El jueves 20 de diciembre de 1973 amaneció sin estridencias, envuelto en esa calma madrileña de invierno que invita a pensar que nada extraordinario va a ocurrir. Para Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno y devoto de costumbres inamovibles, la jornada comenzó como tantas otras: misa de nueve en la iglesia de San Francisco de Borja, en pleno barrio de Salamanca. Nada fuera de lo habitual para un político cuya vida avanzaba al ritmo disciplinado de los rezos y los partes oficiales.
Al terminar la ceremonia, Carrero subió al asiento trasero de su Dodge Dart 3700 GT, un coche solemne, negro y pesado, tan serio como su ocupante. En la parte delantera viajaban su chófer, José Luis Pérez Mogena, y el inspector de Policía Juan Antonio Bueno Fernández haciendo las funciones de escolta. El trayecto era breve. Un salto desde Serrano hasta la cercana calle de Hermanos Bécquer, donde esperaba el despacho, la agenda y el engranaje del régimen en uno de sus momentos más tensos.
Pero aquel mapa cotidiano quedó pulverizado a las 9:36 de la mañana. Al llegar al cruce entre Claudio Coello y Maldonado, el suelo literalmente se abrió bajo el vehículo. Una carga de explosivos cuidadosamente enterrada en un túnel excavado durante semanas propulsó el coche como si un resorte descomunal lo hubiera lanzado al cielo. Testigos aseguraron que voló por encima de los tejados vecinos y aterrizó destrozado en el interior de un patio. En la calle quedó un cráter de dimensiones impropias de un barrio acomodado, más propio de una zona de combate que de una urbe en apariencia adormecida.
Los tres ocupantes murieron en el acto. Y aquella explosión, bautizada por ETA como “Operación Ogro”, dejó una marca imborrable en la memoria colectiva. No solo por su espectacularidad y su violencia, sino porque se convirtió en un símbolo contradictorio: tragedia para unos, mito político para otros y, con el tiempo, materia prima del humor negro más insensato.
Quién era Carrero Blanco y por qué incomodaba tanto
Para entender la magnitud del atentado, conviene detenerse en la figura del propio Carrero Blanco. Era un militar de carrera y marino profundamente conservador, formado en la disciplina castrense y en un catolicismo firme. Durante décadas ejerció como mano derecha de Franco, la sombra siempre pegada al poder. Fue subsecretario de la Presidencia, ministro de la Presidencia y, desde finales de los años cincuenta, vicepresidente del Gobierno. Muchos lo consideraban el auténtico guardián del franquismo, una suerte de “segundo jefe” atento a que nada se moviera sin permiso.
Su visión política no buscaba modernizar ni suavizar el régimen, sino preservarlo. Se mantuvo siempre lejos de la estética falangista y del tecnocratismo pero, paradójicamente, era más rígido que ambos. Anticomunista, ultracatólico y profundamente contrario a cualquier idea de apertura política, escribía artículos bajo el seudónimo “Ginés de Buitrago” con una mezcla de integrismo, recelo doctrinal y convicciones tan férreas que hoy provocarían más de una ceja levantada.
Cuando en junio de 1973 fue nombrado presidente del Gobierno, sus partidarios entendieron ese gesto como la preparación de un futuro ordenado: un “franquismo sin Franco” en el que el almirante se encargaría de dirigir la continuidad del régimen mientras Juan Carlos asumía un papel monárquico ya encarrilado. Para quienes aspiraban a una transición hacia formas políticas más abiertas, aquello sonó a muro definitivo. Y para ETA, a la personificación del enemigo.
ETA, el comando Txikia y la preparación meticulosa de la Operación Ogro
El asesinato no fue fruto de un impulso repentino sino de un proceso meticuloso, casi quirúrgico, llevado a cabo por el llamado “comando Txikia”. El grupo, formado por jóvenes militantes de ETA, había barajado al principio un secuestro de alto impacto para forzar concesiones políticas. Pero el nombramiento de Carrero como presidente cambió por completo la ecuación. Su seguridad aumentó, su agenda se volvió más rígida y su secuestro empezó a parecer inviable. La idea inicial derivó hacia la eliminación física.
Durante semanas estudiaron sus costumbres. Pronto descubrieron lo que todo Madrid sabía: la misa de nueve era sagrada, cotidiana y absolutamente previsible. Un detalle aparentemente banal que se transformó en pieza clave de uno de los atentados más audaces del siglo XX en España.
A partir de esa rutina, el grupo alquiló un semisótano en el número 104 de Claudio Coello, haciéndose pasar por estudiantes o artistas. Allí, sin levantar sospechas, comenzaron a excavar un túnel bajo la calzada, retirando tierra en sacos como quien hace reformas domésticas. La obra clandestina avanzó durante semanas con una discreción tal que nadie en el edificio imaginó que, bajo sus pies, se preparaba un golpe que haría tambalear al régimen entero.
Ese túnel, estrecho y cargado de humedad, sería recordado décadas después como una especie de reliquia política. En tiempos recientes incluso ha aparecido mencionado en anuncios de alquiler, convertido en morbo turístico y en curiosidad histórica para visitantes que ignoraban su origen siniestro.
La mañana del atentado: de la devoción matutina al estruendo histórico
El desarrollo de los hechos del 20 de diciembre casi puede recitarse como un ritual narrativo. Carrero salió de misa, subió al coche y emprendió su regreso. Nada más. Ni escolta adicional ni convoy de seguridad. Solo un vehículo negro recorriendo un barrio elegante en pleno Madrid.
Mientras avanzaba por Claudio Coello, Argala, uno de los miembros del comando situado junto al túnel, aguardaba con precisión milimétrica. Cuando el Dodge estuvo exactamente sobre el punto marcado, activó el detonador. La explosión levantó la calle entera y lanzó el coche por los aires con una energía que dejó atónitos a los testigos. Algunos religiosos de la cercana iglesia hablaron después de un estruendo que los dejó sin voz y de un coche que parecía dispuesto a tocar el cielo antes de caer hecho añicos.

La noticia corrió como un reguero de pólvora. El cráter en la calle, enorme y abrupto, se convirtió en una imagen icónica que heló la sangre incluso de quienes llevaban años acostumbrados a convivir con el autoritarismo. Era la primera vez desde la Guerra Civil que un ataque de semejante magnitud alcanzaba al corazón mismo del poder franquista.
Víctimas, investigación y un caso que nunca terminó de cerrarse
El atentado dejó tres muertos: el presidente, su chófer y su escolta. Pasaron a formar parte del largo y doloroso listado de víctimas del terrorismo en España. La investigación se puso en marcha de inmediato, con detenciones, interrogatorios y esfuerzos por reconstruir cada paso. Pero la realidad es que buena parte de los integrantes del comando consiguió escapar. Ocho días después, ETA reivindicó la acción en París y justificó el atentado como un intento de provocar tensiones internas dentro del franquismo.
Con el paso del tiempo, el proceso judicial se volvió enrevesado. Hubo acusados y hubo condenas, pero también excarcelaciones, indultos parciales y, más adelante, la Ley de Amnistía de 1977, que dejó muchos episodios del tardofranquismo en una ambigüedad legal permanente. La sensación pública fue que el caso se cerró en falso, alimentando dudas que han perdurado durante décadas y abriendo espacio para todo tipo de interpretaciones alternativas.
Conspiraciones, sospechas y el magnetismo de lo indemostrable
El asesinato de un presidente del Gobierno en pleno centro de Madrid era terreno abonado para que florecieran las sospechas. Desde los años setenta se repiten teorías que señalan a servicios secretos extranjeros, sobre todo norteamericanos, interesados supuestamente en apartar del tablero a un político contrario a cualquier reforma. Otras versiones señalan a sectores del propio franquismo, deseosos de sustituir al inamovible almirante por perfiles más flexibles.

El problema es que estas teorías nunca han encontrado pruebas sólidas. Ni documentos concluyentes ni testimonios verificables. Lo que sí existe, inamovible desde el primer momento, es la reivindicación de ETA y un relato detallado de cómo se planificó la operación. Aun así, los rumores persisten, alimentados por la fascinación que provoca pensar que un suceso tan excepcional solo pudo ocurrir con complicidades ocultas. Un misterio conveniente para quien necesita ver sombras donde quizá solo hubo errores de seguridad y audacia terrorista.
El impacto político: un régimen sin sucesor claro
El atentado golpeó al franquismo en un punto crucial. Carrero era el pilar llamado a sostener la continuidad del régimen. Su muerte dejó al sistema sin delfín, sin figura de enlace entre Franco y el futuro político imaginado por los sectores más inmovilistas. A corto plazo, la consecuencia fue un endurecimiento del régimen. Franco eligió a Carlos Arias Navarro como sucesor, hombre conocido por su dureza y ajeno a cualquier tentativa de modernización.
Las calles vivieron manifestaciones de condena, especialmente en círculos franquistas y religiosos. Los lemas resonaron con furia, y el atentado sirvió al aparato propagandístico para avivar el temor a cualquier tipo de cambio político. Pero, a medio plazo, el resultado fue el contrario del esperado por quienes defendían un continuismo férreo. Cuando Franco murió en 1975, nadie ocupaba el espacio político que Carrero había dejado vacío. Ese hueco facilitó que otros actores impulsaran una transición pactada hacia una democracia incipiente.
- Cerdán, Manuel(Autor)
- Castellanos López, José Antonio(Autor)
Mito, memoria y humor negro: un legado incómodo
Con el paso del tiempo, el asesinato de Carrero Blanco dejó su dimensión estrictamente política y entró en un territorio más resbaladizo: el de la cultura popular. Se convirtió en argumento de libros, películas y series, y en objeto de análisis históricos que examinan no solo los hechos, sino el modo en que fueron narrados y reinterpretados.
Pero también, para vergüenza de la historia, se incrustó en el humor popular. La imagen del coche “alzándose” por los aires generó chascarrillos que aún hoy circulan despreocupadamente, ignorando las vidas que se apagaron aquel día. Es una muestra amarga de cómo España a veces digiere su pasado: con ironía, con distancia y, en ocasiones, con una frivolidad que desdibuja la tragedia.
El lugar del atentado, la iglesia, el portal y la ruta de aquella mañana se han convertido incluso en paradas de un cierto turismo histórico de tintes oscuros. Paseos que combinan morbo, curiosidad y una inevitable incomodidad. En paralelo, instituciones públicas han intentado integrar el episodio dentro de la memoria democrática: recordando a las víctimas, revisando los reconocimientos oficiales y debatiendo, de tanto en tanto, sobre figuras del régimen y su encaje en la narrativa histórica contemporánea.
Hoy, medio siglo después, la explosión de Claudio Coello sigue resonando. Entre el cráter físico que abrió la calle y el cráter simbólico que dejó en la historia, aquel 20 de diciembre permanece como una de las estampas más inquietantes del tardofranquismo. Un suceso que mezcla tragedia, política, intriga, humor negro y un eco incómodo que aún recorre la memoria del país.
Vídeo: “La VERDAD sobre el Atentado contra CARRERO BLANCO”
Fuentes consultadas
- Fernández Soldevilla, G., & García Varela, P. (2022). El asesinato de Carrero Blanco. Historia, teorías conspirativas y ficción. Araucaria, 24(50). https://doi.org/10.12795/araucaria.2022.i50.03
- Gallegos Vázquez, F. (2023). El asesinato de la “mente gris del régimen”. El atentado de Carrero Blanco. Universidad Rey Juan Carlos. https://burjcdigital.urjc.es/bitstreams/ebd18bb8-8b93-48de-b309-a9e5b769b924/download
- Ministerio de Cultura y Deporte. (s. f.). Magnicidios del siglo XX a través de los fondos del Archivo General de la Administración. Archivo General de la Administración. https://www.cultura.gob.es/cultura/areas/archivos/mc/archivos/aga/actividades-y-exposiciones/destacados/magnicidios.html
- Muñiz, F. (2025). El Día del Subnormal: franquismo, caramelos, discursos y mucho paternalismo. El Café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/dia-del-subnormal/
- Padilla, M. (2023, 11 de diciembre). Cincuenta años del asesinato de Carrero Blanco: el eco de una explosión salvaje llega hasta el presente. El País. https://elpais.com/cultura/2023-12-11/cincuenta-anos-del-asesinato-de-carrero-blanco-el-eco-de-una-explosion-salvaje-llega-hasta-el-presente.html
- Wikipedia. (s. f.). Asesinato de Carrero Blanco. Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Asesinato_de_Carrero_Blanco
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