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La mujer que saltó del Empire State y sobrevivió: la historia de Elvita Adams

La ciudad conserva ciertas historias como quien guarda una fotografía arrugada en el bolsillo: no por bonita, sino por inexplicable. La de Elvita Adams es una de esas estampas que Nueva York parece contar en voz baja, con un humor negro casi involuntario. El 2 de diciembre de 1979, esta mujer de 29 años, vecina del Bronx, desempleada y con un hijo de diez años al que mantener como buenamente podía, subió hasta el observatorio del Empire State Building. Allí, en la terraza de la planta 86, decidió que ya no podía más y trepó la barandilla. Lo que siguió, más que una tragedia, pareció una discusión entre la gravedad y el viento: Elvita cayó, sí, pero una ráfaga caprichosa la devolvió al edificio, dejándola estrellada —pero viva— sobre un saliente de la planta 85, con la cadera hecha añicos y un futuro que, por lo visto, no había terminado de escribir.

Cómo ocurrió realmente (según los testimonios de la época)

Los periódicos de entonces reconstruyeron la secuencia con la sobriedad de quien relata un hecho improbable intentando no parecer sensacionalista. Elvita viajó desde el Bronx a Midtown en una tarde de frío descarnado. Una vez en el observatorio, burló la valla protectora —esa que actúa como recordatorio visual de que algunos sueños verticales conviene dejarlos a los pájaros— y se dejó caer. No hubo cartas de despedida, ni discursos dramáticos: solo un gesto desesperado alimentado por deudas, un posible desahucio y una sensación de derrota que no necesita demasiadas explicaciones.

Al lanzarse desde aquellos 320 metros sobre la calle, algo tan imprevisible como el viento entró en escena. Las ráfagas, fuertes y juguetonas, la empujaron lo suficiente para desviarla de la caída libre. La mujer no aterrizó en el asfalto, sino en una cornisa mínima —unos pocos palmos— situada justo un piso más abajo. Allí quedó malherida, pero consciente, hasta que los equipos de rescate pudieron alcanzarla. No fue un milagro religioso, sino una casualidad atmosférica con timing casi teatral.

Las explicaciones posteriores, más científicas que poéticas, hablaban de vientos desordenados, de entre 35 y 60 km/h, capaces de modificar la trayectoria de un cuerpo en caída. Una ecuación improbable, sí, pero que aquella noche encajó a la perfección. La policía y los médicos confirmaron una fractura en la cadera o pelvis y el ingreso inmediato en Bellevue, donde la atendieron tanto traumatólogos como especialistas en salud mental.

Un edificio acostumbrado a tragedias y titulares

El Empire State Building, con su historia de casi un siglo, arrastra un catálogo considerable de accidentes y saltos, la mayoría con desenlaces fatales. Desde su inauguración en 1931, apenas unas pocas personas han sobrevivido a una caída desde sus alturas, razón por la cual el caso de Adams se convirtió rápidamente en una rareza estudiada, contada y recitada como prueba de que la ciudad, a veces, juega con sus propios guiones.

Este edificio emblemático ha sido escenario de historias sombrías que han alimentado la mitología urbana de Nueva York. Entre todas ellas, la de Elvita ocupa un rincón especial: no por grandiosa, sino por contradictoria. Se la menciona en recopilaciones de sucesos improbables, en artículos sobre “milagros urbanos”, e incluso en listas de anécdotas que demuestran que la ciudad nunca renuncia del todo a su capacidad de sorpresa.

Lo que se dijo sobre ella… y lo que quedó en silencio

Los reportajes posteriores tejieron una imagen irregular de Elvita. Algunos detallaban su vida económica precaria y mencionaban a su hijo; otros dramatizaban su caída con excesos literarios. Circularon rumores sobre guardias héroes, sobre rescates épicos y sobre giros narrativos impropios de un suceso real. Pero lo comprobable es más sobrio: ingresó en Bellevue, fue operada, quedó fuera de peligro y pasó por una evaluación psiquiátrica. Tras eso, su rastro documental se diluye. Salvo menciones esporádicas en artículos y en alguna que otra referencia cultural, la vida de Elvita se esfumó del foco público, como si la mujer quisiera dejar atrás aquella escena surrealista.

mujer saltó del Empire State y sobrevivió

Detalles sueltos y pequeñas ironías del destino

  • Sobrevivir no desafió a la ciencia, pero sí recordó que el azar es un dramaturgo caprichoso: una ráfaga en el lugar oportuno, una cornisa estrecha, un ángulo inesperado en la caída… una cadena de detalles que, en conjunto, modificaron un final que parecía escrito con tinta negra.
  • Su historia se propagó por medios, libros y foros como ejemplo de esas narraciones que ofrecen una moraleja esquiva: querer morir y, por algún motivo, regresar a la vida de forma abrupta.
  • El caso reúne ingredientes irresistibles para el periodismo cultural: un edificio icónico, una tragedia personal, un giro casi cómico y una ciudad que añade su propia firma. Pero también obliga a desconfiar de versiones noveladas: cada década trae adornos nuevos, cifras intercambiadas y diálogos imaginados. Lo prudente es regresar a lo que dijeron los periódicos de 1979 y observar cómo el tiempo ha transformado un suceso en mito urbano.

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Fuentes consultadas

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