Fábulas de Fedro

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Autor: El café de la Historia


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Biografía de Fedro

Fabulas de Fedro

Gayo Julio Fedro, más conocido universalmente con el nombre de Fedro, (en latín Caius Iulius Phaedrus o Phaeder, en griego antiguo Φαῖδρος), nació alrededor del año 14 o 15 A.C. y falleció sobre el año 50 D.C..

Es un fabulista latino de origen tracio y nacido en la que fuera provincia romana de Macedonia, ex esclavo de la casa imperial y liberado por el emperador Augusto pasando a denominarse liberto, que así se denominaba a los esclavos liberados por sus amos en la Roma imperial.

Recibió una excelente educación, ya que fue llevado a Roma y formó parte de los esclavos personales del emperador Augusto. Recibió la libertad de manos del mismo Augusto.

Desarrolló su actividad literaria durante los mandatos de Tiberio, Calígula y Claudio.

Publicó en cinco libros su colección de fábulas latinas en verso.

La mayor fuente de inspiración le conecta directamente con Esopo; el resto de su obra procede de su experiencia personal o se inspira en la sociedad de su época de la cual fue un agudo observador.

Su lengua materna fue el griego, pero dominaba el latín con bastante soltura y solvencia.

Fabulas de Fedro

Aproximadamente un tercio de su obra está tomada de Esopo, cuyas fábulas adaptó; los otros dos tercios son enteramente producto de su imaginación. Al igual que su predecesor, Fedro cuenta historias sobre animales, pero también presenta figuras humanas, incluyendo al mismo Esopo.

«Esopo fue el primero en encontrar el material: yo lo pulí en versos serenos. Este pequeño libro tiene un doble mérito: hace reír a la gente y da sabios consejos para la conducción en la vida. A aquellos que me reprochan injustamente que no sólo hago hablar a los animales sino también a los árboles, les recuerdo que es diversión sobre ficción.»

«Las enseñanzas de Esopo son un ejemplo perfecto, y se debe buscar sólo el objetivo de sus fábulas: corregir los errores de los hombres, y lograr en ellos una viva imitación de la vida. Cualquiera que sea la naturaleza de un cuento, si cautiva y cumple con su propósito es válido. Por lo tanto, seguiré escrupulosamente los pasos del sabio.»

Las escasas informaciones que tenemos sobre Fedro provienen del propio fabulista, a través de su obra. Nacido en Tracia, probablemente en la colonia romana de Filipos, Fedro llegó a Roma como esclavo, aunque no se sabe a ciencia cierta en qué circunstancias. Sus manuscritos, sin embargo, le denominan Augusti libertus («liberado de Augusto»). En cualquier caso, consiguió dotarse de una buena formación intelectual, y el latín se convierte rápidamente en su segunda lengua.

Durante el mandato de Tiberio, publica sus dos primeros libros de Fábulas y rápidamente atrae ciertas enemistades poderosas. Su prólogo al Libro III quiere ser una justificación pública: niega cualquier intención o significado oculto de sus cuentos.

En este epílogo del Libro III, se dirige a Eutico, personaje desconocido, vagamente identificable con el favorito de Calígula, para obtener el perdón de sus enemigos; en los Libros IV y V, ya no alude a sus problemas con posibles enemistades, y se deduce que su alegato fue acogido favorablemente.

Su obra se recoge bajo el nombre de Phaedri Augusti Liberti Fabulae Æsopiae (Las Fábulas Esópicas de Fedro, liberado de Augusto). Consta de cinco libros que contienen ciento veintitrés fábulas versificadas. Cada libro está precedido por un prólogo y seguido por un epílogo, con la excepción del Libro I que no tiene epílogo.

Como indica el título de la colección, las Fábulas de Fedro se inspiran en Esopo: «Aesopus auctor quam materiam repperit, hanc ego poliui uersibus senariis» (Esopo, que creó la fábula, encontró el material, y yo lo he pulido en versos), escribe en el prólogo del Libro I. Sólo cuarenta y siete piezas fueron prestadas o inspiradas directamente de la obra de su predecesor Esopo.

En su obra, opta por el verso, donde Esopo eligió la prosa. El autor latino pone en escena principalmente historias de animales (que inspirarán siglos después a Jean de La Fontaine), personajes humanos, e incluso a él mismo.

El resto de su obra proviene de varias fuentes y creaciones originales. Algunos incluso parecen sacados de noticias y hechos reales contemporáneos.

Fedro no alcanzó en vida la gloria literaria a la que aspiraba, no siendo reconocido por sus contemporáneos que mayoritariamente lo ignoran, hecho del cual se queja amargamente en el prólogo del Libro III.

Cae en el anonimato y su nombre no sale del olvido hasta que, muchos siglos después, llegado el Renacimiento, se produce el descubrimiento de un antiguo manuscrito por parte de los humanistas franceses Pierre Pithou y François Pithou y que publicaron la primera edición de los cinco libros en 1596.

Transmitida de manera fragmentaria e incompleta, casi toda su obra sólo pudo ser restaurada tras la recopilación de diversos manuscritos. La más importante data del siglo XIX y ya fue la utilizada por Pierre Pithou para su edición de 1596.

A pesar de todo, tras un laborioso trabajo de recopilación y estudio, se ha llegado a la conclusión que el final del Libro I y parte del Libro V se han perdido irremediablemente.

De los dos manuscritos más antiguos de las fábulas de Fedro, el primero, el manuscrito de Pithou, se conserva hoy en día; el otro, el conocido como manuscrito de Saint-Remi de Reims, se destruyó en 1774 en el incendio de la biblioteca de esta abadía.

Fábulas de Fedro

Un cazador y un perro

Un perro valiente contra todo género de fieras, aun las mas veloces, habiendo siempre satisfecho a su amo, comenzó a desmayar por los muchos años. En una ocasión echado a reñir con un jabalí, hizo presa en la oreja; pero soltó la presa por tener ya los dientes corroídos: sentidos de esto el cazador reñía al perro: este, aunque viejo, respondió ladrando: no me falta el brío, sino las fuerzas. Alabas lo que fui, y echas menos lo que ya no soy.

Demetrio y Menandro

Demetrio, llamado Falereo, se apoderó de Atenas con tiranía. Sin embargo todos, y a porfía, como es ordinario en el vulgo, se atropellan a saludarle con alegres vivas. Aun los magnates besan la mano que los oprime, lamentándose interiormente de la triste mudanza de su fortuna. Aun los perezosos y entregados al ocio, acuden los últimos, porque no les perjudique el haber faltado a esta atención; entre los cuales Menandro, célebre por sus comedias, (las cuales había leído Demetrio, y admirado su ingenio, sin conocerle) venía con paso afeminado y lánguido, lleno de perfumes y arrastrando el vestido. Luego que el tirano le vio entre los últimos, dijo: ¿Cómo este afeminado tiene valor para ponerse en mi presencia? Respondiéronle los que venían a su lado: este es Menandro el escritor, trocado de repente, le saluda cariñosamente y le da la mano.

Fabulas de Fedro

La rana rota y el buey

En un prado, cierta vez, una rana vio a un buey,
y, tocada por la envidia de tanta grandeza,
su rugosa piel infló.

Entonces a sus hijos
preguntó si era más grande que el buey.
Ellos dijeron que no. De nuevo tensó su piel
con mayor esfuerzo, y de similar modo preguntó
quién era mayor. Ellos dijeron: «el buey».
Nuevamente indignada, mientras quiere más fuertemente
inflarse, con su cuerpo roto yació.

Unos caminantes y un ladrón

Dos hombres iban caminando a la ligera cobarde el uno, mas el otro muy valiente. Sáleles al encuentro un ladrón, y amenazándoles con la muerte, les pidió la bolsa. El animoso acometiéndole con brío, rebate la fuerza con la fuerza, atraviesa con su espada al ladrón, que no lo esperaba, y se libró del peligro con su valor. Muerto este, acudió el compañero cobarde, desenvaina el acero, y terciando el capote, dice: Déjamele, que yo le haré saber con quien se las toma. Entonces el que había vencido, le respondió: hubiérasme ayudado antes siquiera con esas palabras, y hubiera estado mas alentado, creyendo que iban de veras. Ahora envaina la espada, y juntamente esa lengua fanfarrona, para deslumbrar a otros que no te conozcan. Yo, que por experiencia he visto cuan ligero huyes, sé muy bien que no hay mucho que fiar de tu valor.

Esta fábula se debe aplicar a aquél, que se hace el valiente a golpe seguro, y en trance dudoso escapa.

Fabulas de Fedro


La zorra y el cuervo

Como de una ventana un cuervo un queso robado
quisiera comerse, sentándose en un alto árbol,
lo envidió una zorra, luego así empezó a hablar:
«¡Oh cómo es, cuervo, el brillo de tus plumas!
¡Qué gran belleza llevas en tu cuerpo y en tu rostro!
Si voz tuvieras, ningún ave superior habría».
Y aquél, mientras quiere también su voz mostrar,
de su boca abierta soltó el queso; rápidamente
la astuta zorra lo arrebató con sus ávidos dientes.
Sólo entonces gimió el cuervo, burlado por su estupidez.

Un charlatán y un rústico

Suelen los hombres engañarse por pasión, y cuando mas se obstinan en mantener su errado dictamen, verse obligados con la evidencia de la verdad a retratarle.

Queriendo un hombre rico y noble celebrar una fiestas, convidó con premios a todos, para que cada uno trajese la invención que pudiese. Concurrieron los diestros a la fama de este certamen, entre los cuales un truhán bien conocido por su gracejo, dijo, que él sabia una habilidad, que nunca se había representado en el teatro. Esparcida esta voz, conmuévese la ciudad. Faltan ya para el gentío los asientos poco antes desocupados. Pero luego que apareció en el teatro solo, sin aparato, sin compañía, la misma expectación puso a todos en silencio. En esto bajó la cabeza al pecho, y remedó tan al vivo el gruñido de un lechoncillo, que todos porfiaban sobre que le ocultaba con la capa y le mandaban que la sacudiese. Hecho esto y no hallando nada, le colman de alabanzas y le celebran con el mayor aplauso. Vio lo que pasaba un rústico, y dijo: por vida mía, que a mí no me ha de ganar; y de contado se ofreció a hacerlo él mejor al día siguiente. Acude mayor gentío; siéntase no tanto para verle, cuanto por burlarse de él, por estar preocupados a favor del otro. Salen ambos al tablado: el Truhán gruñe primero, y se lleva los aplausos y aclamaciones. Entonces el rústico, fingiendo que escondía entre el vestido algún marranillo, como de verdad lo hacia, y lo hacia con mas seguridad, por cuanto nada escondido habían hallado en el primero, tiró de la oreja al marrano verdadero, que había ocultado, y él con el dolor prorrumpió en su natural gruñido. El pueblo levanta el grito diciendo, que el Truhán lo había remedado con mas propiedad, y manda echar al rústico enhoramala. Mas él saca de su seno el marranillo, convenciendo con la evidencia su error grosero, y les dice: veis aquí, este declara, que tales son vuestros juicios.

Fabulas de Fedro

Príncipe flautero

Hubo en Roma un flautero de algún crédito, llamado Príncipe, que solía hacer el son a Batylo, cuando danzaba en el teatro. Este en ciertos juegos, no me acuerdo cuales, al moverse rápidamente una máquina, dio sin pensar una gran caída, y se rompió la canilla izquierda, aunque hubiera querido más que se le quebrasen dos de sus flautas derechas. Cogido en brazos y dando muchos gemidos, le llevan a su casa: pásanse algunos meses en curarse hasta sanar; y los mirones según su costumbre y buen humor, comenzaron a echar menos al que con sus flautas avivaba la agilidad del bailarín. Estaba para dar unas grandes fiestas cierto personaje, y ya Príncipe comenzaba a andar por su pie. Redúcele a fuerza de súplicas y dinero a que por lo menos se deje ver en público en el mismo día de los juegos. Luego que llegó, comienza a correr la voz en el teatro. Unos afirman, que es muerto: otros, que saldrá luego a las tablas. Corridas las cortinas, remedados los truenos, bajaron los dioses a hablar en el teatro en la forma ordinaria. Entonces engañó al pobre flautero, el coro de músicos y su sabida cantinela, cuya substancia era esta: Gózate Roma dichosa por la salud de tu Príncipe. Levántanse todos a aclamar. y el flautero se deshace a besamanos, porque piensa que lo hacen por él. Advierten los caballeros su error grosero, y pereciendo de risa, mandan que se repita la canción. Repítese, y el buen hombre se tiende de largo a largo en el tablado: los caballeros le aplauden por mofa: el pueblo imagina, que pide la corona, premio de estos juegos. Pero luego que se hizo patente a todos su loca persuasión, el triste del Príncipe con su pierna ligada con vendas blancas, con su vestido y zapatos blancos, engreído con el imaginado honor, que es propio, de la augusta casa, asido de los cabezones, fue por todos arrojado fuera del teatro.

Fabulas de Fedro

El lobo y la grulla

Como quedara clavado un hueso, al tragarlo, en la garganta de un lobo, vencido por el gran dolor empezó a seducir a todos con un premio para que le extrajeran aquel mal. Finalmente, fue persuadida por el juramento una grulla, que entregando la longitud de su cuello a la garganta hizo la peligrosa cirugía al lobo. Como por esto solicitara insistentemente el premio pactado, «Ingrata eres» dijo» porque sacaste incólume tu cabeza de mi boca y pides recompensa».

Las ranas pidiendo un rey

Floreciendo Atenas por la igualdad de sus leyes, la libertad descarada turbó la ciudad, y la disolución rompió el antiguo freno. Con esta ocasión, puestas en bandos las parcialidades, el tirano Pisistrato se apoderó del alcázar. Y como los atenienses llorasen su triste servidumbre; no porque el tirano fuese cruel, sino porque toda carga es pesada para los que no están hechos a ella, y hubiesen comenzado a quejarse, Esopo les contó al caso este cuentecillo.

Las ranas, que antes vagueaban libremente por las lagunas, pidieron á grandes voces a Júpiter un rey, que con rigor refrenase sus licenciosas costumbres. Sonrióse el padre de los dioses, y las dio una vigueta pequeña, la cual arrojada de improviso, con el movimiento y ruido que causó en el agua, aterró a la tímida grey. Como esta vigueta se mantuviese por largo rato clavada en el cieno, por fortuna una de ellas sacó poco a poco la cabeza del estanque, y después de haber observado bien al nuevo rey, las llama á todas. Ellas, perdido el miedo; se acercan nadando a porfía, y la chusma desvergonzada brincaba sobre el leño; y después de haberle ensuciado con todo genero de inmundicias, enviaron a pedir á Júpiter otro rey, porque era inhábil el que las había dado. Entonces las envió un culebrón, que con áspero diente comenzó a morderlas. En vano las desdichadas hacen por huir de la muerte: el miedo las embarga la voz. De secreto, pues, encargan á Mercurio, que pida a Júpiter, socorra a las afligidas. Eso no, las dice el dios: pues no quisisteis contentaros con vuestro bien, sufrid el mal que os ha venido: y vosotros también, o ciudadanos, concluyó Esopo, llevad en paciencia este trabajo, no sea que os suceda otro tanto mayor.

Los perros hambrientos

Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero
como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así
llegar fácilmente a las pieles.
Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las pieles.

El César a un criado

Hay en Roma una casta de hombres bulliciosos, que andan afanados de aquí para allí, ocupados sin que hacer, azorados sin causa metiendo la mano en todo, sin hacer nada molestos para sí y enfadadísimos para los demás. A estos pretendo corregir, si es posible, con un cuento verdadero: merece atención.

Habiendo Tiberio César, que pasaba a Nápoles, llegando a su casa de campo de Miseno, la cual edificada por Lúculo, en la cumbre de un monte, extiende sus vistas de un lado al mar de Sicilia, y de otro al de Toscana: un criado, de los que andaban faldas en cinta, y traía la túnica de lienzo de Damiata, arregazada de los hombros a la cintura, con sus flecos pendientes, al tiempo que el soberano paseaba sus amenos jardines, comenzó a regar la tierra fogosa con un regador de madera, blasonando de la oportunidad de su obsequio; pero hizo burla de él. Después tomando las vueltas, que bien sabia, se adelantó a regar otra calle, para apagar el polvo. Conocióle el César, y le penetró el pensamiento. Y cuando el pensaba haber hecho un gran negocio, le dice el soberano: oyes, ven acá. Acude volando, alegre con la cierta esperanza de alguna merced. Entonces la majestad de tan grande emperador se burló de él con este donaire: no es cosa lo que hiciste, y has trabajado en vano: que mas caras que eso vendo yo las bofetadas.

El lobo y el cordero

A un mismo riachuelo un lobo y un cordero habían llegado,
por la sed impulsados. En la parte de arriba estaba el lobo,
y bastante más abajo el cordero. Entonces, excitado por su voracidad,

el cazador un motivo de pelea introdujo;
“¿Por qué», dijo, «me enturbiaste el agua a mí, que estoy bebiendo?”
A su vez, el cordero, teniendo miedo:
“¿Cómo puedo, te pregunto, hacer eso de lo que te quejas, lobo?
El agua discurre de ti hacia mis sorbos».
Aquel, rechazado por la fuerza de la verdad,
«Seis meses antes» dijo «hablaste mal de mí».
Responde el cordero: «Ciertamente no había nacido».
» Tu propio padre,¡Por Hércules!» dijo aquél, «habló mal de mí»;
y, agarrado de tal manera, lo descuartizó en una muerte injusta.

Un ciervo y unos bueyes

Un ciervo ojeado de entre los escondrijos de un bosque, para escapar de la muerte, que la amenazaba de parte de los cazadores, se acogió a una quinta cercana, y se escondió en el matadero, que era el sitio mas a mano. Allí un buey le dijo al refugiado: ¿En qué has pensado, infeliz, que por tu pie has venido corriendo al matadero, y fiado tu vida a la merced de los hombres? A esto respondió humilde el ciervo: Vosotros por ahora no me descubráis, que yo me saldré a la primera ocasión que se ofrezca. A la luz del día suceden las tinieblas de la noche; el boyero trae ramaje para los bueyes, y no por eso ve al ciervo: entran y salen una y otra vez los demás rústicos, y ninguno repara en él: pasa por allí también el cachicán, y ni este lo advierte. Gozoso entonces el ciervo comenzó a dar muchas gracias a los pacíficos bueyes, por haberle dado asilo en su desgracia. Respondiole uno de ellos: nosotros a la verdad deseamos verte libre; pero si viniere el de cien ojos, en gran riesgo está tu vida. Al decir esto, hétele aquí el amo después de cena; y porque había observado poco antes, que los bueyes estaban desmejorados, se llega a los pesebres y dice: ¿Por qué habrá aquí tan poca hoja? aquí faltan las mullidas: ¿tanto hubiera costado quitar estas telarañas? Al tiempo que así lo registra todo, descubre también los altos cuernos del ciervo, al cual, convocada la familia, manda matar y se alza con él, como presa suya.

El lobo y el caballo

Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino.
Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado,
pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al
masticarla.
Pero el caballo le repuso:
− ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago!

Un perro y un lobo

Un lobo transido de hambre se encontró casualmente con un perro bien cebado. Saludándose mutuamente, luego que se pararon, comenzó el lobo: dime por tu vida

¿Cómo estás tan lucido, o con qué alimento has echado tanto cuerpo, cuando yo, que soy mas valiente perezco de hambre? El perro respondió llanamente: tú puedes lograr la misma fortuna, si te atreves a servir a mi amo como yo.

¿En qué? replica el lobo; en ser guarda de la puerta, y defender la casa por la noche de los ladrones, Pues estoy pronto: ahora ando expuesto a las nieves y lluvias, pasando una vida trabajosa en las selvas: ¿Cuánta mas cuenta me tiene vivir a sombra de tejado y hartarme de comida, sin tener que hacer? Pues vente conmigo, dijo el perro. Yendo los dos juntos, reparó el lobo, que el cuello del perro estaba pelado del peso de la cadena, y díjole: ¿De qué es esto, amigo? No es nada. No importa: dímelo por tu vida. Como me tienen por inquieto, me atan entre día para que descanse y vele cuando llegare la noche: suelto al anochecer; ando por donde se me antoja. Tráenme pan sin pedirlo: el amo desde su mesa me alarga los huesos, la familia me arroja sus mendrugos, y cada cual el guisado de que no gusta. Y así sin fatiga se llena la panza. Bien: ¿pero si quieres salir de casa, te dan licencia? Eso no, respondió el perro. Pues sino, concluyó el lobo, disfruta tú esos bienes que tanto alabas, que yo ni reinar quiero, si me ha de faltar la libertad.

El lobo y la cabra

Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio.
Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo:
− Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer.

Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y
crecido.
Pero la cabra le dijo:
− Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu plato.

Un hermano y su hermana

Cierto hombre tenia una hija feísima, y al mismo tiempo un hijo de gallardo y hermoso aspecto. Enredando los dos como niños, por casualidad se miraron en un espejo, que estaba en el tocador de su madre.

El chico se precia de lindo: la niña se enoja, y no sufre las chanzas del hermanito vanaglorioso, tomándolas todas (¿Cómo no?) a desprecio suyo.

Fuese, pues, corriendo a su padre, para despicarse, y acusa a su hermano de una culpa muy odiosa; porque siendo hombre, echó la mano al espejo, cosa propia de mujeres.

El padre, abrazando a los dos, besándolos y repartiendo entre ambos su tierno amor, les dice: Yo quiero que ambos uséis del espejo cada día.

Tú, hijo mío, para que no afees con los vicios tu hermosura: y tú, hija mía, para que venzas la fealdad de tu rostro con tus buenas costumbres.

El hombre y la piedra

Un día, Esopo le pidió a uno de sus esclavos que fuera a los baños públicos para ver si había mucha gente. El muchacho obedeció y se dirigió hacia los baños, pero se dio cuenta de que en la entrada había una piedra con la que todos tropezaban al intentar entrar en los baños.

Uno a uno, al chocar con la piedra, se daban la vuelta. Pero entonces vio que una de las personas, antes de entrar, de pronto miró al suelo, se agachó y retiró la piedra para no tropezar. La dejó lejos, en una esquina, para que ninguno más se cayera.

El esclavo entró entonces en los baños y echó un vistazo. Al regresar, Esopo le preguntó:

– Y bien, ¿había mucha gente?

Y él contestó:

– Hummm…. No, solo una persona.

El poeta sobre creer y no creer / Fábulas de Fedro

El creerlo todo y no creer nada, es igualmente peligroso. De uno y otro apuntaré brevemente varios ejemplos. Hipólito murió, porque se dio crédito a su madrastra; Por no habérsele dado a Casandra, fue asolada Troya. Luego se debe examinar mucho la verdad, antes que una resolución indiscreta juzgue con desacierto; mas para no desacreditar esta verdad con antiguallas fabulosas, te contaré lo que pasó en mi tiempo.

Como un marido amase mucho a su mujer, y previniese ya la toga blanca para su hijo, fue llamado aparte por un liberto suyo, que esperaba ser su inmediato heredero, si el hijo faltase; el cual después de haberle contado muchos mas de los delitos de su buena mujer, añadió lo que conocía, que había de herir más en lo vivo a quien le amaba; y fue, que a su casa venia frecuentemente a hurtadillas un hombre con quien ella perdía su fama, y desperdiciaba los bienes de la casa. Irritado él con este falso testimonio, fingió, que iba a la quinta, y quedose, oculto en el lugar: luego a la noche entró de improviso en su casa, encaminándose en derechura al cuarto de su mujer; en el cual ella había mandado dormir a su hijo, por guardarle mejor, respecto de su edad adulta. Mientras buscan luz, y mientras se azora la familia, no pudiendo contener el ímpetu de su cólera enfurecida, se llega a la cama y a tientas toca una cabeza, Luego que sintió que tenia cortado el cabello, le atraviesa el corazón con la espada, no reparando en nada, a trueque de vengar su agravio. Traída la luz, así que vio a su hijo y a la inocente esposa, que dormía en su alcoba, y rendida al primer sueño, nada había sentido, se anticipó a darse el castigo de su maldad, y se arrojó sobre la espada, que había desenvainado su credulidad. Los acusadores dieron querella contra la mujer, y la obligaron a comparecer en Roma ante los centumviros. Tenia contra sí las sospechas de la malignidad, porque poseía los bienes del difunto. Salen a la defensa sus abogados, alegando fuertemente a favor de la mujer inocente. Entonces los jueces pidieron al emperador Augusto, que les ayudase a hacer justicia, a la que estaban obligados por su juramento, porque se hallaban embarazados en una causa tan intrincada. El César, después que disipó las tinieblas de la calumnia, y halló el origen cierto de la verdad: Pague, dijo, la pena el liberto autor de esta tragedia; porque a la mujer despojada del hijo, y juntamente del marido, antes la juzgo digna de lástima, que de castigo. Que si el padre de familias hubiera examinado bien tan atroces delaciones, si hubiera desentrañado el falso testimonio hasta dar en la raíz, no hubiera arruinado su asa con funesto arrojo.

Nada desprecie el oído, ni se crea de ligero, pues tal vez pecan aun los que no pensaras, y los que no pecan son infamados con mentiras. Esto pueda también servir de aviso a los sencillos, para que no juzguen de las cosas por la opinión ajena. Porque la varia ambición de los mortales se deja llevar de su traición, y de su desafecto. Aquel tendrás bien conocido, a quien hubieres tanteado por ti mismo.

Esto he contado mas a la larga, porque he disgustado a algunos con la demasiada brevedad.

Fabulas de Fedro

El novillo, el león y el bandido / Fábulas de Fedro

Un león estaba sobre un novillo abatido. Se presentó un bandido pidiéndole una parte.

-Te la daría -dijo- si no estuvieras acostumbrado a tomártela por ti mismo.

Y rechazó al malvado. Por casualidad un inofensivo viajero llegó al mismo lugar y, al ver la fiera, echó atrás sus pasos. El león, tranquilo, le dijo:

-No temas nada y llévate con audacia la parte que se le debe a tu modestia.

Entonces, tras hacer trozos del cuerpo del novillo, se dirigió a los bosques para dejar libre acceso al hombre.

La mujer parturienta / Fábulas de Fedro

Nadie visita con agrado el lugar que le ha dañado.

En el momento del parto, transcurridos los meses, una mujer yacía en el sueño profiriendo afligidos gemidos. El marido la exhortó a que descansara su cuerpo en el lecho donde liberaría mejor el peso de la naturaleza.

-No creo -dijo ella- que sea posible de ningún modo poner fin a este mal en el lugar en que se concibió en su principio.

Un piloto y un marinero / Fábulas de Fedro

Estaba una nave a merced de los varios y encontrados,
vientos de alterado mar, y la tripulación con las lágrimas, temor y congojas de cercana muerte; serenose de súbito el furioso temporal; continuaron bogando
con próspero viento, y al punto se vio a los pasajeros.,
henchidos de gozo, solazarse con inusitada alegría.
Mas el piloto, aleccionado con la experiencia del pasado peligro, dijo así. «Puesto que en la tierra andan siempre asidos de la mano el placer y la pena, mostrémonos tan prudentes antes de llegar al deseado puerto, que tanto las expansiones como las quejas sean siempre moderadas.»

El caballo y el jabalí

Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo.
Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua.
El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco.
Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.
Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda.
-Yo enfrentaré a esa bestia -dijo el hombre- pero debes permitirme montar sobre tu lomo.
El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo.
Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte.
Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado.
Pero el hombre no pensaba desmontar.
-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo.
Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura.
Él, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo.
Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día:
-¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia, terminé siendo esclavo!

Las ranas contra el sol

Quiso casarse el sol allá en tiempos antiguos; y tanto
se alborotaron las ranas al saber la noticia,
que hubo de preguntarles Júpiter el motivo
de tan inusitadas quejas. Adelantándose en aquel
punto la más osada de entre ellas, dijo:
«Al presente el sol es uno solo, y con todo eso, abrasa y
deseca nuestras lagunas, forzándonos a morir en estas
por todo extremo áridas moradas; pregunto: ¿qué nos
sucedería si llegare a tener hijos?»

Fábulas de Fedro: Las dos perras

Fabulas de Fedro

Suelen envolver una asechanza las caricias de los malos, y para no caer en ella, nos conviene tener muy presente lo que diremos a continuación.
Una perra solicitó de otra permiso para echar en su choza la cría, favor que le fue otorgado sin dificultad alguna; pero es el caso que iba pasando el tiempo, y nunca llegaba el momento de abandonar la choza que tan generosamente se le había cedido, alegando, como razón de esta demora, que era preciso esperar a que los cachorrillos tuviesen fuerzas para andar por sí solos.
Como se le hiciesen nuevas instancias, pasado el último plazo que ella misma había fijado, contestó arrogantemente : «Me saldré de aquí, si tienes valor para luchar conmigo y con mi turba.»

Fábulas de Fedro: De un milano enfermo

Fabulas de Fedro

Hacía largo tiempo que un milano estaba enfermo,
y viéndose ya sin esperanzas de vida, rogó a su madre que acudiese al pie de los altares, y cansase a las divinidades con fervientes súplicas por el restablecimiento de su salud. «Que me place, respondió la madre; pero mucho me temo, sea todo infructuoso; porque si tú, atropellando por la reverencia debida a lo sagrado, profanaste los templos y llevaste la osadía hasta el punto de no perdonar ni aún a los sacrificios de los dioses, ¿cómo quieres que les pida clemencia en favor
tuyo?»

Fábulas de Fedro: Una vieja a un cántaro

Yacía en tierra un cántaro vacío, y ya fuese por
las heces del vino o ya por lo exquisito de su barro, es lo cierto que despedía suavísima fragancia. Violó una vieja, y después de haberle olido, dijo así: «¡Oh suave licor! ¿En qué alabanzas no me desharé al ponderar lo que antes fuiste, mostrando todavía tales reliquias?»
Lo que ahora escribo (dice Fedro) declara cuál debió ser el vigor y elegancia de lo que escribí en mejores días.

Fábulas de Fedro: Dos calvos

Fabulas de Fedro

Uno se encontró por casualidad en medio de la calle un peine; llegóselo otro, tan calvo como él, y dijo:
«A la parte, a la parte.» Mostrando el primero su hallazgo, añadió después. «Está visto, los dioses han querido favorecernos; mas por nuestra mala ventura hemos hallado, como se dice, carbones en lugar de un tesoro.»

Vídeo Fábulas de Fedro

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