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Fábulas de Samaniego

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Autor: El café de la Historia


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Breve biografía de Félix de Samaniego

Fabulas de Samaniego

Félix María Serafín Sánchez de Samaniego Zabala nació en Laguardia (Álava), en 1745. Perteneciente a una familia noble, tras los primeros estudios, llevados a cabo en el hogar paterno, fue enviado a cursar Derecho a la Universidad de Valladolid.

Allí permaneció dos años sin obtener grado. En un viaje de placer por Francia se entusiasmó con los enciclopedistas.

A su regreso a España contrajo matrimonio y se estableció en Vergara, donde participó en la Sociedad Patriótica Vascongada, dedicada a la difusión popular de la cultura y de la que fue presidente.

En 1784 apareció en Madrid “Fábulas morales”, formada por nueve libros, con 157 fábulas en verso castellano.

Fueron compuestas para los alumnos del Colegio de Vergara y respondían a la máxima estética de instruir deleitando. Murió en Laguardia, en 1801.

Influenciado por Jean de La Fontaine, está considerado, junto con Tomás de Iriarte, uno de los mejores fabulistas españoles de todos los tiempos.

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Fábulas de Samaniego

El león y la zorra

Un León, en otro tiempo poderoso,
ya viejo y achacoso,
en vano perseguía hambriento y fiero,
al mamón becerrito y al cordero
que, trepando por áspera montaña,
huían libremente de su saña.
Afligido del hambre a par de muerte,
discurrió su remedio de esta suerte:
Hace correr la voz de que se hallaba
enfermo en su palacio y deseaba
ser de los animales visitado.
Acudieron algunos de contado;
mas como el grave mal que le postraba
era un hambre voraz, tan sólo usaba
la receta exquisita
de engullirse al monsieur de la visita.
Acércase la Zorra de callada,
y a la puerta asomada,
atisba muy despacio
la entrada de aquel cóncavo palacio.
El León la divisa, y al momento
le dice: » ¡Ven acá, pues que me siento
en el último instante de mi vida!
Visítame como otros, mi querida. «
» ¿Cómo otros? ¡Ah, señor; he conocido
que entraron, sí, pero que no han salido!
¡Mirad, mirad la huella!
¡Bien claro lo dice ella,
y no es bueno el entrar do no se sale! «
La prudente cautela mucho vale.

Fábulas de Samaniego

Los ratones y el gato

Marramaquiz, gran gato,
De nariz roma, pero largo olfato,
Se metió en una casa de Ratones.
En uno de sus lóbregos rincones
Puso su alojamiento;
Por delante de sí, de ciento en ciento
Les dejaba por gusto libre el paso,
Como hace el bebedor, que mira al vaso;
Y ensanchando así más sus tragaderas,
Al fin los escogía como peras.
Éste fue su ejercicio cotidiano;
Pero tarde o temprano,
Al fin ya los Ratones conocían
Que por instantes se disminuían.
Don Roepan, cacique el más prudente
De la Ratona gente,
Con los suyos formó pleno consejo,
Y dijo así con natural despejo:
«Supuesto, hermanos, que el sangriento bruto,
Que metidos nos tiene en llanto y luto,
Habita el cuarto bajo,
Sin que pueda subir ni aun con trabajo
Hasta nuestra vivienda,, es evidente
Que se atajará el daño solamente
Con no bajar allá de modo alguno.»
El medio pareció muy oportuno;
Y fue tan observado,
Que ya Marramaquiz, el muy taimado,
Metido por el hambre en calzas prietas,
Discurrió entre mil tretas
La de colgarse por los pies de un palo,
Haciendo el muerto: no era ardid malo;
Pero don Roepan, luego que advierte
Que su enemigo estaba de tal suerte,
Asomando el hocico a su agujero,
«Hola, dice, ¿qué es eso, caballero?
¿Estás muerto de burlas o de veras?
Si es lo que yo recelo en vano esperas;
Pues no nos contaremos ya seguros
Aun sabiendo de cierto
Que eras, a más de Gato muerto,
Gato relleno ya de pesos duros».

Si alguno llega con astuta maña,
Y una vez nos engaña,
Es cosa muy sabida
Que puede algunas veces
El huir de sus trazas y dobleces
Valernos nada menos que la vida.

Fábulas de Samaniego

El asno y Júpiter

«No sé cómo hay jumento
Que, teniendo un adarme de talento,
Quiera meterse a burro de hortelano.
Llevo a la plaza desde muy temprano
Cada día cien cargas de verdura,
Vuelvo con otras tantas de basura,
Y para minorar mi pesadumbre,
Un criado me azota por costumbre.
Mi vida es ésta; ¿qué será mi muerte,
Como no mude Júpiter mi suerte?»
Un Asno de este modo se quejaba.
El dios, que sus lamentos escuchaba,
Al dominio le entrega de un tejero.
«Esta vida, decía, no la quiero:
Del peso de las tejas oprimido,
Bien azotado, pero mal comido,
A Júpiter me voy con el empeño
De lograr nuevo dueño.»
Envióle a un curtidor; entonces dice:
«Aun con este amo soy más infelice.
Cargado de pellejos de difunto
Me hace correr sin sosegar un punto,
Para matarme sin llegar a viejo,
Y curtir al instante mi pellejo.»
Júpiter, por no oír tan largas quejas,
Se tapó lindamente las orejas,
Y a nadie escucha, desde el tal pollino,
Si le hablan de mudanza de destino.

Sólo en verso se encuentran los dichosos,
Que viven ni envidiados ni envidiosos.
La espada por feliz tiene al arado,
Como el remo a la pluma y al cayado;
Mas se tiene por míseros en suma
Remo, espada, cayado, esteva y pluma.
Pues ¿a qué estado el hombre llama bueno?
Al propio nunca; pero sí al ajeno.

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Fábulas de Samaniego

El zagal y las ovejas

Apacentando un joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
«¡Favor! que viene un lobo, labradores»
Estos, abandonando sus labores,
acuden prontamente
y hallan que es una chanza solamente.
Vuelve a llamar, y temen la desgracia;
segunda vez los burla. ¡Linda gracia!
Pero, ¿Qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces el zagal se desgañita,
y por más que patea, llora y grita,
no se mueve la gente escarmentada
y el lobo le devora la manada.
¡Cuantas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño!

Fábulas de Samaniego

El charlatán y el rústico

«Lo que jamás se ha visto ni se ha oído
Verán ustedes. atención les pido.»
Así decía un Charlatán famoso,
Cercado de un concurso numeroso.
En efecto, quedando todo el mundo
En silencio profundo,
Remedó a un cochinillo de tal modo,
Que el auditorio todo,
Creyendo que lo tiene y que lo tapa,
Atumultuado grita: «Fuera capa.»
Descubrióse, y al ver que nada había,
Con vítores lo aclaman a porfía.
«Pardiez, dijo un patán, que yo prometo
Para mañana, hablando con respeto,
Hacer el puerco más perfectamente;
Si no, que me la claven en la frente.»
Con risa prometió la concurrencia
A burlarse del payo su asistencia;
Llegó la hora, todos acudieron:
No bien al Charlatán gruñir oyeron,
Gentes a su favor preocupadas,
«Viva», dicen, al son de las palmadas.
Sube después el Rústico al tablado
Con un bulto en la capa, y embozado
Imita al Charlatán en la postura
De fingir que un lechón tapar procura;
Mas estaba la gracia en que era el bulto
Un marranillo que tenía oculto.
Tírale callandito de la oreja:
Gruñendo en tiple el animal se queja;
Pero al creer que es remedo el tal gruñido,
Aquí se oía un fuera, allí un silbido,
Y todo el mundo queda
En que es el otro quien mejor remeda.
El Rústico descubre su marrano;
Al público le enseña, y dice ufano:
«¿Así juzgan ustedes?»
¡Oh preocupación, y cuánto puedes!

El águila y el cuervo

En mis versos, Iriarte,
Ya no quiero más arte
Que poner a los tuyos por modelo.
A competir anhelo
Con tu numen, que el sabio mundo admira,
Si me prestas tu lira,
Aquélla en que tocaron dulcemente
Música y Poesia juntamente.
Esto no puede ser: ordena Apolo
Que, digno sólo tú, la pulses solo.
¿Y, por qué sólo tú? Pues cuando menos,
¿No he de hacer versos fáciles, amenos,
Sin ambicioso ornato?
¿Gastas otro poético aparato?
Si tú sobre el Parnaso te empinases,
Y desde allí cantases:
Risco tramonto de época altanera,
«Góngora que te siga», te dijera;
Pero si vas marchando por el llano,
Cantándonos en verso castellano
Cosas claras, sencillas, naturales,
Y todas ellas tales,
Que aun aquel que no entiende poesía
Dice: Eso yo también me lo diría;
¿Por qué no he de imitarte, y aun acaso
Antes que tú trepar por el Parnaso?
No imploras las sirenas ni las musas,
Ni de númenes usas,
Ni aun siquiera confias en Apolo.
A la naturaleza imploras solo,
Y ella, sabia, te dicta sus verdades.
Yo te imito: no invoco a las deidades,
Y por mejor consejo,
Sea mi sacro numen cierto viejo,
Esopo digo. Díctame, machucho,
Una de tus patrañas; que te escucho.

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Una Águila rapante,
Con vista perspicaz, rápido vuelo,
Descendiendo veloz de junto al cielo,
Arrebató un cordero en un instante.
Quiere un Cuervo imitarla: de un carnero
En el vellón sus uñas hacen presa;
Queda enredado entre la lana espesa,
Como pájaro en liga prisionero.
Hacen de él los pastores vil juguete,
Para castigo de su intento necio.
Bien merece la burla y el desprecio
El Cuervo que a ser Águila se mete.
El viejo me ha dictado esta patraña,
y astutamente así me desengaña.
Esa facilidad, esa destreza,
Con que arrebató el Águila su pieza,
Fue la que engañó al Cuervo, pues creía
Que otro tanto a lo menos él haría.
Mas ¿qué logró? Servirme de escarmiento.
¡Ojalá que sirviese a más de ciento,
Poetas de mal gusto inficionados,
Y dijesen, cual yo, desengañados:
«El Águila eres tú, divino Iriarte;
Ya no pretendo más sino admirarte:
Sea tuyo el laurel, tuya la gloria,
Y no sea yo el cuervo de la historia!»

Las dos ranas

Tenían dos Ranas
Sus pastos vecinos,
Una en un estanque,
Otra en el camino.
Cierto día a ésta
Aquélla la dijo:
«¡Es creíble, amiga,
De tu mucho juicio,
Que vivas contenta
Entre los peligros,
Donde te amenazan,
Al paso preciso,
Los pies y las ruedas
Riesgos infinitos!
Deja tal vivienda;
Muda de destino;
Sigue mi dictamen
Y vente conmigo.»
En tono de mofa,
Haciendo mil mimos,
Respondió a su amiga:
«¡Excelente aviso!
¡A mí novedades!
Vaya, ¡qué delirio!
Eso sí que fuera
Darme el diablo ruido.
¡Yo dejar la casa
Que fue domicilio
De padres, abuelos
Y todos los míos,
Sin que haya memoria
De haber sucedido
La menor desgracia
Desde luengos siglos!»
«Allá te compongas;
Mas ten entendido
Que tal vez sucede
Lo que no se ha visto.»
Llegó una carreta
A este tiempo mismo,
Y a la triste Rana
Tortilla la hizo.

Por hombres de seso
Muchos hay tenidos,
Que a nuevas razones
Cierran los oídos.
Recibir consejos
Es un desvarío;
La rancia costumbre
Suele ser su libro.

La zorra y las uvas

Es voz común que, a más del mediodía,
en ayunas la zorra iba cazando.
Halla una parra; quedase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
Causábale mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras;
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la zorra dijo:
«¡No las quiero comer! ¡No están maduras!»
No por eso te muestres impaciente
si se te frustra, Fabio, algún intento;
aplica bien el cuento
y di: ¡No están maduras!, frescamente.

El asno sesudo

Cierto Burro pacía
En la fresca y hermosa pradería
Con tanta paz como si aquella tierra
No fuese entonces teatro de la guerra.
Su dueño, que con miedo lo guardaba,
De centinela en la ribera estaba.
Divisa al enemigo en la llanura,
Baja, y al buen Borrico le conjura
Que huya precipitado.
El Asno, muy sesudo y reposado,
Empieza a andar a paso perezoso.
Impaciente su dueño y temeroso
Con el marcial ruido
De bélicas trompetas al oído,
Le exhorta con fervor a la carrera.
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
Que llegue en hora buena Marte fiero;
Me rindo, y él me lleva prisionero.
¿Servir aquí o allí no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
Pues nada pierdo, nada me acobarda;
Siempre seré un esclavo con albarda.»
No estuvo más en sí ni más entero
Que el buen Pollino Amiclas el Barquero,
Cuando en su humilde choza le despierta
César, con sus soldados a la puerta,
Para que a la Calabria los guiase.
¿Se podría encontrar quien no temblase
Entre los poderosos
De insultos militares horrorosos
De la guerra enemiga?
No hay sino la pobreza que consiga
Esta gran exención: de aquí le viene

La cigarra y la hormiga

Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del preciso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo y sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
le dijo: «Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste Cigarra,
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme,
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo»
La codiciosa Hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
«¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?»
«Yo, dijo la Cigarra,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento»
«¡Hola! ¿con que cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo»

El cuervo y el zorro

En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído,
un Zorro muy maestro
le dijo estas palabras
un poco más o menos:
«¡Tenga usted buenos días,
señor Cuervo, mi dueño!
¡Vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo!
Yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el Fénix
de sus vastos imperios»
Al oír un discurso
tan dulce y halagüeño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.
Abrió su negro pico,
dejó caer el queso.
El muy astuto Zorro,
después de haberle preso,
le dijo: «Señor bobo,
pues sin otro alimento,
quedáis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo digiero el queso»
Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.

El hombre y la culebra – Fabulas de Samaniego

A una Culebra que de frío yerta
en el suelo yacía medio muerta,
un labrador cogió; mas fue tan bueno,
que incautamente la abrigó en su seno.
Apenas revivió, cuando la ingrata
a su gran bienhechor traidora mata.

El asno y el cochino – Fabulas de Samaniego

Envidiando la suerte del Cochino,
un Asno maldecía su destino.
«Yo, decía, trabajo y como paja;
él come harina, berza y no trabaja:
a mí me dan de palos cada día;
a él le rascan y halagan a porfía».
Así se lamentaba de su suerte;
pero luego que advierte
que a la pocilga alguna gente avanza
en guisa de matanza,
armada de cuchillo y de caldera,
y que con maña fiera
dan al gordo cochino fin sangriento,
dijo entre sí el jumento:
Si en esto para el ocio y los regalos,
al trabajo me atengo y a los palos.

El águila y el escarabajo – Fabulas de Samaniego

«Que me matan; favor»: así clamaba
una liebre infeliz, que se miraba
en las garras de una Águila sangrienta.
A las voces, según Esopo cuenta,
acudió un compasivo Escarabajo;
y viendo a la cuitada en tal trabajo,
por libertarla de tan cruda muerte,
lleno de horror, exclama de esta suerte:
«¡Oh reina de las aves escogida!
¿Por qué quitas la vida
a este pobre animal, manso y cobarde?
¿No sería mejor hacer alarde
de devorar a dañadoras fieras,
o ya que resistencia hallar no quieras,
cebar tus uñas y tu corvo pico
en el frío cadáver de un borrico?»
Cuando el Escarabajo así decía,
la Águila con desprecio se reía,
y sin usar de más atenta frase,
mata, trincha, devora, pilla y vase.
El pequeño animal así burlado
quiere verse vengado.
En la ocasión primera
vuela al nido del Águila altanera,
halla solos los huevos, y arrastrando,
uno por uno fuelos despeñando;
mas como nada alcanza
a dejar satisfecha una venganza,
cuantos huevos ponía en adelante
se los hizo tortilla en el instante.
La reina de las aves sin consuelo,
remontaba su vuelo,
a Júpiter excelso humilde llega,
expone su dolor, pídele, ruega
remedie tanto mal; el dios propicio,
por un incomparable beneficio,
en su regazo hizo que pusiese
el Águila sus huevos, y se fuese;
que a la vuelta, colmada de consuelos,
encontraría hermosos sus polluelos.
Supo el Escarabajo el caso todo:
astuto e ingenioso hace de modo
que una bola fabrica diestramente
de la materia en que continuamente
trabajando se halla,
cuyo nombre se sabe, aunque se calla,
y que, según yo pienso,
para los dioses no es muy buen incienso.
Carga con ella, vuela, y atrevido
pone su bola en el sagrado nido.
Júpiter, que se vio con tal basura,
al punto sacudió su vestidura,
haciendo, al arrojar la albondiguilla,
con la bola y los huevos su tortilla.
Del trágico suceso noticiosa,
arrepentida el Águila y llorosa
aprendió esa lección a mucho precio:
a nadie se le trate con desprecio,
como al Escarabajo,
porque al más miserable, vil y bajo,
para tomar venganza, si se irrita,
¿le faltará siquiera una bolita?

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El ratón de la corte y el del campo – Fabulas de Samaniego

Un Ratón cortesano
Convidó con un modo muy urbano
A un Ratón campesino.
Diole gordo tocino,
Queso fresco de Holanda,
Y una despensa llena de vianda
Era su alojamiento,
Pues no pudiera haber un aposento
Tan magníficamente preparado,
Aunque fuese en Ratópolis buscado
Con el mayor esmero,
Para alojar a Roepan primero.
Sus sentidos allí se recreaban;
Las paredes y techos adornaban,
Entre mil ratonescas golosinas,
Salchichones, perniles y cecinas.
Saltaban de placer, ¡oh qué embeleso!
De pernil en pernil, de queso en queso.
En esta situación tan lisonjera
Llega la Despensera.
Oyen el ruido, corren, se agazapan,
Pierden el tino, mas al fin se escapan
Atropelladamente
Por cierto pasadizo abierto a diente.
«¡Esto tenemos! dijo el campesino;
Reniego yo del queso, del tocino
Y de quien busca gustos
Entre los sobresaltos y los sustos»
Volvióse a su campaña en el instante
Y estimó mucho más de allí adelante,
Sin zozobra, temor ni pesadumbres,
Su casita de tierra y sus legumbres.

El león con su ejército – Fabulas de Samaniego

Mientras que con la espada en mar y tierra
Los ilustres varones
Engrandecen su fama por la guerra,
Sojuzgando naciones,
Tú, Conde, con la pluma y el arado,
Ya enriqueces la patria, ya la instruyes,
Y haciendo venturosos has ganado
El bien que buscas y el laurel que huyes.
Con darte todo al bien de los humanos
No contento tu celo,
Supo unir a los nobles ciudadanos
Para felicidad del patrio suelo.
La hormiga codiciosa
Trabaja en sociedad fructuosamente,
Y la abeja oficiosa
Labra siempre ayudada de su gente.
Así unes a los hombres laboriosos
Para hacer sus trabajos más fructuosos.
Aquél viaja observando
Por las naciones cultas;
Éste con experiencias va mostrando
Las útiles verdades más ocultas.
Cuál cultiva los campos, cuál las ciencias;
Y de diversos modos,
Juntando estudios, viajes y experiencias,
Resulta el bien en que trabajan todos.
¡En que trabajan todos! Ya lo dije,
Por más que yo también sea contado.
El sabio Presidente que nos rige
Tiene aun al más inútil ocupado.
Darme, Conde, querías un destino,
Al contemplarme ocioso e ignorante.
Era difícil; mas al fin tu tino
Encontró un genio en mí versificante.
A Fedro y Lafontaine por modelos
Me pusiste a la vista,
Y hallaron tus desvelos
Que pudiera ensayarme a fabulista.
Y pues viene al intento,
Pasemos al ensayo: va de cuento.

El León, rey de los bosques poderoso,
Quiso armar un ejército famoso.
Juntó sus animales al instante:
Empezó por cargar al elefante
Un castillo con útiles, y encima
Rabiosos lobos, que pusiesen grima.
Al oso le encargó de los asaltos;
Al mono con sus gestos y sus saltos
Mandó que al enemigo entretuviese;
A la Zorra que diese
Ingeniosos ardides al intento.
Uno gritó: «La liebre y el jumento.
Éste por tardo, aquélla por medrosa,
De estorbo servirán, no de otra cosa.»
«¿De estorbo? dijo el Rey; yo no lo creo.
En la liebre tendremos un correo,
Y en el asno mis tropas un trompeta.»
Así quedó la armada bien completa.

Tu retrato es el León, Conde prudente,
Y si a tu imitación, según deseo,
Examinan los jefes a su gente,
A todos han de dar útil empleo.
¿Por qué no lo han de hacer? ¿Habrá cucaña
Como no hallar ociosos en España?

El ciervo y los bueyes – Fabulas de Samaniego

Con inminente riesgo de su vida,
un Ciervo se escapó de la batida,
y en la quinta cercana, de repente,
se metió en el establo incautamente.
Dícele un Buey: «¿Ignoras, desdichado,
que aquí viven los hombres? ¡Ah, cuidado!
Detente, y hallarás tanto reposo
como perdiz en boca de raposo»
El Ciervo respondió: «Pero, no obstante,
dejadme descansar algún instante,
y en la ocasión primera
al bosque espeso emprendo mi carrera.»
Oculto entre el ramaje permanece.
A la noche el boyero se aparece;
al ganado reparte el alimento,
nada divisa; sálese al momento.
El mayoral y los criados entran,
y tampoco le encuentran.
Libre del aquel apuro,
el Ciervo se contaba por seguro.
Pero el Buey más anciano
le dice: «¡Qué! ¿Te alegras tan temprano?
Si el amo llega, lo perdiste todo.
Yo le llamo Cien-ojos por apodo.
Más, ¡chitón, que ya viene!»
Entra Cien-ojos, todo lo previene;
a los rústicos dice: «¡No hay consuelo!
¡Las colleras tiradas por el suelo;
limpio el pesebre, pero muy de paso;
el ramaje muy seco y muy escaso!
Señor mayoral, ¿es éste buen gobierno?»
En esto mira el enramado cuerno
del triste ciervo; grita, acuden todos
contra el pobre animal de varios modos,
y a la rústica usanza
se celebró la fiesta de matanza.
Esto quiere decir que el amo bueno
no se debe fiar del ojo ajeno.

El león, el lobo y la zorra – Fabulas de Samaniego

Trémulo y achacoso
A fuerza de años un León estaba;
Hizo venir los médicos, ansioso
De ver si alguno de ellos le curaba.
De todas las especies y regiones
Profesores llegaban a millones.
Todos conocen incurable el daño;
Ninguno al Rey propone el desengaño;
Cada cual sus remedios le procura,
Como si la vejez tuviese cura.
Un Lobo cortesano
Con tono adulador y fin torcido
Dijo a su Soberano:
«He notado, Señor, que no ha asistido
La Zorra como médico al congreso,
Y pudiera esperarse buen suceso
De su dictamen en tan grave asunto.»
Quiso su Majestad que luego al punto
Por la posta viniese;
Llega, sube a palacio, y como viese
Al Lobo, su enemigo, ya instruida
De que él era autor de su venida,
Que ella excusaba cautelosamente,
Inclinándose al Rey profundamente,
Dijo: «Quizá, Señor, no habrá faltado
Quien haya mi tardanza acriminado;
Mas será porque ignora
Que vengo de cumplir un voto ahora,
Que por vuestra salud tenía hecho;
Y para más provecho,
En mi viaje traté gentes de ciencia
Sobre vuestra dolencia.
Convienen pues los grandes profesores
En que no tenéis vicio en los humores,
Y que sólo los años han dejado
El calor natural algo apagado;
Pero éste se recobra y vivifica
Sin fastidio, sin drogas de botica,
Con un remedio simple, liso y llano,
Que vuestra majestad tiene en la mano.
A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,
Y mandad que os le apliquen al instante,
Y por más que estéis débil, flaco y viejo,
Os sentiréis robusto y rozagante,
Con apetito tal, que sin esfuerzo
El mismo Lobo os servirá de almuerzo.»
Convino el Rey, y entre el furor y el hierro
Murió el infeliz Lobo como un perro.
Así viven y mueren cada día
En su guerra interior los palaciegos
Que con la emulación rabiosa ciegos
Al degüello se tiran a porfía.
Tomen esta lección muy oportuna:
Lleguen a la privanza enhorabuena,
Mas labren su fortuna
Sin cimentarla en la desgracia ajena.

La gallina de los huevos de oro – Fabulas de Samaniego

Érase una gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aún con tanta ganancia, mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla; abrióla el vientre de contado;
pero después de haberla registrado
¿qué sucedió?. Que, muerta la gallina,
perdió su huevo de oro, y no halló mina.
¡Cuántos hay que teniendo lo bastante,
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos,
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones!

La lechera – Fabulas de Samaniego

Llevaba en la cabeza
una lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
¡Yo si que estoy contenta con mi suerte!
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre le ofrecía
inocentes ideas de contento.
Marchaba sola la feliz lechera,
y decía entre sí de esta manera:
«Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
merodeen cantando el pío, pío»
«Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino;
tanto que puede ser que yo consiga
ver como se le arrastra la barriga»
«Llevarélo al mercado:
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña».
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh loca fantasía!,
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre tu cantarilla la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro:
mira que ni el presente está seguro.


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El Café de la Historia ha sido finalista en la edición 2021/22 de los Premios 20Blogs en la categoría «Ciencia«.

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