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El Arca de Noé de Barcelona: bohemia, artistas y extravagancia desde 1927

En la Barcelona de finales de los años 20, ese caldo de cultivo donde hervían los anhelos republicanos, la vanguardia artística y las conspiraciones de café con absenta, se dio un fenómeno tan insólito que, de no estar documentado, parecería un capítulo descartado de la estupenda, sarcástica, mordaz y descarnada novela Vida privada de Josep María de Sagarra. Entre proclamas revolucionarias, modernismo en ebullición y cafés llenos de bohemios, nació una sociedad tan marciana que ni el mismísimo Valle-Inclán habría podido parodiarla mejor: El Arca de Noé.

¿Un club social o un zoológico alegórico?

La idea, tan brillante como absurda, se le ocurrió a Joaquín Ciervo, crítico de arte de la época, quien quizá en un arrebato de inspiración dadaísta —y, acaso, tras una copa de más en el Ateneu Barcelonès con su amigo Santiago Rusiñol—, decidió fundar un club exclusivo para individuos con apellidos «irracionales». Y no se refería a personas impulsivas o desquiciadas (aunque algo de eso también había), sino de apellidos que evocaban la fauna: Ciervo, León, Llop, Palomo, Gavilán, Cabra… Un verdadero bestiario que no hacía distingos entre catalán y castellano.

El Arca de Noé de Barcelona

Bajo el nombre de El Arca de Noé, y con una sede ubicada nada menos que en el número 100 del señorial Paseo de Gracia, se reunían caballeros cuya principal misión no era conspirar contra el orden establecido ni discutir sobre Kant, sino rendir homenaje a su propia zoología onomástica. Aquí, ser un animal era no solo un orgullo, sino también un pasaporte para participar en banquetes, desfiles y otras “animaladas” de carácter lúdico y decididamente performativo.

Banquetes, becerros y bohemia

El 23 de febrero de 1930 se celebró el primer banquete oficial. Una fecha que, aunque no aparezca en los libros de historia, merece con justicia un hueco entre las efemérides nacionales más pintorescas. Los asistentes se rodearon de figuras de animales —auténtico kitsch de la época— y se entregaron a una celebración donde la sátira campaba a sus anchas, entre copas de vino y discursos irreverentes.

El banquete

No hay que olvidar que, en ese momento, Barcelona hervía de clubs y sociedades más o menos secretas: masones, anarquistas, círculos espiritistas, peñas literarias… Pero ninguno tan zoológicamente bizarro como este. Mientras unos discutían cómo regenerar España, en El Arca de Noé se debatía sobre el modo más efectivo de rendir culto a la «animalidad».

El Arca de Noé de Barcelona

Nada de revoluciones ni utopías sociales: aquí se defendía la irracionalidad como valor supremo.

Una fauna urbana con carnet de socio

Los miembros del club, como bien recogió el semanario Estampa en un delicioso reportaje del 11 de noviembre de 1930, no eran meros bromistas. Eran señores con galones, bigotes y bastones, que portaban con orgullo apellidos como Tigre, Rusiñol, Moscardó, Pasarell, Cunil, Águila, Vaca o Carnero, a los que se sumaban otros como Llop, Gatell, Ocaña, Perramon, Cordero o Lleó. Algunos de ellos tenían incluso equivalentes en catalán y castellano, lo cual les otorgaba un prestigio bilingüe dentro de la fauna simbólica del club.

El propio Ciervo proclamó con sorna que “había que ser más generosos que el Noé bíblico”, quien en su día limitó la entrada al arca a solo dos animales por especie.

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En la versión barcelonesa del mito, no había restricción alguna: todos los animales (léase: apellidos) eran bienvenidos, desde el Porcel y el Caballo hasta la Tórtola y el Conejo. Una oda al exceso, el humor y la convivencia zoológica.

Veterinario oficial y escultores de fauna

En El Arca de Noé nadie era lo que parecía. El médico del club, el doctor Castells, no figuraba en el organigrama como tal, sino como “veterinario”, título acorde con la esencia del colectivo.

A esta fauna simbólica se sumaba el escultor Pujol Muntané, quien se dedicó exclusivamente a tallar figuras de animales. Esculturas que decoraban los banquetes con un aire entre lo puramente irónico y lo mitológico. Y no podía faltar, por supuesto, el dibujante oficial del club: Castellanas Garrí. Adivinen qué significa “Garrí” en castellano: cerdo. Una coincidencia (o tal vez una obra del destino) que elevaba su papel gráfico a niveles de alegoría pura.

Desfiles y palomas amaestradas: el zoológico toma las calles

Uno de los momentos más memorables en la vida del club fue el gran desfile por el centro de Barcelona, rumbo al zoológico municipal. Decenas de miembros marcharon al compás de su manifiesto irracional. Entre las multitudes curiosas y los gritos de los niños, desfilaron orgullosos los Carneros, las Cabras y los Palomos.

Desfile de El arca de Noé de Barcelona

Ese mismo desfile rindió homenaje al señor Torrubia, no por su apellido, sino por haber amaestrado a las palomas del Parque de la Ciudadela. Porque si se trata de exaltar lo irracional, amaestrar aves urbanas entra en el top ten de las gestas contemporáneas. Torrubia se convirtió así en una suerte de San Francisco laico y barcelonés, al que El Arca de Noé veneraba con el fervor que sólo puede inspirar lo completamente innecesario.

Hembras y el Arca de Noé de Barcelona en el siglo XXI

Aunque el Arca de Noé nació bajo el signo de la camaradería y el desenfado, la presencia femenina fue siempre más bien anecdótica. En los años treinta, la bailarina Carmen Tórtola Valencia se atrevió a subir a bordo del arca, desafiando las convenciones de su tiempo y colándose en la institución en un momento en que la ley —y la moral— marcaban horario de cenicienta para las “mujeres de bien”.

Décadas más tarde, ya en plena era franquista, la actriz Mary Santpere, bautizada como la Jirafa, tomó el relevo zoológico, aunque su paso por la asociación estuvo rodeado de suspicacias y hasta provocó bajas entre los socios más conservadores.

Del franquismo hasta nuestros días

Aparte de aquel pulso de resistencia artística, el club sobrevivió a los años grises del franquismo con la peculiar norma de no hablar jamás de política, religión ni fútbol —un tridente tabú que, paradójicamente, garantizó la convivencia de masones y jefes de policía en la misma mesa sin que volaran ni platos ni bofetadas.

Con la llegada de la democracia, el Arca se abrió tímidamente a la ciudad, organizó fiestas populares y hasta repartió premios periodísticos con nombres de felinos veloces como Pantera o Gasela.

Mary Santpere, alias la Jirafa

Hoy, casi un siglo después de su fundación, la Arca de Noé de Barcelona sigue flotando en la ciudad, envuelta en cierto halo de misterio, como reliquia viviente de aquel humor bohemio, con presidentes que aún se hacen llamar por su animal totémico y con la conciencia de que, aunque las pioneras Tórtola y Santpere fueron aves raras en un corral masculino, abrieron la compuerta para que la arca no fuese sólo una reunión de machos alfa con bigote, bastón y apellido zoológico, sino también un experimento colectivo donde la fauna se va renovando al ritmo de la ciudad.


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Fuentes:

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3 comentarios en «El Arca de Noé de Barcelona: bohemia, artistas y extravagancia desde 1927»

  1. This article is absolutely fascinating! The story of El Arca de Noé is a brilliant, unexpected slice of Barcelonas history, blending humor, eccentricity, and social commentary in a way that makes history feel alive and entertaining.

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