de sus propios esclavos. Pero el archivo, como acostumbra, se guarda un par de cartas bajo la manga. Aquel dinero se inscribió “a cuenta de” Jean-Pierre Le Mayeur, dentista francés que trataba al presidente. Esto abre la puerta a varias interpretaciones: quizá los dientes fueran para otros pacientes, quizá para el inventario del dentista, quizá —solo quizá— para Washington.

El rompecabezas documental ha generado interpretaciones encontradas. Hay pruebas de la transacción, pero no tanto de su destino final. Y aun así, la posibilidad pesa. Es difícil mirar aquellas cuentas sin considerar que la estética del poder pudo apoyarse, literalmente, en la extracción forzosa o condicionada de cuerpos subordinados. Un detalle que retuerce cualquier relato complaciente sobre el “Padre de la Patria”.

La caída dental: mala suerte, malos hábitos y peor medicina

Washington empezó a perder dientes demasiado pronto. A los 24 años ya había dicho adiós al primero, y la caída continuó con una regularidad desesperante. Morder nueces —una afición mencionada por sus contemporáneos— no ayudaba, y los tratamientos médicos de la época ponían la puntilla. El calomel, utilizado como remedio casi universal, contenía compuestos mercuriales capaces de destruir el esmalte con una eficacia digna de un villano literario. A esto se sumaban infecciones recurrentes y extracciones al por mayor en un tiempo en que la odontología era más optimismo que ciencia.

El propio Washington dejó constancia del tormento: quejas sobre el dolor, sobre prótesis que presionaban demasiado, sobre labios que “se salían” por la estructura artificial de la dentadura. Esa rigidez forzada alimentó una hipótesis atractiva: quizás parte de la solemnidad casi pétrea de sus retratos no fuera pose, sino pura resistencia al dolor.

Montaje de las prótesis: ingeniería artesanal con vocación de tortura

Montar una dentadura presidencial implicaba un proceso tan laborioso como inquietante. Se tallaba una base de marfil que imitaba la encía; se perforaban orificios minúsculos para fijar dientes reales mediante clavos o tornillos; se añadían muelles para mantener la presión y permitir una apertura digna; y, cuando hacía falta, se reforzaba con plomo. El resultado pesaba, rozaba, hería. Washington enviaba las piezas de vuelta a su dentista con una frecuencia casi obsesiva, pidiendo ajustes para evitar que la prótesis sobresaliera más de la cuenta y deformara aún más su expresión.

Como colofón sentimental, Greenwood guardó el último diente natural del presidente en un pequeño relicario, que luego llevó en el reloj como si fuera un talismán. Un gesto que hoy puede parecer extravagante, pero que entonces tenía algo de homenaje profesional y de sentido de la historia.

El cuerpo ajeno como recurso: ética y economía de un oficio incómodo

Comprar y vender dientes era una práctica común en la Europa y América del XVIII. La pobreza impulsaba a muchos a vender piezas dentales, y los dentistas necesitaban material para prótesis. Pero el sistema esclavista añadía un matiz perturbador: la frontera entre venta y obligación se desdibujaba. Incluso cuando los pagos estaban registrados, la capacidad real de decidir de esas personas era, siendo generosos, limitada.

No extraña que historiadores y conservadores de museos debatan todavía con prudencia. Hay documentos, sí, pero no la “confesión escrita” que vincule sin duda esas piezas con la boca presidencial. Lo que sí se sabe es que Washington autorizó y pagó extracciones en su plantación. Ese dato por sí solo ya obliga a revisar ciertos mitos luminosos sobre la ética de los grandes hombres.

Iconografía y política: lo que una prótesis hace por —y contra— una cara célebre

Las prótesis condicionaron la imagen pública del presidente más de lo que cabría pensar. Aquella rigidez tan fotogénica en los retratos oficiales, en billetes y grabados, se debía en parte a la necesidad de ocultar una dentadura problemática. Lo irónico del asunto es que la incomodidad real terminó reforzando la iconografía solemne: la boca apretada y la expresión seria no solo proyectaban autoridad, sino que disimulaban la fragilidad de una mandíbula doliente.

Tecnología, mito y archivo: lo que revela una dentadura

Las prótesis de Washington funcionan como una lupa histórica. Muestran el alcance —y las limitaciones— de la odontología de la época; ilustran prácticas éticas hoy inaceptables, como el comercio de dientes; y ayudan a reconstruir la vida cotidiana de un personaje elevado a la categoría de símbolo. También sirven para recordar que los mitos, incluso los más ingenuos, pueden desviar la atención de realidades más complejas y, en ocasiones, incómodas.

Curiosidades para sobremesas y tertulias

  • Greenwood, en un gesto hoy difícil de imaginar, guardó el último diente del presidente, que terminó exhibiéndose en museos como si fuera una reliquia civil.
  • Las prótesis de marfil sufrían manchas y desperfectos que obligaban a tratamientos de limpieza poco delicados; el tabaco y el vino tinto las tornaban de un tono tan oscuro que la confusión con la madera se volvió casi inevitable.
  • De Washington se conservan varios conjuntos dentales repartidos entre Mount Vernon, museos de odontología y otras instituciones; su historia incluye préstamos, idas, venidas y hasta un robo surrealista en los años ochenta.

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Fuentes consultadas

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