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Cuento de Navidad de Charles Dickens: origen, contexto e impacto

Charles Dickens no abrió los ojos una mañana de diciembre de 1843 convencido de que iba a inventar la Navidad tal y como hoy se entiende. Su ambición inmediata era más sencilla y bastante menos heroica: cuadrar las cuentas a final de mes.

Desde finales de 1842 y durante todo 1843, su novela por entregas Martin Chuzzlewit no terminaba de despegar, el editor insinuaba recortes con la elegancia de un martillazo y, en su hogar, se avecinaba el nacimiento del quinto hijo. A este clima doméstico se sumaba un Londres victoriano poco dado a la alegría: desigualdad rampante, barrios obreros que parecían hormigueros humanos, criaturas trabajando casi desde que sabían andar y un sistema de beneficencia diseñado para humillar antes que para ayudar.

Sin embargo, la Navidad atravesaba un periodo de renovación. Resurgían viejas costumbres: comidas familiares, villancicos, esa nebulosa sentimental llamada “espíritu navideño”, el árbol importado de modas centroeuropeas y aquellas tarjetas que la clase media empezaba a enviar con cierta vanidad social. Dickens, siempre atento al pulso del público, detectó un filón emocional y comercial al mismo tiempo.

La mezcla resultó explosiva: estrecheces económicas, un talento narrativo desbordante, una sensibilidad social muy afilada y una festividad en plena reinterpretación. De esos ingredientes nació A Christmas Carol, conocido en español como Cuento de Navidad, publicado por primera vez en diciembre de 1843.

El impulso inicial: pobreza, infancia maltratada y un autor indignado

Antes de imaginar fantasmas, redenciones y miserables regenerados a golpe de susto, Dickens se sumergió en informes demoledores sobre la infancia pobre en Gran Bretaña. Visitó escuelas para niños sin recursos, las llamadas Ragged Schools, conversó con entidades benéficas y estudió un texto inquietante sobre la educación de los pequeños trabajadores. A la vista de tales despropósitos, quedó, según se cuenta, ardiendo de indignación.

Su primera intención fue escribir un panfleto político. Algo directo, casi un grito: “Un llamamiento a favor de los niños pobres de Inglaterra”. Pero comprendía mejor que nadie que un sermón tiene la vida corta, mientras que una buena historia, con personajes de carne y hueso, emoción y algún susto oportuno, puede marcar a generaciones enteras. Decidió entonces disfrazar aquella crítica feroz en forma de relato navideño con aparición de espectros.

La criatura resultante fue un híbrido curioso: un cuento de fantasmas al estilo victoriano, un tratado moral, un espejo incómodo para las clases altas y, de regalo, una guía práctica sobre cómo suavizar el espíritu navideño sin caer en el postureo desalmado.

Escribir “a fuego blanco”: seis semanas de manojo de nervios

Dickens emprendió la escritura de A Christmas Carol en otoño de 1843 y lo hizo a un ritmo que desesperaría al más aplicado. Arrancó en octubre y cerró el manuscrito a finales de noviembre: seis semanas de trabajo obsesivo.

Durante esas semanas se dedicó a recorrer Londres a pie, de noche, durante largas caminatas que le servían de laboratorio mental. Quienes le conocían aseguraban que reía solo, lloraba, murmuraba diálogos y gesticulaba como si compartiera acera con los fantasmas que acababa de inventar. Era como si él mismo habitara dentro del cuento.

Y, aun así, lo hacía con doble jornada. Mientras daba forma a Cuento de Navidad, continuaba entregando puntualmente los capítulos de Martin Chuzzlewit. En la entrega de diciembre de esta última novela se incluyó, con picardía empresarial, un anuncio del libro navideño. Dickens tal vez ignoraba que estaba pariendo un clásico inmortal, pero tenía plena certeza de que preparaba un lanzamiento estacional de primera categoría.

Del manuscrito al escaparate: la carrera contrarreloj del diciembre de 1843

Con el manuscrito terminado a inicios de diciembre, comenzó una operación casi militar: el libro debía llegar a las librerías antes de la Navidad. La fecha final de publicación quedó fijada el 19 de diciembre de 1843.

Dickens estaba obsesionado con un objetivo: que el libro fuese bello y a la vez asequible. Quería que se convirtiera en un regalo tentador, un objeto bonito, pero a precio razonable para una clase media que ya soñaba con envoltorios y sobremesas.

El resultado fue un pequeño tesoro: encuadernación en tela roja, cantos dorados, guardas de color y un título que parecía anuncio de teatro: A Christmas Carol. In Prose. Being a Ghost Story of Christmas. Las ilustraciones de John Leech, algunas coloreadas —un lujo notable para la época—, completaban el conjunto.

Se vendió a cinco chelines. Un precio competitivo para un volumen tan cuidado. La respuesta fue inmediata: la primera tirada, de 6.000 ejemplares, voló en cuestión de días, de modo que en la Nochebuena de aquel año el libro estaba literalmente agotado.

La demanda exigió nuevas ediciones de inmediato. En 1844 aparecieron varias más y las ventas continuaron con buen ritmo. El libro cruzó el Atlántico, donde se convirtió en la obra más popular de Dickens durante mucho tiempo. Desde entonces, no ha dejado de editarse.

El reverso de esta historia es que Dickens esperaba una fortuna en beneficios y, sin embargo, la edición tan refinada mermó las ganancias. Sus cuentas finales, lejos de lo imaginado, resultaron escasas. Con el tiempo, eso sí, la obra se transformó en una de sus minas de oro simbólicas y culturales.

Un cuento que terminó redefiniendo la Navidad

Considerar A Christmas Carol como uno de los relatos navideños más influyentes de la historia no es una exageración. Investigadores y críticos coinciden en que el libro marcó un antes y un después en la forma de celebrar y concebir la Navidad.

Coincidió con un momento en que la festividad se estaba reinventando. La idea de una fiesta cálida, familiar, en torno a la mesa, la generosidad y ciertos rituales domésticos encontró en el libro una representación perfecta.

La escena del enorme pavo destinado a la familia Cratchit, el brindis, los bailes improvisados, el “¡Feliz Navidad!” repetido con alegría casi infantil y la estampa de un Londres nevado fijaron un imaginario que aún hoy persiste. Entre las anécdotas más sabrosas destaca la del historiador Thomas Carlyle, que salió corriendo a comprar un enorme pavo tras leer el libro, incapaz de resistirse al contagio emocional.

Frases como “Bah, paparruchas” arraigaron en el lenguaje popular. Y la figura del tacaño incapaz de soportar la Navidad se volvió tan universal que hoy basta con que alguien muestre rechazo festivo para que reciba, con cierta sorna, el apodo de “Scrooge”.

Crítica social envuelta en sábana de fantasma

Bajo la apariencia de un cuento festivo, late una crítica social contundente. Dickens utiliza la figura de Ebenezer Scrooge como caricatura del empresario que cree que los pobres lo son por decisión personal, que defiende las instituciones de beneficencia como excusa y que considera aceptable enviar a los más desafortunados a los asilos o a la cárcel.

La aparición de los niños alegóricos “Ignorancia” y “Necesidad” es uno de los golpes más duros del relato. Representan aquello que la sociedad victoriana prefería ignorar: una infancia abandonada, malnutrida, sin educación y atrapada en un ciclo de miseria. Dickens no los presenta como metáforas lejanas, sino como un desafío directo al lector.

La familia Cratchit encarna la dignidad dentro de la pobreza. Tiny Tim, frágil y enfermo, simboliza que la indiferencia de los poderosos tiene consecuencias sobre vidas concretas, no cifras abstractas. Para muchos estudiosos, el cuento es un intento de Dickens por conmover al lector, empujarlo a la reflexión y advertirle de que la injusticia social puede tener un precio muy alto.

El método narrativo es astuto: en lugar de sermonear al público, Dickens sermonea a Scrooge. El lector observa el proceso de transformación del protagonista desde la barrera, con la tranquilidad de pensar que no es tan desalmado como él. Poco a poco, a medida que el personaje cede, el mensaje cala sin necesidad de grandes discursos.

Del papel a los escenarios, y de los escenarios a todas partes

El triunfo del libro fue tan rotundo que, apenas unas semanas después de su publicación, ya estaba adaptado en varios teatros londinenses. En febrero de 1844 se estrenaron varias versiones escénicas; una de ellas, A Christmas Carol; or, Past, Present, and Future, contó con la aprobación de Dickens y se mantuvo en cartel más de cuarenta funciones.

El siglo XX terminó por convertir la historia en un clásico audiovisual. En 1901 se rodó Scrooge, or, Marley’s Ghost, una de las primeras adaptaciones cinematográficas del autor. La radio la adoptó pronto, y a partir de ahí llegaron películas, musicales, dibujos animados, adaptaciones televisivas, homenajes, reinterpretaciones y parodias de todos los tonos.

Se calcula que existen más de cien versiones entre cine y televisión. Cada generación ha tenido su Scrooge particular, desde los sobrios actores británicos de mediados del siglo pasado hasta los Muppets, patos ricachones o villanos que encuentran la redención en clave de comedia.

Pero quizá lo más llamativo fueron las lecturas públicas del propio Dickens. Convertía el relato en un pequeño espectáculo: recortaba, seleccionaba y dramatizaba los pasajes, leyéndolos ante auditorios a rebosar. Durante años, Cuento de Navidad fue su pieza estrella de cada temporada invernal.

Manías, detalles y peculiaridades de un cuento inmortal

El proceso de creación del libro dejó un puñado de curiosidades sabrosas. Una de las más recordadas es la frase final sobre Tiny Tim, ese “que no murió” que da cierre emotivo al relato. No figuraba en el manuscrito original; se añadió en la fase final de impresión.

Fue también la única vez en que Dickens incluyó ilustraciones en color en un libro suyo. Un detalle precioso pero costoso que redujo drásticamente los beneficios que esperaba obtener, aunque contribuyó a la imagen de edición especial.

Cuento de Navidad de Charles Dickens

El ritmo de trabajo del escritor rozaba lo maniático. Se decía que podía caminar quince o veinte kilómetros nocturnos por Londres, llorando, riendo o murmurando diálogos mientras la historia iba tomando forma. Pocas veces se ha descrito de manera tan literal lo de “vivir dentro de un libro”.

Toda la estrategia editorial que acompañó al lanzamiento estaba milimetrada. Se aprovechó la publicación seriada de Martin Chuzzlewit como plataforma publicitaria, se ajustó el precio del volumen para competir con otros regalos navideños y se cuidó cada detalle estético para que la obra destacara en los escaparates.

Y no se puede olvidar el contexto personal. Dickens tenía poco más de treinta años, gozaba de fama pero acumulaba tensiones con sus editores y vivía un periodo de creciente implicación política. Cuento de Navidad fue, en cierto modo, una válvula de escape convertida en imaginario festivo.

Un clásico que, siglo y medio después, sigue dando guerra

Más de 180 años después de aquella primera edición del 19 de diciembre de 1843, Cuento de Navidad continúa reeditándose, adaptándose y apareciendo en maratones televisivos. Se ha traducido a multitud de idiomas, ha inspirado festivales temáticos y se ha utilizado en campañas solidarias que emplean la figura de Scrooge para recordar que no conviene mezclar mezquindad con contabilidad.

Cada invierno surgen nuevas versiones, lecturas dramatizadas, obras escolares y reinterpretaciones de lo más variado. El mensaje principal —recordar a quienes lo pasan peor— mantiene una vigencia que casi avergüenza, porque revela que la desigualdad no es asunto del pasado.

Funciona porque apela a preocupaciones universales: los apuros económicos, el miedo a quedarse solo, los remordimientos por no haber hecho lo correcto a tiempo y la esperanza de que, aun así, siempre se puede cambiar. Incluso si uno tiene la edad, la cartera y el carácter de Ebenezer Scrooge.

Y todo comenzó en aquel diciembre de 1843, cuando un escritor agobiado, indignado ante la injusticia social y lo bastante hábil para entender el mercado decidió lanzar un pequeño relato navideño que terminó cambiando la manera en que medio mundo imagina la Navidad.

Vídeo: “Charles Dickens’ A Christmas Carol In Context”

Fuentes consultadas

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