Corría el año 2011. En un rincón del Brasil más administrativo, concretamente en Vila Velha, Espírito Santo, una contadora —que en España sería algo entre una contable con cara de viernes por la tarde y un alma atrapada en un Excel perpetuo— se convertía en protagonista involuntaria de una historia que desafiaría los límites de lo laboral, lo médico y lo judicial. Se llamaba Ana Catarina Bezerra. Tenía 36 años, una oficina, un ordenador, una enfermedad rarísima y una necesidad apremiante de alcanzar el clímax… unas 18 veces al día.
¿Una licencia para masturbarse en el trabajo? No es el argumento de una comedia escatológica ni el piloto de una serie de HBO con pretensiones de escándalo. Es la realidad burocrática, médica y judicial que vivió esta mujer, diagnosticada con una dolencia que parece escrita por un guionista con resaca: compulsión orgásmica crónica, también conocida en círculos médicos más serios (y menos sensacionalistas) como trastorno de excitación genital persistente.
Una contadora, un córtex y un problema persistente
Ana Catarina Bezerra no buscaba atención mediática, ni quería formar parte de los manuales del derecho laboral brasileño. Simplemente intentaba vivir una vida razonablemente normal, lo cual se complica cuando tu cerebro decide que necesitas un orgasmo cada 30 minutos para no colapsar de ansiedad. No se trataba de un asunto de placer, sino de supervivencia emocional y fisiológica.
Según los informes médicos presentados en su caso, esta condición se debía a una alteración neuroquímica en el córtex cerebral, un lugar de nuestro mapa mental que no suele asociarse con la lujuria pero que, de vez en cuando, decide rebelarse como si de un pub adolescente se tratara. El neurotransmisor culpable —según se apuntó— era la dopamina, ese químico que nos da la felicidad, el impulso y, al parecer, el impulso de bajarse los pantalones en plena jornada laboral.
Masturbación por prescripción médica: de la consulta al tribunal
Aquí es donde el asunto se vuelve delicioso (desde el punto de vista narrativo, claro está). A Bezerra le recetaron lo que a cualquiera le parecería una excusa de instituto: masturbarse. Regularmente. En la oficina. En el baño, en su mesa, en el archivo… donde pillara. Porque si no lo hacía, su ansiedad se disparaba, su concentración se iba al garete y su salud mental empezaba a descomponerse como una croqueta olvidada en el microondas.

Naturalmente, sus compañeros de trabajo no estaban encantados con el espectáculo ni con los sonidos de fondo que acompañaban los informes contables. El clima laboral comenzó a deteriorarse con rapidez, como puede uno imaginar, hasta que Bezerra se encontró en el ojo del huracán: acusaciones, quejas y amenazas de despido.
Fue entonces cuando esta contadora con una vida sexual tan intensa como involuntaria decidió llevar su caso a los tribunales. Lo hizo armada con un diagnóstico, un abogado y un argumento jurídico que mezclaba medicina, derechos laborales y una pizca de vergüenza ajena nacional.
La sentencia que hizo historia (y titulares en todo el mundo)
El juez encargado del caso —cuya identidad permanece en el anonimato— no tardó mucho en deliberar. Revisó la documentación médica, escuchó los testimonios y llegó a una conclusión sin precedentes: Ana Catarina Bezerra tenía derecho a masturbarse durante su jornada laboral. Pero no por placer, sino por necesidad médica.
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La sentencia fue clara. Sus pausas masturbatorias eran equiparables a un tratamiento de salud, igual que el inhalador de un asmático o el descanso obligatorio de un empleado con lumbalgia. Y así, con el sello de la justicia brasileña, nacía un nuevo paradigma: el derecho al orgasmo terapéutico en el puesto de trabajo.
La noticia, como era de esperar, se propagó como pólvora mojada en gasolina viral. Medios de todo el mundo se hicieron eco, generalmente con un tono entre el estupor, la risa y el chascarrillo facilón. Pero detrás del humor involuntario, la historia planteaba cuestiones serias sobre los derechos de los trabajadores con enfermedades poco convencionales, sobre la escasa empatía social hacia los trastornos que afectan a la sexualidad y sobre el papel de la medicina en espacios tan rígidos como las oficinas.
El trastorno de excitación genital persistente: ni divertido ni deseado
Conviene aclarar —para quienes ya estén fantaseando con un diagnóstico sospechosamente oportuno— que el trastorno de excitación genital persistente (PGAD, por sus siglas en inglés) es un infierno disfrazado de deseo constante. No tiene nada que ver con el placer ni con el apetito sexual, y mucho menos con la promiscuidad o el vicio. Es una condición neurológica que provoca una excitación genital involuntaria, persistente, molesta y clínicamente significativa. Es decir: un infierno silencioso y mal entendido.
Afecta a mujeres más que a hombres (aunque ellos tampoco están exentos), y su diagnóstico es extremadamente raro. No existen cifras oficiales muy precisas, pero los pocos estudios que se han realizado apuntan a una prevalencia inferior al 0,1% de la población. Lo más frecuente es que sea mal diagnosticado, estigmatizado o, directamente, ignorado.
En el caso de Bezerra, la condición se trató con un cóctel de medicamentos que incluía ansiolíticos y reguladores del sistema dopaminérgico. Pero incluso con el tratamiento farmacológico, las pausas eran inevitables.
¿Qué fue de Ana Catarina Bezerra?
Después de la sentencia, Ana Catarina Bezerra desapareció del foco mediático. Se sabe que continuó su tratamiento, que su caso sirvió como precedente en debates médicos y laborales, y que probablemente se arrepintió de no haber nacido en una época donde el teletrabajo le habría solucionado la vida (y gran parte de los titulares).
Dejó tras de sí una estela de carcajadas nerviosas, titulares sensacionalistas y algún que otro debate serio, aunque breve, sobre los límites entre la intimidad, la medicina y la productividad. ¿Tiene derecho una persona a masturbarse en el trabajo si su salud depende de ello? Según un juez brasileño, sí. Según la lógica humana, depende. Según los medios, una mina de clics.
La moraleja que no querías, pero te llevas igual
No se trata de un caso aislado de exhibicionismo ni de una anécdota subida de tono para animar la sobremesa. Es una historia sobre lo complicado que es encajar ciertas enfermedades en un mundo que no tiene tiempo ni paciencia para lo raro, lo incómodo o lo que no se puede decir sin sonrojarse.
Una historia que plantea preguntas sin respuesta fácil: ¿cómo tratar una dolencia que exige la intimidad más extrema en el lugar menos íntimo? ¿Hasta qué punto una empresa debe adaptarse a condiciones que no entran en el protocolo de riesgos laborales? ¿Y por qué seguimos riéndonos de lo sexual cuando es simplemente otra expresión del cuerpo humano, aunque se descontrole?
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Fuentes consultadas
- Folha de S.Paulo. (2011). Mujer con enfermedad rara consigue derecho de masturbarse en el trabajo. https://www1.folha.uol.com.br/cotidiano/2011/05/913015-mulher-com-doenca-rara-consegue-direito-de-se-masturbar-no-trabalho.shtml
- Biobío Chile. (2011). Brasilena gana juicio para masturbarse en su lugar de trabajo. https://www.biobiochile.cl/noticias/2011/05/13/brasilena-gana-juicio-para-masturbarse-en-su-lugar-de-trabajo.shtml
- Merck Manuals (MSD). (2023). Trastorno de excitación genital persistente. https://www.msdmanuals.com/es/hogar/salud-femenina/funci%C3%B3n-y-disfunci%C3%B3n-sexual-en-la-mujer/trastorno-de-excitaci%C3%B3n-genital-persistente
- Medscape Español. (2020). El trastorno de excitación genital no tiene por qué ser placentero. https://espanol.medscape.com/verarticulo/5904975
- Qdolor. (2024). Bloqueo del nervio pudendo para el trastorno de excitación genital persistente (PGAD). https://www.qdolor.com/bloqueo-del-nervio-pudendo-para-el-trastorno-de-excitacion-genital-persistente-pgad/
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