Hay vidas que parecen escritas por alguien con afición a las paradojas y al humor retorcido. La de Yuri Valentínovich Knórozov —lingüista soviético, ucraniano de nacimiento, epigrafista, etnólogo, devoto de los gatos y enemigo declarado del sol— es una de esas historias. Nació en 1922, en la región de Járkov, dentro de una familia culta que confiaba en que el muchacho siguiera un camino tranquilo. En su lugar, terminó convertido en un científico obsesionado con unos misteriosos jeroglíficos mesoamericanos que nadie era capaz de descifrar.
Con los años acabaron llamándole, sin exagerar demasiado, el hombre que logró leer la escritura maya. Lo curioso es que no puso un pie en México hasta los años noventa. No vio en persona las ciudades cuyas inscripciones iba a comprender mejor que nadie. Su trabajo lo hizo prácticamente encerrado en un despacho helador de Leningrado, rodeado de copias de códices, cigarrillos, gatos y una paciencia que rozaba el heroísmo.
Un niño peculiar en los márgenes del imperio
De pequeño, Yuri no parecía destinado a convertirse en un pionero científico. Era brillante, sí, pero también inquieto, terco y poco dado a obedecer. Sus calificaciones eran excelentes en casi todo, excepto en lengua y literatura ucraniana, donde se empeñaba en suspender. Dibujaba con soltura, tocaba el violín, escribía poemas melancólicos y mostraba un carácter reservado, algo arisco, según quienes lo trataron de joven.
Sus dos grandes fijaciones aparecieron pronto: los símbolos y los gatos. De la segunda afición existen pruebas de sobra en forma de retratos. De la primera, una futura trayectoria completa.
En los años cuarenta inició estudios de historia y etnografía en Moscú, atraído por civilizaciones que a otros les producían migrañas: Egipto, China, pueblos esteparios. Lo que para muchos era arcano, para él era entretenimiento puro. Pero el siglo XX, siempre tan dado a entrometerse, interrumpió su idilio con las bibliotecas.
Artillero soviético en un continente en ruinas
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, los libros quedaron aparcados y Yuri fue destinado a una unidad de artillería del Ejército Rojo. Combatió en el Frente Oriental entre 1943 y 1945. Incluso participó en el avance final sobre Berlín. No es precisamente el ambiente ideal para meditar sobre escrituras precolombinas, aunque, de un modo extraño, acabaría siendo el origen de todo.
Tras la batalla de Berlín surge la escena que ha quedado casi mitificada. El joven soldado soviético entra en un edificio lleno de libros —muchos lo identifican como la Biblioteca Nacional—, encuentra cajas con volúmenes que se han salvado del fuego y rescata dos títulos que nadie reclamaba: un estudio con imágenes de los códices mayas y una edición en francés de la Relación de las cosas de Yucatán, de fray Diego de Landa.
Sea mito o recuerdo fiel, lo fundamental es que esos dos libros despertaron una obsesión que marcaría su vida y transformaría la comprensión de la cultura maya.
Códices plegados como acordeones y un fraile con doble filo
Los manuscritos mayas que cayeron en manos de Knórozov eran los únicos conocidos entonces: los códices de Dresde, Madrid y París. Tres documentos prehispánicos, doblados en forma de acordeón, hechos con papel de corteza y llenos de tablas calendáricas, escenas rituales, dioses, animales y una profusión de glifos tan hermosos como crípticos.
El Códice de Dresde destaca por sus complejas tablas astronómicas, sobre todo las dedicadas a Venus y los eclipses, así como por sus ciclos rituales. El de Madrid, conservado en España, reúne largas secuencias adivinatorias relacionadas con la lluvia y la agricultura. El de París, mucho más deteriorado, contiene listas de deidades y textos de tono profético.
El otro libro rescatado por Yuri, la Relación de las cosas de Yucatán, era otra historia. Fray Diego de Landa, obispo franciscano del siglo XVI, redactó hacia 1566 una crónica detallada sobre las costumbres y creencias de los mayas. Un intento de comprender lo que, paradójicamente, estaba ayudando a destruir. Y en esa obra incluyó una famosa tabla en la que relacionaba letras del alfabeto latino con signos mayas, un supuesto “alfabeto” que durante siglos fue más un rompecabezas que una ayuda real.
Tomado al pie de la letra, no funcionaba. Y cualquiera que lo intentara, como se descubrió una y otra vez, terminaba chocando con un sistema que no tenía nada de alfabético.
Un desafío “imposible” que irritaba a los expertos
A mediados del siglo XX, el panorama académico sobre la escritura maya era desolador. Algunos sostenían que ni siquiera podía llamarse “escritura” en sentido estricto. Otros afirmaban que los glifos eran poco más que símbolos ideográficos sin conexión clara con una lengua hablada. Apenas se identificaban numeros y algunos nombres propios. El resto se consideraba decoración sagrada de complicada interpretación.
Y entonces, en medio de ese pesimismo, irrumpió Knórozov, recién graduado en etnografía y trabajando ya en la Academia de Ciencias de la URSS. Su tesis doctoral, presentada en 1955, giró precisamente en torno a la obra de Diego de Landa.
Para entonces, Yuri ya había pronunciado su frase más famosa, una especie de declaración de guerra científica:
“No existen escrituras indescifrables; cualquier sistema creado por el ser humano puede ser leído por otro ser humano”.
Su profesor le preguntó si estaba dispuesto a demostrarlo. Y él decidió aceptar el reto con el ejemplo más temido: los jeroglíficos mayas.
El método Knórozov: contar, comparar y desmontar prejuicios
Lo que convirtió a Yuri en un pionero no fue un arrebato de genialidad aislada, sino una mezcla de disciplina, análisis y cabeza fría. Nada de romanticismos huecos.
Lo primero fue aprender español para poder leer las crónicas coloniales directamente. Después reunió copias de los códices disponibles en Europa. La Guerra Fría le impedía viajar a América, así que se resignó a descifrarlos “a distancia”, sin ruinas a la vista ni viajes inspiradores.
En 1952 publicó su artículo “La escritura antigua de América Central”, donde expuso las bases de su sistema de lectura. Sus principales conclusiones pueden resumirse así:
- Un sistema mixto
La escritura maya combinaba signos que representaban palabras completas con otros que indicaban sílabas. Nada de alfabeto tal cual. - Nueva lectura del “alfabeto” de Landa
Lo que Landa recogió no era un alfabeto, sino un silabario imperfecto. Los signos correspondían a sílabas adaptadas torpemente a la fonética española. - Estadística y repeticiones
Yuri contó signos, los agrupó, examinó cómo se repetían cerca de nombres conocidos. Un trabajo minucioso que permitió identificar valores fonéticos. - La omisión vocálica
Propuso que muchas palabras mayas de estructura consonante–vocal–consonante se escribían con dos sílabas, pero omitiendo la vocal final. Una idea clave que abrió puertas hasta entonces cerradas. - Un inventario amplio y lógico
Calculó que existían más de trescientos signos silábicos. Muchos para un alfabeto, pero razonables para un sistema logosilábico complejo.
Con este enfoque, los códices comenzaron a revelar nombres, lugares, títulos y fragmentos de lo que, por primera vez, podía considerarse auténtico texto.
Thompson contra el “hereje” soviético
Los descubrimientos de Knórozov no fueron recibidos entre aplausos. El mayista británico Eric S. Thompson, figura dominante en el campo, defendía que los glifos eran esencialmente ideográficos. Al leer el trabajo del soviético lo rechazó de plano, tachándolo de error metodológico mezclado con propaganda.
A eso se sumaba el clima político de la Guerra Fría. Los textos de Yuri estaban en ruso y resultaban difíciles de obtener. El escepticismo se convirtió en rechazo. Y el rechazo, en obstáculo para que su método fuera aceptado en el mundo anglosajón.
Aun así, poco a poco algunos especialistas empezaron a verlo con otros ojos. Investigadores norteamericanos comenzaron a aplicar sus propuestas fonéticas. Y en los años setenta, un célebre encuentro en Palenque marcó el punto de inflexión: varios epigrafistas demostraron que, siguiendo principios muy similares a los de Yuri, era posible leer nombres de gobernantes y episodios enteros tallados en los templos.
Por primera vez, las piedras mayas contaban historias completas.
El descifrador que nunca se movió de Leningrado
Mientras tanto, Knórozov seguía trabajando en Leningrado, casi aislado del resto del mundo académico. Sus investigaciones dependían de fotografías, copias y ediciones facsimilares. Pero eso no impidió que en 1963 publicara un libro fundamental donde reunió sus avances y ejemplificó el sistema de lectura.
Con los años amplió su interés hacia teorías generales sobre la comunicación y los sistemas de escritura antiguos. Quería entender no solo qué decían los glifos mayas, sino cómo se relacionaban con otras tradiciones escriturarias.
Gatos, ironía y una coautora de cuatro patas
Hablar de Yuri sin mencionar a sus gatos sería casi un sacrilegio. En numerosas fotos aparece con su inseparable gata siamesa Asya, a la que incluso atribuyó coautoría en algunos trabajos. Los editores, desconcertados, borraban su nombre. Él respondía enviando la misma foto de ambos cada vez que se la pedían.
Más allá de la anécdota, Yuri confesó que observar cómo una gata enseñaba a cazar a su cría le había servido para reflexionar sobre el lenguaje, la comunicación y la transmisión de conocimiento.
Quienes trabajaron con él lo recuerdan con humor ácido, tímido ante desconocidos, pero locuaz cuando se sentía en confianza. Nada de clichés aventureros: Yuri era más bien el sabio inclinado sobre una mesa, fumando mientras un gato se acomodaba encima de sus papeles.
Guatemala, México y los homenajes tardíos
Cuando la situación política se relajó, Knórozov pudo viajar por fin a tierras mayas. Su primer viaje a Guatemala, en 1989, fue breve y complicado por motivos de seguridad, pero simbólicamente muy intenso. Años después visitó México, donde recibió homenajes y reconocimientos.
En 1994 fue distinguido con la Orden Mexicana del Águila Azteca. Guatemala le había concedido antes la Orden del Quetzal. Y en Yucatán y Quintana Roo se organizaron actos para honrar a quien había devuelto la voz a los antiguos mayas.
Ironías del destino: el descifrador que había leído sus textos sin moverse de la URSS acabó siendo celebrado en la misma tierra que inspiró su obra.
El diccionario de glifos y el círculo que se cierra
En sus últimos años, junto con su discípula Galina Yershova, trabajó en un ambicioso diccionario de glifos mayas con equivalentes en español. El proyecto, publicado poco después de su muerte en 1999, incluía también ediciones comentadas de los tres códices. Un compendio monumental que recogía medio siglo de investigación.

En cierto sentido, aquel diccionario era el cierre perfecto: la culminación de un viaje iniciado en la Berlín arrasada por la guerra, cuando un soldado se llevó dos libros polvorientos sin sospechar que cambiarían su vida.
Lo que cambió al descifrar la escritura maya
Antes de Knórozov, la civilización maya era admirada por sus templos, su calendario y su astronomía. Pero sus inscripciones seguían siendo un enigma casi decorativo. Con su método —y con el trabajo posterior de muchos otros— los glifos empezaron a contar historias reales.
Las estelas pasaron a ser crónicas de reyes y batallas. Los templos mostraron genealogías completas. Los códices revelaron un entramado de astronomía, mitología y ritualidad mucho más rico de lo imaginado.
La cultura maya dejó de ser un misterio pintoresco para convertirse en una civilización con voz propia. Una voz que llevaba siglos esperando. Solo hacía falta alguien dispuesto a escucharla.
Ese alguien fue un lingüista soviético de vista delicada, humor peculiar, obsesión por los signos… y una gata siamesa empeñada en acompañarle a todas partes.
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Fuentes consultadas
- Wikipedia. (s. f.). Yuri Knórozov. En Wikipedia, la enciclopedia libre. https://es.wikipedia.org/wiki/Yuri_Kn%C3%B3rozov
- Baltazar, E. (2018, 29 septiembre). La extraordinaria historia del soldado soviético que logró descifrar por primera vez la escritura maya sin conocer México ni Guatemala. Infobae. https://www.infobae.com/america/mexico/2018/09/29/la-extraordinaria-historia-del-soldado-sovietico-que-logro-descifrar-por-primera-vez-la-escritura-maya-sin-conocer-mexico-ni-guatemala/
- Santillán, M. L. (2018, 15 octubre). Los antiguos códices mayas, un tesoro astronómico y religioso. Ciencia UNAM. https://ciencia.unam.mx/leer/794/los-antiguos-codices-mayas-un-tesoro-astronomico-y-religioso
- Muñiz, Fernando. (2025, 5 enero). El obelisco de Luxor y el reloj que jamás supo dar la hora. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/obelisco-de-luxor-y-el-reloj-que-nunca-dio-la-hora/
- Sheseña Hernández, A., & Velásquez García, E. (2022). Yuri Knórozov. El descifrador de la escritura maya. Arqueología Mexicana, 29(177), 44–49. https://arqueologiamexicana.mx/mexico-antiguo/el-descifrador-de-la-escritura-maya
- Jáuregui, I. (2023, 2 noviembre). El gato que ayudó a descifrar el código maya. Travesías. https://www.travesiasdigital.com/noticias/el-gato-que-ayudo-a-descifrar-el-codigo-maya/
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






