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La Guerra del Fletán: cuando España y Canadá casi entran en guerra por un pez con nombre de mueble nórdico

Pocas veces en la historia reciente se ha vivido un conflicto internacional tan peculiar como el que enfrentó, en plena década de los noventa, a España y Canadá. Hablamos de la Guerra del Fletán, ese pintoresco rifirrafe diplomático, económico y casi bélico entre España y Canadá por la captura de un pez que suena más a silla de comedor que a casus belli.

Aquel episodio, casi más una tragicomedia en alta mar que de asunto del Consejo de Seguridad de la ONU, enfrentó a dos potencias pesqueras en torno a los caladeros del Atlántico Norte, frente a las costas de Terranova. Allí, entre nieblas perpetuas, bancos de peces despistados y fragatas con más pinta de decorado de película de serie B que de amenaza real, se desarrolló un conflicto que podría resumirse con una frase célebre de cualquier pescador gallego: “Xa vos dixen que ese peixe era noso.”

¿Qué demonios es un fletán y por qué tanto jaleo?

El fletán negro (Reinhardtius hippoglossoides), es un pez plano, robusto y de respetable tamaño, muy valorado en los mercados internacionales. Vive en aguas profundas y frías, lo cual ya complica su captura. Pero claro, cuanto más difícil de pescar, más cotizado está el bicho.

Durante años, los bancos de fletán en el Atlántico Noroeste fueron explotados sin mayor problema por diversas flotas internacionales. Hasta que, sorpresa sorpresa, los recursos comenzaron a escasear. Fue entonces cuando los países ribereños, con Canadá a la cabeza, decidieron que quizá eso de la pesca sin límites no era buena idea. Tarde, pero bueno, más vale que nunca.

Así que, en un arrebato de proteccionismo ambiental, Canadá decidió ampliar su jurisdicción pesquera más allá de las 200 millas náuticas, al estilo “esto también es mío porque sí”. La medida, amparada en una interpretación bastante libre del derecho internacional, afectaba directamente a la flota española, que llevaba décadas faenando por allí.

El abordaje de la Estai: clímax de una guerra sin disparos… o casi

El 9 de marzo de 1995 ocurrió el hecho que marcaría un antes y un después en esta guerra sin sangre: el abordaje del buque español Estai por parte de la guardia costera canadiense. Sí, así, a lo pirata del siglo XVIII, pero con walkie-talkies y banderas de la Commonwealth.

La escena fue así: una patrullera canadiense intercepta al Estai, lo persigue durante varias horas y, finalmente, lanza disparos de advertencia al aire. En el mar, eso no tranquiliza a nadie. El barco español es detenido, abordado y remolcado al puerto de San Juan de Terranova. Todo, según Ottawa, por “pesca ilegal”.

Las autoridades canadienses, ni cortas ni perezosas, organizaron un striptease técnico del barco español en plena rueda de prensa, mostrando redes supuestamente ilegales, peces juveniles capturados y documentos de a bordo que, según ellos, delataban las prácticas irregulares de la tripulación gallega. España, por su parte, reaccionó con incredulidad, orgullo herido y un “¡eso será mentira!”.

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La diplomacia se sube al puente de mando

Tras el abordaje, España montó en cólera y lo hizo con estilo. Retirada del embajador en Ottawa, denuncia en la Organización Mundial del Comercio y hasta amenazas (verbales, claro) de enviar buques de guerra a la zona.

La comunidad internacional asistía atónita al espectáculo: ¿una guerra por un pez? ¿En 1995? ¿Entre democracias del G7 y la UE? Los periódicos británicos, encantados con la carnaza, titulaban cosas como “Cod War II?” (en alusión a las guerras del bacalao entre Islandia y el Reino Unido).

Finalmente, el conflicto se desinflamó sin llegar al abordaje masivo ni al intercambio de sables. Se firmó un acuerdo entre Canadá y la UE el 5 de abril de 1995, que permitía una cuota limitada de pesca del fletán a la flota española, a cambio de compromisos de conservación y vigilancia conjunta.

El fletán, la geopolítica y el ego nacional

Más allá de lo surrealista de la situación, el conflicto del fletán puso sobre la mesa varios temas de calado: la sobreexplotación de recursos pesqueros, la ambigüedad legal de las zonas económicas exclusivas y la eterna tensión entre la conservación medioambiental y el sustento de las comunidades pesqueras.

Para España, la guerra del fletán fue una cuestión de orgullo patrio, de defensa del pescador gallego de toda la vida, ese que se juega el tipo entre temporales y burocracias que cambian con cada cumbre europea. Para Canadá, fue una declaración de soberanía y una defensa, dicen ellos, de la biodiversidad y del derecho a gestionar sus aguas… aunque eso implicara cruzar algunas líneas rojas del derecho marítimo.

El conflicto también tuvo una dimensión interna. En Galicia, las movilizaciones en defensa del sector fueron masivas. Hubo pancartas, concentraciones, discursos épicos y un país que descubrió que «fletán» no era un insulto.

Epílogo de un drama piscícola con tintes de ópera bufa

Hoy, el episodio se recuerda como una anécdota diplomática con sabor a chubasquero mojado. Pero durante unas semanas, el Atlántico Norte estuvo a punto de convertirse en escenario de una guerra absurda.

El fletán, ese pez que ni siquiera tiene la dignidad semántica de un atún rojo o un salmón noruego, se convirtió en símbolo de las tensiones geopolíticas, el proteccionismo pesquero y los límites de la legalidad internacional.


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Fuente: Wikipedia

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