Hay apodos que están inevitablemente ligados a ciudades. Por ejemplo, París es la «ciudad del amor» e incluso de la luz, de la misma manera que a Roma se le llama la ciudad eterna.
Las Vegas es la ciudad del pecado o Barcelona la ciudad condal.
Hay apodos que están inevitablemente ligados a ciudades. Por ejemplo, París es la «ciudad del amor» e incluso de la luz, de la misma manera que a Roma se le llama la ciudad eterna.
Las Vegas es la ciudad del pecado o Barcelona la ciudad condal.
Y Nueva York… bueno, Nueva York es La Gran Manzana.
Pero, un momento, ¿de dónde viene este curioso sobrenombre? Porque, seamos sinceros, a nadie se le ocurre relacionar a una urbe gigante y caótica con una simple fruta sin un buen motivo. Pues bien, vamos a desgranar esta historia que tiene más capas que una cebolla, aunque con un toque más dulce.
El origen más aceptado —que, por cierto, tiene algo de aroma a establo y sudor equino— nos lleva de vuelta a los años veinte del siglo pasado. Por aquel entonces, John J. Fitz Gerald, periodista deportivo del New York Morning Telegraph, se encontraba cubriendo las carreras de caballos, esa actividad tan glamurosa como incomprensible para quienes no saben distinguir entre una yegua y un purasangre. El 3 de mayo de 1921, en una crónica escrita desde Nueva Orleans, Fitz Gerald utilizó por primera vez la expresión «La Gran Manzana». ¿El contexto? Las carreras de caballos en Nueva York, consideradas la gran meta para jockeys, entrenadores y toda la fauna humana que giraba alrededor de estos eventos.
La frase le debió de gustar mucho, porque tres años después, en 1924, decidió bautizar su columna como «Around the Big Apple». Ahí dejó claro que «solo hay una Gran Manzana, y esa es Nueva York». Y así, entre apuestas, herraduras y una pizca de creatividad, el término comenzó a abrirse camino en el imaginario colectivo. Fitz Gerald incluso vivió entre 1934 y 1963 en la esquina de West 54th Street con Broadway, que décadas después, en 1997, fue rebautizada como Big Apple Corner. Un homenaje que, aunque tardío, es justo.
A pesar del entusiasmo del periodista y su columna, el nombre de La Gran Manzana no se hizo tan popular entre los neoyorquinos durante sus primeras décadas. Quizás porque a los habitantes de la ciudad les sobraban razones para referirse a su hogar con otros términos más directos, y probablemente menos publicables. Nueva York, después de todo, era un lugar donde la vida te golpeaba con la fuerza de un taxi en hora punta.
Fue en los años setenta cuando el apodo resucitó gracias a una campaña promocional de la Oficina de Convenciones y Turismo de Nueva York (hoy conocida como NYC & Company). En plena crisis económica y social, con tasas de criminalidad por las nubes y una reputación internacional que dejaba mucho que desear, la ciudad necesitaba urgentemente una lavada de cara. Y ahí es donde entra La Gran Manzana, esta vez adornada con un toque de sofisticación y optimismo, como si la fruta hubiese pasado de ser un simple alimento a un icono cultural.
La campaña fue todo un éxito. El término comenzó a aparecer en guías de turismo, camisetas y todo tipo de merchandising. La imagen de Nueva York pasó de ser la de una urbe peligrosa y decadente a la de una ciudad vibrante, multicultural y, por supuesto, llena de oportunidades. Incluso los propios neoyorquinos empezaron a aceptar con cierta resignación y orgullo irónico el apodo que, décadas antes, habían ignorado.
Por supuesto, en esta historia no faltan teorías alternativas para intentar explicar el apodo. Algunas de estas versiones son tan curiosas como improbables:
Si lo piensas, la manzana no parece un símbolo evidente para una ciudad tan vertiginosa y caótica como Nueva York. ¿Por qué no «El Gran Melón» o «La Gran Pera»? Bueno, resulta que la manzana tiene un simbolismo cultural muy arraigado. Desde la historia bíblica de Adán y Eva hasta la manzana de Newton, esta fruta ha representado tanto el conocimiento como la tentación. Y, seamos honestos, si algo caracteriza a Nueva York es su capacidad para tentarte con todo tipo de placeres.
Además, hay que reconocer que en el lenguaje visual, una manzana es simple, reconocible y, lo más importante, exportable como se ha demostrado a lo largo de las décadas con este inseparable binomio compuesto por Nueva York y la Malus domestica, manzana en el lenguaje de los mortales.
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
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