Un día cualquiera, un hombre cualquiera desapareció. Durante treinta años. Su nombre: Edgar Latulip y en el siguiente artículo vamos a explicar qué, cómo, cuándo, dónde y por qué se esfumó para luego aparecer como si no hubiera pasado nada.
El caso de Edgar Latulip no solo ocupa un lugar peculiar, sino que desafía los manuales policiales, los protocolos médicos y hasta la lógica narrativa de cualquier novela de misterio. Porque lo de Edgar no fue simplemente desaparecer. No. Lo de Edgar fue esfumarse, sufrir amnesia y, tres décadas después, reaparecer como quien recuerda dónde dejó las llaves del coche, sólo que en su caso se trataba de su propia identidad.
Año 1986: el comienzo de una historia que ni Agatha Christie…
Corría 1986, los videoclubs prosperaban, los coches llevaban radiocasetes y Edgar Latulip tenía 21 años. Vivía en un hogar comunitario en Kitchener, Ontario (Canadá), una pequeña ciudad industrial del suroeste de la provincia, conocida por sus fábricas, su Oktoberfest y su clima que parece diseñado para fomentar la introspección. Edgar padecía una discapacidad intelectual leve y antecedentes de problemas de salud mental, lo cual, por decirlo suavemente, no ayudaba precisamente a su radar vital ni a su capacidad para desenvolverse solo en entornos nuevos o caóticos.
Un día de septiembre, Edgar salió del hogar con la intención —según contaron después los responsables del centro— de tomar un autobús hacia Niagara Falls. Jamás regresó. Se presentó la denuncia de desaparición, comenzaron las búsquedas y, como tantas otras veces, el caso acabó sepultado entre papeles, conjeturas y silencios. La policía patrulló los alrededores, se repartieron carteles, los voluntarios peinaron bosques y hasta los adivinos de barrio aportaron su granito de incienso, pero Edgar se esfumó con la eficacia de los calcetines en la lavadora y la persistencia de los enigmas que nadie espera resolver.
La caída, la amnesia y la nueva vida a 130 kilómetros
Según se reconstruyó décadas después —porque esta historia va sobrada de giros, revelaciones tardías y sentido del suspense—, Latulip sufrió una caída poco después de desaparecer. No una cualquiera: un golpe seco en la cabeza, probablemente al intentar desplazarse a pie o subir a un transporte, que le provocó una amnesia retroactiva de manual, de esas que se estudian en primero de neurología y segundo de guion de culebrón. Los médicos que analizaron el caso más tarde concluyeron que el trauma había borrado parte sustancial de su memoria autobiográfica, dejándole sin pasado y con un presente improvisado, como si alguien hubiese pulsado el botón de reiniciar en su cerebro.
Con su mente en blanco y su nombre borrado, Edgar empezó una nueva vida en St. Catharines, una tranquila ciudad a 130 kilómetros de Kitchener, famosa por sus viñedos y por estar a tiro de piedra de las cataratas del Niágara. Allí consiguió pequeños trabajos, residió en albergues y se integró, sin saberlo, en otra comunidad que lo acogió sin hacer preguntas. Durante años vivió con serenidad burocrática, cobrando ayudas sociales, asistiendo a programas de inserción y, en definitiva, existiendo como si el joven desaparecido de Kitchener jamás hubiese existido.
Y aquí es donde el guion da su giro más improbable: un día cualquiera, Latulip tiene un flashback, ese recurso cinematográfico que en la vida real suele quedarse en anécdota, pero que en su caso funcionó como detonante biográfico. Un recuerdo fugaz, una imagen, quizá un nombre o un rostro, bastaron para abrir la compuerta de su memoria dormida durante 30 años. Se vio a sí mismo, recordó quién era y, como si fuese el detective y la víctima de su propia historia, decidió contárselo, sin aspavientos ni titulares, al trabajador social que lo atendía.
ADN, bases de datos y el milagro burocrático
¿Y qué hace uno cuando un hombre llega diciendo que, en realidad, es otro que lleva décadas desaparecido? Exactamente eso: duda. Pero en esta ocasión, el sistema funcionó. El trabajador social contactó con las autoridades, se contrastaron datos, se desempolvaron informes policiales y, finalmente, una prueba de ADN confirmó lo imposible: Edgar Latulip no solo estaba vivo, sino que había estado todo el tiempo en el mismo país, hablando el mismo idioma y probablemente comiendo las mismas tartas de mantequilla tan típicas de la zona.

Las autoridades, por supuesto, quedaron estupefactas. Y no es para menos. ¿Cuántos desaparecidos resuelven su caso con una regresión espontánea y una visita voluntaria a los servicios sociales? Latulip lo hizo. Contra todo pronóstico, contra todo parte médico y contra la lógica que rige nuestro entendimiento de la identidad personal.
Más allá del misterio: la humanidad olvidada
Pero el caso Latulip no es solo una curiosidad morbosa ni un dato curioso para el Trivial de desapariciones canadienses. También es, a su manera, una crítica soterrada al olvido institucional de personas con discapacidades intelectuales. Durante años, Edgar vivió como un número más del sistema, sin nombre, sin historia, sin huella dactilar emocional. Y lo peor: sin que nadie pudiera conectar las piezas de su puzle, aunque estaban a tan solo 130 kilómetros de distancia.
Que tuviera que ser él mismo quien lo resolviera todo es tan admirable como deprimente. Porque una cosa es que la vida te obligue a ser protagonista, y otra muy distinta que te obligue a ser detective, víctima, testigo y forense de tu propia desaparición.
Fuentes:
- Bever, L. (2016, February 12). How a man solved the 30-year-old mystery of his own disappearance. The Washington Post. https://www.washingtonpost.com/news/morning-mix/wp/2016/02/12/how-a-man-solved-the-30-year-old-mystery-of-his-own-disappearance/
- Russell, A. (2016, February 11). Ontario man missing for almost 30 years suddenly remembers who he is. Global News. https://globalnews.ca/news/2511590/ontario-man-missing-for-almost-30-years-suddenly-remembers-who-he-is/
- Associated Press. (2016, February 12). Canadian man missing for 30 years remembers real identity. The Guardian. https://www.theguardian.com/world/2016/feb/12/canada-man-missing-amnesia-edgar-latulip
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.






