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Servando Teresa de Mier y el sermón guadalupano de 1794

El 12 de diciembre de 1794, en la Villa de Guadalupe, un fraile dominico decidió dinamitar su porvenir con un sermón que parecía escrito para incomodar. No era una homilía rutinaria, sino la intervención de Servando Teresa de Mier, una pieza tan atrevida como inflamable que mezclaba, sin despeinarse, a la Virgen de Guadalupe, a Quetzalcóatl y al apóstol Santo Tomás en una misma trama.

La reacción institucional resultó tan previsible como implacable: cárcel, excomunión y diez años de destierro en España.

Un fraile brillante… y peligrosamente ingenioso

Servando Teresa de Mier distaba mucho de ser el típico cura de parroquia encargado de adormecer a los feligreses con sermones interminables. Era un criollo de formación sólida, doctor en Teología a una edad insultantemente temprana, orador temido por su agudeza e inteligencia, y con una inclinación casi natural a discutir los dogmas no escritos del poder.

Procedente de un entorno acomodado, nunca mostró una docilidad cómoda para las autoridades. Pronto dirigió su curiosidad hacia las ideas de emancipación y hacia el desmontaje meticuloso de los argumentos con los que la monarquía española justificaba su dominio en América, especialmente aquel que presentaba a España como la gran evangelizadora de un continente supuestamente sumido en la idolatría.

En ese ambiente, recibir el encargo de pronunciar el sermón principal de la fiesta de Guadalupe era tanto un honor como una trampa. La misa del 12 de diciembre constituía la celebración religiosa más solemne del virreinato, con el virrey Miguel de la Grúa Talamanca, el arzobispo Alonso Núñez de Haro y buena parte de la élite novohispana observando desde los mejores asientos.

La mayoría habría optado por un discurso piadoso y acorde al guion. Mier, fiel a sí mismo, tomó la ruta arriesgada.

El sermón guadalupano de 1794: cuando la Virgen cambia de tilma

En la Colegiata de Guadalupe, ante un público convencido de la aparición mariana a Juan Diego en 1531, Mier comenzó proclamando una idea que sonaba a sacrilegio intelectual. Sostenía que la imagen de la Virgen de Guadalupe no procedía de la tilma de Juan Diego, sino de la capa del apóstol Santo Tomás, a quien identificaba nada menos que con Quetzalcóatl.

Según su razonamiento, antes incluso de que los españoles pisaran tierras mexicanas, allí ya se había asentado un cristianismo temprano, introducido por el propio Santo Tomás. Los antiguos mexicas habrían venerado la imagen mariana como parte de su culto y la Virgen de Guadalupe sería, por tanto, heredera de la antigua Tonantzin, reinterpretada desde una óptica cristiana.

Aquello no era un simple ejercicio de erudición excéntrica. Era una carga profunda contra el relato colonial. Si México había sido cristianizado en el siglo I, si los pueblos originarios conocían a la Virgen mucho antes de la llegada de los europeos, ¿qué quedaba del gran papel evangelizador de la Corona? La conquista, despojada de su manto espiritual, quedaba reducida a lo que siempre fue: conquista.

Mier no discutía el fervor guadalupano, sino el derecho exclusivo de España a poseer la narración religiosa de América. Y eso fue intolerable.

Quetzalcóatl, Santo Tomás y la “Iglesia americana”

Desde la perspectiva contemporánea, identificar a Quetzalcóatl con Santo Tomás puede sonar a exageración barroca. Sin embargo, encajaba bien en una época en la que muchos intelectuales novohispanos buscaban en la tradición indígena ecos de pasados bíblicos, intentando conciliar genealogías cristianas con historias prehispánicas.

Mier llevó esa moda interpretativa más allá de cualquier límite prudente. Afirmó que:

  • Santo Tomás había llegado a América en el siglo I.
  • Había predicado, fundado una Iglesia propia y dejado la imagen guadalupana como legado.
  • La imagen, venerada por indígenas ya cristianos, se ocultó tras una época de apostasía.
  • Tras la conquista, la Virgen reapareció vinculada a Juan Diego como continuación de un culto antiquísimo.

Desde la ortodoxia teológica aquello era, cuanto menos, una acrobacia doctrinal. Desde el enfoque político, un artefacto explosivo: la Iglesia americana podía reclamar una historia autónoma, anterior y sin tutela de la Corona.

De la ovación incómoda al proceso inquisitorial

A pesar del contenido incendiario, nadie interrumpió el sermón. Nadie deseaba provocar un alboroto ante el virrey. No fue hasta una semana más tarde cuando el arzobispo Núñez de Haro presentó una denuncia formal por herejía y blasfemia.

El proceso avanzó con la eficiencia de los castigos ejemplares. Mier fue detenido, se le excomulgó, perdió su grado de doctor y se le prohibió ejercer cualquier función sacerdotal. Además, fue desterrado durante una década al convento dominico de Las Caldas, en Cantabria.

Entre los episodios más llamativos destacó su memoria prodigiosa: obligado a enumerar su biblioteca, relató 113 títulos con autores, número de tomos, formato, idioma y hasta detalles de encuadernación. No era precisamente el perfil de un iluminado improvisando desde el púlpito, sino el de un estudioso que sabía muy bien qué hilos había tocado.

Del destierro a la leyenda: martillo, barrotes y política

Una vez en España, Mier no adoptó la actitud resignada que las autoridades esperaban. En Las Caldas, llegó a escapar rompiendo los barrotes de la celda con un martillo y un cincel, aunque fue capturado y trasladado a un convento en Burgos, donde gozaba de ciertos márgenes de movimiento.

Su caso fue examinado por teólogos que, para sorpresa de algunos, no hallaron herejía formal en sus tesis. El problema, como era evidente, no era doctrinal, sino político. Sin embargo, corregir la sentencia equivaldría a admitir un error monumental, así que el castigo se mantuvo.

Servando Teresa de Mier

En los años posteriores, Servando Teresa de Mier alternó fugas, encarcelamientos, escritos incendiarios y participación en la vida política hasta convertirse en una figura destacada del pensamiento independentista mexicano. Pero su leyenda nació aquella mañana de 1794, cuando un fraile criollo osó afirmar que la Virgen de Guadalupe no pertenecía a ningún imperio y que los pueblos de México tenían una historia cristiana propia, tan antigua como digna.

El castigo fue inmediato, pero el eco del sermón quedó para siempre como una suerte de independencia predicada desde un púlpito lleno de autoridades que aún no comprendían que les habían movido, sin pedir permiso, la silla bajo los pies.

Vídeo: “Fray Servando y el rechazo a la Virgen de Guadalupe”

Fuentes consultadas

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