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Daniel Freixa: el Sherlock Holmes catalán que perforaba sellos

Un personaje de novela… pero de las buenas

Freixa nació en Reus en 1854, lugar famoso por ver nacer a Gaudí y por sus vermuts. Murió en 1910 en Barcelona, no sin antes dejar una huella tan peculiar como el método con el que marcaba su correspondencia: perforando los sellos con sus iniciales —DF— para que el receptor supiera que venía de él. Hoy lo llamaríamos «branding«; entonces, simplemente excentricidad con estilo.

primer detective privado español
Daniel Freixa

Hombre de múltiples ocupaciones, fue Subinspector del Cuerpo de Vigilancia, Jefe de Orden Público en varias provincias, agente de la propiedad industrial, periodista, editor y comendador de la Orden de Isabel la Católica. Todo un curriculum vitae que eclipsaría al 99,99 % de los actuales perfiles de LinkedIn. Y en medio de ese torbellino de cargos, una idea brillante: aplicar los métodos policiales a la esfera privada, con fines comerciales. Nacía así el detective privado a la española.

“La Vigilancia y Seguridad Mercantil”: nombre poco sexy, pero eficaz

Corría el año 1888. Mientras en Londres Jack el Destripador paseaba su navaja con aire artístico, en Barcelona nacía una agencia que cambiaría el panorama de la investigación civil. “La Vigilancia y Seguridad Mercantil” fue el nombre elegido por Freixa para su criatura: un centro general de informes comerciales que además gestionaba el cobro de deudas. Lo que hoy podríamos considerar una mezcla entre despacho de detectives, asesoría financiera y agencia de recobros. No es que el nombre sonara muy cinematográfico, pero vaya si funcionaba.

Situada estratégicamente en la confluencia de las calles Jovellanos y Pelayo, a dos pasos de la Plaza Cataluña, el centro creció como la espuma. Su éxito fue tan notorio que en pocos años la red se expandió por Madrid —donde abrió una delegación en la calle Alcalá dirigida por la saga franco-española de los Cazeneuve— y más tarde por Bilbao, Valencia y Sevilla.

Crimen a la carta: del navajazo patrio al timo internacional

Pero, ¿por qué Freixa tuvo tanto éxito? ¿Qué hizo que sus servicios fueran tan demandados? La respuesta está en su olfato. Supo leer los cambios de su tiempo con una agudeza poco común. En su libro La policía moderna (1893), observó que el crimen se había globalizado. Si el capitalismo no conocía fronteras, los delincuentes tampoco. Del bandolero de trabuco y mirada torva se pasaba al estafador elegante con acento extranjero y conocimientos de contabilidad.

Freixa lo tenía claro: el crimen español era directo, algo rudo, y de una violencia primitiva casi folclórica. Pero en Europa ya estaban en otra liga. Hablaban de pickpockets en Londres, voleurs en París, mafiosos ngominados en Nápoles. Y con ellos llegaban las estafas financieras, el contrabando de arte, los timos internacionales. Era el amanecer del delito de cuello blanco. Freixa no sólo lo denunció, sino que escribió sobre ello con la minuciosidad de un entomólogo que observa cómo evolucionan los escarabajos peloteros.

Entre la literatura y la criminología

Freixa no se conformó con actuar. También escribió. Y mucho. Como si ser pionero no fuese suficiente, se lanzó a la narrativa criminal con títulos que hoy harían las delicias de cualquier editorial de novela negra. El mundo del crimen (1888) y La policía moderna (1893) son dos joyas inclasificables entre el ensayo, el tratado policial y el relato costumbrista con tintes lúgubres.

primer detective privado español

El magistrado Salvador Vázquez de Parga no dudó en comparar estas obras con las Memorias de Eugène Vidocq, aquel delincuente redimido que acabó dirigiendo la Sûreté francesa. Freixa, al igual que Vidocq, no tenía problema en mezclar anécdota, análisis penal y chascarrillo urbano en una misma página. La narración policiaca, en su caso, servía tanto para alertar como para entretener.

primer detective privado español

Como si Truman Capote se hubiera dado un paseo por las Ramblas con sombrero de copa y libreta en mano.

Un periodista con porra

Además de inspector y escritor, Freixa fue también director de prensa. Fundó El Proteccionista, periódico que defendía a capa y espada los intereses de la producción nacional. Una especie de «Marca España» avant la lettre, donde se mezclaban análisis económicos, advertencias sobre peligros foráneos y, por supuesto, informes sobre seguridad pública. Periodismo combativo, con tintes de panfleto patriótico, aderezado con cifras y sospechas razonables.

Años más tarde, su paisano Eduard Toda i Güell —diplomático, viajero, y cronista algo extravagante— lo incluiría en su Guía de España y Portugal (1892), mencionando su agencia como un referente nacional. Freixa no solo estaba inventando un oficio: estaba dejando marca, sello, y huella.

El detective del XIX que anticipó el siglo XXI

Y aquí llega la parte más deliciosa: Daniel Freixa anticipó cosas que hoy nos parecen de lo más normal. Como el uso de la información comercial para evaluar riesgos empresariales (el precursor del big data sin necesidad de algoritmo), la detección de fraudes financieros antes de que existiera la CNMV, o la profesionalización del rastreo y vigilancia fuera del ámbito policial. Todo esto, en un despacho con moqueta polvorienta, tinta china y sellos perforados.

No usaba cámaras ocultas ni micrófonos direccionales. Su red era analógica, pero efectiva. Sabía que la clave estaba en observar, preguntar, cruzar datos y sacar conclusiones. Como cualquier buen detective… o buen periodista de investigación. Quizá por eso hoy, más de un siglo después, su figura resurge con ese aroma entre lo romántico y lo fascinantemente práctico.

Daniel Freixa no necesitó gabardina ni lupa para cambiar el panorama de la seguridad y la investigación en España. Le bastó con un título largo, una pluma afilada y una obsesión nada disimulada por entender cómo piensa el criminal, ya fuera de trabuco o de corbata.

Todo lo oye, todo lo ve, todo lo sabe, afirmaba José Luis Ibáñez con solemnidad casi mística al inicio de su libro. Y no lo decía por Google, ni por la Agencia Tributaria, sino por un señor con bigote y galones que en pleno siglo XIX ya lo había visto todo… y si no lo había visto, lo intuía. Daniel Freixa i Martí, inspector, pionero, comendador, editor, cronista, y —por qué no decirlo— un personaje que habría hecho las delicias de cualquier novela negra ambientada en la Barcelona decimonónica. Porque sí, antes de que los detectives fumaran en la penumbra y bebieran whisky barato en callejones húmedos, ya existía él: el primer detective privado de España.


Fuentes

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