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El Efecto Coolidge: sexo, política y gallos en la Casa Blanca

En la década de 1920, Calvin Coolidge, el presidente estadounidense famoso por hablar lo justo y mantener un porte casi monástico, protagonizó sin saberlo una anécdota que acabaría bautizando un fenómeno biológico y psicológico.

Durante una visita oficial a una granja experimental, su esposa, Grace Coolidge, paseaba entre gallinas cuando quedó boquiabierta al ver a un gallo en plena faena, repitiendo la operación con una regularidad casi obsesiva. Intrigada, preguntó al granjero cuántas veces al día ocurría semejante espectáculo. La respuesta, casi como de broma, fue: “Docenas de veces”.

Con sonrisa traviesa, Grace sugirió que se lo contaran al presidente. Cuando Coolidge pasó más tarde por el mismo lugar y escuchó la hazaña, no tardó en soltar su comentario seco y medido: “¿Siempre con la misma gallina?”. Al recibir un “no” por respuesta, añadió con ironía: “Dígaselo a la señora Coolidge”.

Y así, entre plumas y sonrisas cómplices, surgió un nombre que hoy hace guiños a biólogos y psicólogos por igual: el Efecto Coolidge.

¿Qué es el Efecto Coolidge?

El Efecto Coolidge, en esencia, describe cómo muchos mamíferos — humanos incluidos— parecen perder interés sexual cuando repiten la misma rutina con la misma pareja. El aburrimiento biológico se instala, el entusiasmo se apaga y la pasión se convierte en mera costumbre. Pero la aparición de una pareja nueva, fresca, inesperada, funciona como un botón de reinicio: de repente, la energía vuelve, el deseo se reactiva y la dopamina, ese químico travieso del placer, se dispara como un cohete.

En pocas palabras, la novedad no solo despierta curiosidad: reaviva el apetito sexual con una precisión casi escandalosa.

La ciencia detrás del efecto

Desde un enfoque neurobiológico, la dopamina juega un papel crucial en este fenómeno. Cada nueva experiencia sexual provoca un aumento de este neurotransmisor, que activa el sistema de recompensa y mantiene el interés del individuo. En estudios con roedores, se ha observado que un macho que ya había alcanzado la saciedad con una hembra recupera rápidamente la excitación al aparecer una nueva. Este mecanismo parece estar programado para responder a la novedad como una especie de «recarga instantánea», ignorando fatigas previas.

Implicaciones en el comportamiento humano

Aunque la mayoría de los estudios sobre el Efecto Coolidge se han hecho con animales, la sombra de este fenómeno también se deja sentir entre los humanos. La novedad en la pareja puede encender la chispa del deseo de manera sorprendente, como si el cerebro recordara que lo inesperado siempre tiene un atractivo imposible de ignorar. Esto no significa que todos salgamos corriendo tras cada estímulo nuevo, pero ayuda a entender por qué algunos buscan más de una pareja o ceden a la infidelidad de vez en cuando.

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Claro está, los humanos no somos simples robots de dopamina: nuestras decisiones sexuales se entrelazan con emociones, códigos sociales, valores culturales y, por supuesto, un buen puñado de contradicciones personales. El deseo, en la especie humana, no es solo química; es un delicado equilibrio entre biología y las mil complicaciones de la vida cotidiana.

Coolidge, la Casa Blanca y sus excentricidades

Resulta irónico que un presidente conocido por su discreción y su economía de palabras, apodado «Silent Cal», esté asociado con un fenómeno vinculado al deseo sexual y la novedad. Durante su presidencia (1923-1929), los Coolidge transformaron la Casa Blanca en un pequeño zoológico. Entre sus mascotas se contaban Rebecca, una mapache originalmente destinada a la cena de Acción de Gracias; un hipopótamo pigmeo llamado Billy; y dos cachorros de león con nombres burocráticos —Tax Reduction y Budget Bureau— entre otros animales.


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  • Shlaes, Amity(Autor)

Fuentes:

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