La España de 1870 avanzaba a trompicones, como quien camina con una piedra en el zapato y aun así pretende correr una maratón. La monarquía pendía de un hilo, las heridas de las guerras coloniales seguían supurando, la economía parecía empeñada en hacer equilibrios y la clase política vivía instalada en esa mezcla tan patria de sospecha y puñalada discreta. En medio de aquel baile de incertidumbres se movía Juan Prim y Prats, militar catalán de biografía generosa y carácter afilado. Liberal convencido, masón reconocido, héroe en los campos de batalla y presidente del Consejo de Ministros por voluntad, esfuerzo propio y escasez de rivales que se atrevieran a medirse con él.
Sus títulos, tan numerosos como sonoros —Conde de Reus, marqués de los Castillejos, vizconde del Bruch— no amansaban su figura. Al contrario, subrayaban ese aire de hombre que incomodaba. Prim no había llegado a la cima para decorar la foto del Sexenio Revolucionario, sino para dirigirlo; al fin y al cabo, había sido uno de los artífices de La Gloriosa, la revolución que envió a Isabel II al exilio y abrió las puertas a la búsqueda desesperada de un nuevo rey. Un monarca sin demasiadas ganas de serlo y que, para colmo, tenía que sortear la hostilidad de media España.
Ese rey era Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II, recién elegido y casi recién empaquetado para su viaje hasta el trono español. Lo había traído Prim tras superar la resistencia feroz de carlistas, alfonsinos, montpensieristas y un buen puñado de republicanos, que veían en la elección del italiano un insulto a la revolución que habían apoyado. Que Prim siguiera respirando era, para muchos, un inconveniente político de primera magnitud.
De esa maraña de rencores y promesas frustradas nació un carruaje atrapado en una calle estrecha, un puñado de sombras armadas y una muerte que aún hoy, siglo y medio después, mantiene el aroma inconfundible de la conspiración.
Madrid, diciembre de 1870: política, barro y rumores
El 27 de diciembre de 1870, Madrid parecía una olla de presión. Amadeo de Saboya había sido elegido apenas un mes antes y ese mismo día embarcaba rumbo a España. En cuanto pisara Cartagena, el Gobierno debía recibirle con el boato correspondiente y sin sobresaltos. A la cabeza de ese recibimiento tenía que estar Prim, porque nadie más gozaba, o sufría, de un protagonismo tan evidente en la llegada del nuevo monarca.
La capital, mientras tanto, hervía de comentarios, advertencias y acusaciones cruzadas. La prensa, siempre dispuesta a empuñar la polémica, funcionaba como un fogón que alimentaba cualquier chispa. En los cafés se debatía a gritos, en las tertulias se desbordaba la mala uva y las mesas parecían más el preludio de un duelo a garrotazos que un espacio de discusión política.
El periódico El Combate, dirigido por un José Paúl y Angulo especialmente inflamado, había pasado en pocas semanas del fervor revolucionario al odio declarado hacia Prim, al que llamaba sin pudor “dictador”. Para rematar, días antes del atentado se publicó un editorial que invitaba a sustituir la pluma por el fusil. Un mensaje elegante donde los haya para una España ya bastante nerviosa.
En ese contexto, los avisos de que algo se estaba cociendo contra Prim no eran un secreto. El 26 de diciembre, el periodista Bernardo García acudió al diputado Ricardo Muñiz para advertirle de que se preparaba una acción violenta y que existía incluso una lista de presuntos implicados, encabezados por Paúl y Angulo. Muñiz trasladó el recado a Prim, y Prim pidió que se informara al gobernador civil. Lo sorprendente no fue el aviso, sino la absoluta ausencia de medidas extraordinarias.
Al día siguiente, García insistió en que solo se había detenido a uno de los supuestos conspiradores. Los demás seguían libres y dispuestos. El círculo de advertencias volvía a cerrarse y, aun así, el engranaje protector seguía tan inactivo como la estatua de una fuente.
Del Congreso al carruaje: la rutina de un hombre vigilado por las sombras
A pesar de los avisos, Prim llevó a cabo su jornada sin modificar hábitos. Acudió al Palacio de Buenavista, sede del Ministerio de la Guerra, despachó con la disciplina que le caracterizaba y se trasladó al Congreso para una sesión más de aquellas en las que la política del Sexenio se iba tejiendo, hilo a hilo, entre discursos, maniobras y pactos siempre frágiles.
Al caer la noche, el general salió del Congreso y se dispuso a regresar a su residencia oficial. El trayecto era el habitual: desde la Carrera de San Jerónimo hacia la calle del Turco, una vía estrecha y discreta que desembocaba en Alcalá. La calle, hoy llamada Marqués de Cubas, era un atajo práctico para quien tuviera prisa… y un escenario perfecto para quien planeara una emboscada.
En la berlina viajaban Prim, su ayudante González-Nandín y el coronel Moya. Pese al ambiente cargado y las advertencias reiteradas, la escolta era exigua. El vehículo, robusto pero no blindado, avanzaba casi confiado por una ciudad donde demasiados sabían que el general acumulaba enemigos capaces de cualquier cosa.
La trampa perfecta: la calle del Turco se encoge
Los hechos posteriores demostraron que el atentado no fue obra de improvisados. La operación parecía preparada con una precisión casi militar. Varios coches de caballos se colocaron estratégicamente a lo largo de la calle del Turco: dos bloqueaban el paso por delante y otro cerraba la vía por detrás, dejando al carruaje de Prim atrapado en un embudo perfecto. Algunos hombres aguardaban en portales y en una taberna con salida doble.

Cuando la berlina del general avanzó hasta quedar encajada, los vehículos-cortina cerraron filas. El coche se detuvo sin remedio. De la sombra emergieron siluetas armadas. Los atacantes, que según numerosas reconstrucciones se coordinaban mediante silbidos, abrieron fuego desde ambos lados.
Las balas atravesaron la carrocería y los cristales. Prim recibió impactos en el hombro, el codo y la mano; parte de un dedo quedó destrozado. Su ayudante también resultó herido. El coronel Moya, por pura suerte o providencia, salió indemne.
Tras la primera descarga vino otra. Y después, la retirada meticulosa de los vehículos que bloqueaban la calle, como si la escena formara parte de una obra ensayada. El cochero, aturdido pero decidido, condujo hacia Buenavista.
En la calle de Alcalá, según algunas investigaciones, aguardaba un segundo cerrojo, otra emboscada lista para rematar la faena. No llegó a activarse, porque el carruaje maltrecho pasó de largo antes de que nadie pudiera reaccionar. Un golpe de suerte que no evitó el destino final.
Tres días entre vendas, partes oficiales y un final oscuro
De regreso en Buenavista, Prim fue atendido por los médicos. Los comunicados oficiales insistieron en que el estado del general era preocupante pero no mortal. Se habló incluso de una evolución favorable y se estableció un sistema de partes cada seis horas para tranquilizar al país.
Según la versión oficial, Prim murió el 30 de diciembre debido a infecciones derivadas de las heridas, quizá sepsis, quizá erisipela. Los documentos judiciales describieron una lesión “mortal de necesidad” en el hombro. Durante décadas, esa explicación se repitió como un dogma que nadie parecía dispuesto a cuestionar.

Sin embargo, más de un siglo después, el análisis moderno del cuerpo embalsamado del general abrió una puerta inquietante. Forenses de varias universidades estudiaron la momia y señalaron que las heridas de bala no parecían por sí solas suficientes para provocar la muerte. En cambio, detectaron señales compatibles con un estrangulamiento: un surco en el cuello y signos de asfixia.
La posibilidad de que Prim fuera rematado en su habitación, en algún momento de los tres días de aparente agonía, transformó el relato. Pasó de ser un atentado callejero a un crimen político ejecutado en dos actos, uno público y otro íntimo, ambos igual de turbios.
¿Quién quería a Prim muerto? El catálogo de sospechosos
Las investigaciones coinciden en que el ataque no fue obra de exaltados espontáneos, sino de sicarios bien organizados. El debate no gira en torno a quién apretó el gatillo, sino a quién dio las órdenes.
Durante mucho tiempo, los dedos apuntaron al republicano Paúl y Angulo, director del incendiario El Combate. Algunos estudios le situaban al frente del grupo atacante, acompañado por otros republicanos y con apoyo de elementos cercanos a Serrano y al duque de Montpensier.
Pero las revisiones más recientes han desmontado gran parte de esa teoría. No hay pruebas firmes de su presencia en la calle del Turco. De hecho, algunos historiadores lo presentan como el chivo expiatorio ideal: un agitador incómodo al que resultaba sencillo culpar de cualquier exceso.
Otros nombres emergen en niveles más profundos de la trama. El más mencionado es el de José María Pastor, jefe de escolta de Serrano y experto en reclutar informadores y matones. Su papel como posible coordinador de los sicarios ha ganado fuerza en los últimos años.
Por encima de todos ellos se alzan las sospechas más comprometedoras. El duque de Montpensier, eterno aspirante al trono, aparece como posible financiador o instigador. Otros estudios, más recientes y polémicos, apuntan directamente a Serrano, compañero de revolución de Prim pero rival político en la práctica.

El catálogo de sospechosos es tan amplio que parece escrito por un novelista aficionado a las intrigas palaciegas. Lo único claro es que el asesinato no fue fruto del azar. Alguien con poder quiso a Prim fuera del tablero.
- González-Cuevas Labella, José Antonio(Autor)
Una momia, una calle y un crimen que se resiste a morir
El magnicidio de Prim ha sobrevivido al tiempo con una terquedad admirable. Cada época lo ha interpretado a su manera. La Restauración prefirió mirar hacia otro lado para no incomodar a personajes influyentes. El siglo XX lo trató como una herida cerrada. Y en el XXI, la momia del general ha despertado un interés renovado, alimentando debates, teorías y documentales.
La antigua calle del Turco, ahora Marqués de Cubas, parece hoy un rincón tranquilo. Pero quien la recorra con algo de imaginación puede visualizar la berlina atrapada, los caballos inquietos y los disparos rebotando entre las fachadas.
Los archivos continúan desvelando fragmentos del puzle, aunque cada pieza nueva suele traer una duda más. Así funcionan los grandes enigmas históricos: cuanto más se investigan, más escurridizos se vuelven.
Lo que permanece inamovible es el hecho inicial. En diciembre de 1870, alguien decidió que Juan Prim debía desaparecer. Tres días después del atentado, el general murió, oficialmente por las heridas, quizá por estrangulamiento según los estudios modernos. Un crimen calculado que alteró el rumbo de la monarquía de Amadeo y dejó una sombra larga sobre la política española.
Vídeo: “El misterioso asesinato de Prim”
Fuentes consultadas
- Dorado Fernández, E., Carrillo Rodríguez, M. F., Sánchez Sánchez, J. A., Anadón Baselga, M. J., Pera Bajo, F., & Perea Pérez, B. (2020). La muerte del general Prim. Estudio histórico y médico legal. Revista Internacional de Antropología y Odontología Forense, 3(1), 31–54. https://aeaof.com/media/revista/5/LA%20MUERTE%20DEL%20GENERAL%20PRIM.pdf
- Robledo Acinas, M. M., & Koutsourais Rodríguez, I. J. (2014). Estudio médico legal del general Prim. Revista IUS, 8(34). https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-21472014000200012
- Rubio, J. (2020). Juan Prim: sus años de gobernante, su asesinato. Una revisión necesaria. Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación. https://cpage.mpr.gob.es/producto/juan-prim-sus-anos-de-gobernante-su-asesinato-una-revision-necesaria
- Muñiz, F. (2025, agosto 29). Los hermanos Bécquer y Los Borbones en pelota: sátira, pinceles y desvergüenza en pleno siglo XIX. El café de la Historia. https://www.elcafedelahistoria.com/los-borbones-en-pelota/
- Caro Cancela, D. (2020). El asesinato del general Prim, su bicentenario y los negocios de la Historia. Trocadero. Revista del Departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte, 32(extraordinario), 251–268. https://doi.org/10.25267/TROCADERO.2020.V32.I1.15
- Cervera, C. (2021, 12 de noviembre). La última investigación sobre la muerte de Prim apunta al general Serrano y exculpa a los republicanos. ABC Historia. https://www.abc.es/historia/abci-ultima-investigacion-sobre-muerte-prim-apunta-general-serrano-y-exculpa-republicanos-202111120032_noticia.html
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