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El soldado en el armario: la odisea increíble de Patrick Fowler (1914–1918)

Un principio romántico y un final de trinchera doméstica

Cuando estalla la Primera Guerra Mundial, muchos imaginaban gestas épicas y despedidas al estilo de los poemas patrióticos; pocos sospechaban que la modernidad bélica incluiría, entre trincheras y ametralladoras, una historia que suena más a anécdota de salón que a crónica militar. No fue romanticismo: fue supervivencia. La peripecia de Patrick Fowler no empieza con la valentía juvenil del frente, sino con la de un hombre que, perdido tras una retirada, se convierte en un problema logístico para el enemigo y en una carga mortal para quien lo proteja.

Cómo se mete un hombre en un armario (y por qué no sale)

Durante la retirada aliada de agosto de 1914, Fowler quedó aislado tras la batalla de Le Cateau; tras meses escondido entre arbustos y cabañas, fue localizado por un labrador y llevado a la casa de Madame Belmont-Gobert en Bertry, Francia. Allí se decidió la solución: un arcaico armario de cocina y una estrechez que obligaba a Fowler a permanecer encogido con las rodillas al pecho. El mueble medía aproximadamente 1,83 m de alto por 1,52 m de ancho y 61 cm de fondo —lo suficiente para esconder a un hombre, no para que viviera con dignidad.

Quienes lo alojaban sabían el precio: la pena de muerte para la familia si los alemanes descubrían al inquilino. Por eso hubo manos sigilosas, agujeros en el tabique para respirar, una puerta siempre entreabierta y noches robadas para estirar las piernas. A diario, mientras oficiales germánicos charlaban a escasos metros, Fowler permanecía inmóvil y concentrado en cada sonido. La rutina llegó a ser economía del silencio: salir sólo de madrugada, comer lo que se pudiera suministrar y volver al armario como si se tratara de un puesto de observación que nadie debía encontrar.

Los peligros cotidianos: registros, chismes y un fusilamiento cercano

El peligro no era constante, pero sí persistente. Por si fuera poca la tensión, soldados alemanes se alojaron en la casa; el armario se cambió de habitación con él dentro en una ocasión y, afortunadamente, nadie se molestó en abrirlo. No muy lejos, otro hombre fue descubierto y fusilado tras ser hallado en otro escondrijo similar de la misma aldea.

soldado escondido armario

En cualquier caso, la técnica doméstica funcionó: en la única ocasión en que el armario fue examinado, Fowler no estaba dentro, milagrosamente estaba escondido bajo un colchón justo en ese momento.

Disfraz, granero y liberación

La farsa consiguió durar años. Cuando la situación se volvió demasiado peligrosa —otro hallazgo y fusilamiento en la villa—, la familia trasladó a Fowler a un granero; en una maniobra con tintes de comedia, lo disfrazaron de mujer con chal para cruzar la calle sin ser identificado. La libertad definitiva no llegó por astucia: llegó con la ofensiva aliada. El 10 de octubre de 1918 las tropas británicas entraron en Bertry; Fowler inicialmente fue detenido al ser tomado por espía, pero un oficial que había servido en el mismo regimiento lo reconoció y certificó su identidad. Volvió al servicio, exhausto y con el pelo encanecido, para luego retirarse tras más de dos décadas en el ejército.

La recompensa y la memoria pública

El relato no habría tenido final menos prosaico: cuando la historia salió finalmente a la prensa en 1927, el Daily Telegraph organizó una colecta que reunió una cantidad más que respetable para ayudar a las mujeres que arriesgaron su vida por Fowler. Madame Belmont-Gobert y su hija recibieron reconocimiento público —incluida una audiencia en Windsor con los reyes— y alguna que otra condecoración simbólica. El armario, convertido en reliquia, acabó en un museo militar británico, donde hoy se exhibe como testimonio material de lo que la guerra impone a la vida cotidiana: soluciones improvisadas, valiente abnegación y, en ocasiones, una extraña mezcla de lo doméstico con lo bélico.

Lecturas cruzadas y cautelas

La historia de Fowler se presta a la incredulidad (¿un hombre viviendo años en un armario?), a la hagiografía (mujeres heroicas) y a la manipulación mediática (la prensa de los años veinte supo convertirlo en fábula edificante).

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Las fuentes públicas combinan cifra y rumor, medida y mitología: conviene acudir a los archivos del museo, a las crónicas de la época y a las reconstrucciones periodísticas, compararlas y, de paso, desconfiar de la tentación de tomarlo todo como dogma. Como ocurre con tantas historias bélicas, la verdad es poliédrica y se acomoda a quien la cuenta, aunque siempre conserve un núcleo irreductible.

Y quizá ahí esté el secreto de por qué la odisea de Fowler sigue despertando interés más de un siglo después: porque demuestra que en la guerra no todo se libra con fusiles ni en trincheras, también en el silencio de una cocina, detrás de un armario y con la complicidad de unas mujeres que eligieron arriesgarlo todo.

Fuentes: Irish TimesWikipediaIWM

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