Cuando piensan en la definición de fronteras, probablemente imaginen geógrafos dibujando mapas, reuniones diplomáticas y tratados firmados con solemnidad por señores muy serios. Pero si hablamos de Melilla, olvídese de todo eso. Aquí las líneas no se trazaron con tinta, sino a pura pólvora y enormes bolas de cañón.
Sí, los límites de esta histórica ciudad española se fijaron disparando proyectiles al azar como si estuviéramos jugando una partida medieval de «hundir la flota».
¿Absurdo? Pues sí. ¿Bizarro? También.
Vamos a desempolvar los archivos y adentrarnos en esta rocambolesca historia.
De Melilla al cañón: un repaso rápido a la historia de las fronteras
Melilla, enclave español desde 1497, ha sido durante siglos un constante motivo de disputa entre España y Marruecos. Mientras las tribus locales intentaban recuperar lo que consideraban suyo, España, en su lucha por mantener el control, no se quedó atrás.
Entre enfrentamientos, convenios fallidos y alguna que otra jugada diplomática cuestionable, llegamos a un momento crucial: el Tratado de Wad-Ras, firmado el 26 de abril de 1860.
Este acuerdo, además de consolidar la soberanía española sobre Melilla, tenía un apartado particular que acabó por convertirse en la estrella absoluta del show: la forma en que se delimitarían las fronteras.
¿Mapas detallados? ¿Líneas de coordenadas? Para nada.
Se decidió que los límites se establecerían según el alcance de un cañón de 24 libras.
“Caminante”, el cañón que hizo historia marcando los límites de la frontera de Melilla
El arma elegida para esta tarea tan peculiar fue un cañón bautizado como “Caminante”. Fabricado en 1791, este veterano de guerra tenía un número de serie que lo acreditaba como una auténtica reliquia. Con casi un siglo a cuestas, su misión no era disparar a enemigos, sino a… la geografía.
El cañón Caminante
El día 13 de junio de 1862, a las 5:30 horas de la mañana, un equipo compuesto por ingenieros españoles, militares y el gobernador de Melilla se reunió en Frajana, el punto donde se realizarían los disparos. ¿El objetivo? Establecer el alcance máximo del proyectil y, con ello, definir los límites territoriales.
Hasta aquí todo parecía simple, ¿verdad? Pero la realidad fue mucho menos poética y más caótica.
Un cañonazo, varias teorías y mucho caos
El primer disparo se realizó con un proyectil pintado de blanco, una especie de “bola de golf” gigante lanzada hacia el horizonte. Este cañonazo, que alcanzó 2.900 metros, fue suficiente para empezar a trazar las líneas fronterizas. Sin embargo, no todos quedaron contentos. Las tribus locales, saboteadoras de profesión, intentaron alterar la carga de pólvora para reducir el alcance del disparo. Spoiler: no les salió del todo bien.
El segundo cañonazo, disparado un día después, rebasó los 3.000 metros, lo que generó aún más debate entre los ingenieros sobre cuál de los dos puntos sería el límite definitivo. Para resolverlo, se trazaron líneas imaginarias entre ambos proyectiles y se creó un polígono irregular que marcaría los límites de Melilla.
La leyenda del poste 17 y los planos fronterizos que forjaron los los límites de la frontera
Una de las anécdotas más curiosas de esta operación geopolítica con tintes de comedia fue la inclusión del famoso poste 17.
Según el acta firmada el 26 de junio de 1862, este poste se colocó en el punto donde cayó el primer proyectil y desde allí se tomaron las medidas para trazar los límites. La descripción en el acta, decía algo así:
“Hecho desde Victoria Grande el disparo convenido, cayó la bala como a un metro a la derecha del punto donde está situado el poste 17…”
Sí, lo sabemos. Es un poco difícil de imaginar, pero así es como Melilla consiguió una de las fronteras más surrealistas del mundo.
Entre disputas y cañonazos: el legado de una frontera singular
A pesar de lo pintoresco de esta historia, las tensiones entre España y Marruecos no han cesado. Desde las incursiones de tribus locales en el siglo XIX hasta las recientes crisis migratorias, Melilla sigue siendo un punto caliente en la política internacional.
Y aunque los cañonazos quedaron atrás, su historia nos recuerda que la realidad muchas veces supera a la ficción, como nos demuestra la ingeniosa manera de marcar los límites de la frontera de Melilla aquel lejano año de 1847.
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