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El día que paracaidistas americanos aterrizaron en Melilla por error y la Legión no estaba para bromas

Corría el 8 de noviembre de 1942, una fecha marcada a fuego en los anales de la Segunda Guerra Mundial por el inicio de la Operación Torch, la invasión aliada del norte de África. Mientras las fuerzas angloestadounidenses desembarcaban en las playas de Marruecos y Argelia, un curioso incidente tuvo lugar en el Protectorado español de Marruecos, cerca de Melilla.

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El error de cálculo que llevó a los paracaidistas a Zeluán

Lo que debía ser un salto calculado sobre el norte de África francés, se convirtió en un festival de la mala orientación. En plena madrugada de ese 8 de noviembre de 1942, tres aviones estadounidenses, cargados de paracaidistas listos para la gloria en Orán, terminaron aterrizando en las inmediaciones de Zeluán, una localidad del protectorado español, a medio tiro de piedra de Melilla.

Ni siquiera habían tocado tierra hostil y ya estaban fuera de juego.

El error fue, en esencia, un cóctel de mala cartografía, brújulas traicioneras y órdenes de mantener las radios apagadas para no alertar al enemigo. Resultado: confundieron la laguna de Mar Chica con la costa argelina.

Para ellos, era la Francia de Vichy, la del Mariscal Pétain; para los que les vieron caer del cielo, era territorio español con todas sus letras y con una Bandera de la Legión con muy malas pulgas.

Mar Chica
El lugar de los hechos

Los soldados, desconcertados al ver que nadie les recibía con metralla, cañonazos ni una triste granada se parapetaron como pudieron, creyendo que aún formaban parte de la operación Torch.

Lo que no sabían es que estaban a punto de protagonizar un episodio surrealista de la historia militar del siglo XX. Y sin haber disparado un triste tiro.

Rendición sin disparos

Una vez rodeados por la Legión —y conscientes de que estaban en el lugar equivocado, con la bandera equivocada y con fusiles apuntándoles desde el bando menos esperado— los paracaidistas estadounidenses hicieron gala de pragmatismo.

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El coronel español al mando, un tal Serrano Montaner que no estaba para tonterías, envió a un sargento con conocimientos de inglés y cara de pocos amigos para transmitirles que si su intención era atacar a las fuerzas españolas, sólo tenían dos opciones, o entregarse como prisioneros desarmados o salir muertos. Tal cual.

El mensaje era sencillo: “O se rinden o les rendimos».

«… Por el momento no ataquen, pero si ellos empiezan primero, trate de mantenerlos a raya, y si reciben refuerzos acabe con todos; pero si después de las explicaciones, se quedan quietos, espere a que yo llegue. Nada de locuras por nuestra parte». 

Órdenes de Serrano Montaner

El oficial americano, que no era tonto y tenía más sentido común que patriotismo mal entendido optó por rendirse. Sin un solo disparo, sin una mala palabra y la dignidad justa para no parecer turistas despistados buscando la Sagrada Familia.

Las armas fueron entregadas, los soldados escoltados e internados, y España, oficialmente neutral pero con muchos matices, se convirtió por unas horas en el inesperado anfitrión de una unidad completa de paracaidistas yanquis. No hubo combate, pero sí una escena digna de Berlanga: legionarios rodeando a americanos confundidos, mientras en Madrid probablemente alguien se servía temblorosamente un coñac preguntándose qué narices estaba pasando allí abajo.

La Operación Torch y su contexto

La Operación Torch, traducible como Operación Antorcha, aunque bien podría haberse llamado “A ver cómo nos metemos en África sin que se líe demasiado la cosa”, fue la primera gran ofensiva angloamericana en el teatro de operaciones del Mediterráneo. Iniciada el 8 de noviembre de 1942, tenía como objetivo desembarcar tropas en el norte de África controlado por la Francia de Vichy.

Desembarco en el marco de la Operación Torch
Desembarco en el marco de la Operación Torch

Más de 100.000 soldados aliados se lanzaron a las playas de Marruecos y Argelia con la esperanza de abrir un nuevo frente, presionar desde el sur a las fuerzas del Eje y, de paso, ensayar lo que más adelante sería el desembarco en Europa continental. Lo que no esperaban era que algunos comandos acabasen en territorio español, una nación oficialmente neutral.

Reacción española y consecuencias diplomáticas

España, en 1942, no estaba para meterse en guerras ajenas. Oficialmente neutral, extraoficialmente simpatizante del Eje y en la práctica «a mí no me metan en jaleos», el régimen franquista observaba la Segunda Guerra Mundial como quien mira un incendio desde la ventana de casa: con cierta emoción, pero sin intención alguna de mojarse. Así que cuando un contingente de soldados norteamericanos apareció en suelo español por error —y encima armados hasta los dientes—, la diplomacia franquista tuvo que improvisar una coreografía digna de ballet: firmeza, cordialidad y mucha, mucha ambigüedad.

El incidente se gestionó con sigilo, sin aspavientos ni titulares escandalosos. Los soldados fueron internados y posteriormente devueltos a sus mandos. Franco, que ya había tenido sus flirteos con Hitler pero comenzaba a ver que la guerra no pintaba tan bien para el Eje, optó por usar el percance como un ensayo de funambulismo pragmático: ni provocar a los Aliados ni ofender al Führer.

Todo un acto de fino equilibrismo si tenemos en cuenta que a unos 5.000 kilómetros de esta playa melillense España tenía desplegada a la División Azul.

El resultado fue un episodio diplomático resuelto con más sutileza de la que el régimen solía practicar. No hubo represalias, ni notas de protesta altisonantes, ni desfiles de propaganda. Solo una anécdota incómoda que, con el tiempo, se convirtió en una nota a pie de página en los manuales de historia.


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Fuentes consultadas

  1. El Debate
  2. Wikipedia
  3. El Faro de Melilla

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