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La ley de Parkinson: cuando el tiempo se convierte en plastilina

Hay avances de la humanidad que cambian la forma en que se percibe el universo: Newton con la gravedad, Einstein con la relatividad, y, en un nivel mucho más cotidiano y perversamente real, Cyril Northcote Parkinson con su famosa observación sobre cómo el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible. Publicada en 1957 en The Economist y luego en su libro Parkinson’s Law: The Pursuit of Progress, esta pequeña joya del sarcasmo académico ha resultado ser una especie de espejo incómodo para burócratas, oficinistas y procrastinadores de todo el mundo.

El laboratorio burocrático perfecto

Parkinson, un historiador británico con sentido del humor afilado, encontró en el Servicio Civil Británico un campo de pruebas inmejorable. Mientras el Imperio se desmoronaba, el número de empleados en la Oficina Colonial crecía sin freno. ¿Cómo era posible? La lógica no estaba en la cantidad de trabajo, sino en la maquinaria interna: memorándums infinitos, informes sin fin y reuniones que parecían diseñadas no para resolver, sino para perpetuar la inercia. Era como ver a un barco hundirse mientras la tripulación ampliaba el comedor y sacaba brillo a las chimeneas.

En su análisis, Parkinson identificó dos comportamientos que cualquier trabajador moderno debería reconocer:

  1. Todo funcionario prefiere multiplicar subordinados, no rivales.
  2. Los funcionarios tienden a crearse trabajo unos a otros, como un ecosistema autosuficiente que se alimenta de sí mismo.

El tiempo como goma de mascar

La frase célebre de Parkinson es sencilla y lapidaria: “El trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para su realización”. Traducido al día a día: si alguien tiene que enviar un correo en cinco minutos, lo hará en cinco. Pero si dispone de ocho horas, probablemente investigará la genealogía del remitente, elaborará tres borradores y todavía quedará insatisfecho. El tiempo, lejos de ser un recurso objetivo, se convierte en un chicle estirado hasta lo grotesco.

Ejemplos abundan. Una reunión de media hora puede durar dos horas porque alguien decide discutir la tipografía de la presentación. Una limpieza doméstica “rápida” de quince minutos puede transformarse en una maratón de reorganizar armarios, limpiar juntas de azulejos y, por qué no, plantearse si no sería mejor cambiar de casa.

Las otras dos leyes de la casa

La primera observación convirtió a Parkinson en célebre, pero el hombre no se quedó ahí. Como buen cronista de la ineficiencia, formuló un par de leyes adicionales que, con la misma mala leche británica, describen comportamientos humanos demasiado reconocibles:

  • Ley de los gastos: los gastos siempre aumentan hasta igualar los ingresos. Subida de sueldo significa automáticamente una nueva tele de 65 pulgadas o la suscripción premium de esa plataforma que apenas se usa.
  • Ley de la trivialidad: el tiempo que se dedica a un asunto es inversamente proporcional a su importancia. Así, una junta directiva puede debatir durante horas el color de la moqueta y despachar en dos minutos la aprobación de un presupuesto millonario.

Parkinson, sin quererlo, se convirtió en un profeta de la burocracia moderna y del consumo compulsivo.

Ecos contemporáneos: del archivo polvoriento al disco duro lleno

La ley no se limita a las oficinas del Imperio. En la era digital, también se aplica con una precisión espeluznante. Un ejemplo: “Los datos se expanden hasta llenar el espacio de almacenamiento disponible”. El día que alguien compra un disco duro externo “para toda la vida”, empieza la colección frenética de vídeos, fotografías familiares, copias de copias y discografías que nunca escuchará y series que nunca verá. Y cuando se compra otro aún más grande, milagrosamente se llena igual de rápido.

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En el ámbito corporativo, la proliferación de herramientas de comunicación no ha hecho sino confirmar la sospecha de Parkinson: Slack, Teams o el propio correo electrónico no reducen la burocracia, simplemente la redistribuyen en más canales. Antes se imprimía un memorándum; ahora se abren cinco hilos distintos. A veces, incluso con emojis incluidos.

La vida doméstica bajo la misma tiranía

Más allá de oficinas y discos duros, la ley se cuela en lo cotidiano. Ir a hacer la compra con una tarde libre se convierte en un safari de pasillos interminables, comparando precios como si se tratara de una decisión geopolítica. En cambio, con apenas quince minutos, la lista se resuelve con precisión quirúrgica. Es como si la urgencia activara un mecanismo secreto de eficiencia.

Hasta las vacaciones ofrecen ejemplos: un viaje planificado con meses de antelación genera debates infinitos sobre maletas, hoteles y excursiones, mientras que una escapada improvisada de fin de semana suele resolverse en un par de búsquedas rápidas y mucha más tranquilidad.

El caso Colonial: números que hablan solos

Uno de los ejemplos más jugosos que Parkinson documentó fue el de la Oficina Colonial británica entre 1935 y 1954. En ese periodo, mientras el Imperio perdía colonias a ritmo frenético, el número de empleados aumentaba entre un 5 y un 7 % anual. La institución destinada a gestionar territorios en desaparición engordaba como si se preparara para conquistar Marte.

Estrategias para no sucumbir

Parkinson nunca ofreció recetas mágicas, pero de su obra se desprenden algunas pistas para quien quiera resistirse al magnetismo de la procrastinación organizada:

  • Plazos ajustados: cuanto más corto es el margen, menos tentaciones hay de divagar.
  • Priorizar lo crucial: dedicar las energías a lo importante antes de discutir si el clip debe ser azul o verde.
  • Reducir pasos inútiles: eliminar capas de burocracia, aunque ello choque con tradiciones enquistadas.
  • Automatizar lo repetitivo: delegar en máquinas lo que las máquinas hacen mejor, aunque eso suponga renunciar al placer de rellenar un Excel innecesario.

Es fácil decirlo y más difícil aplicarlo, claro. Porque la ley, al final, no es un capricho: es casi un reflejo de la naturaleza humana.


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Fuente: Randstad

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