En la vasta galería de escritores geniales con tendencias extravagantes, el francés Víctor Hugo ocupa un lugar privilegiado.
Es el autor de Los Miserables, Nuestra Señora de París y otras joyas literarias que han sido adaptadas, reinterpretadas y rentabilizadas hasta la saciedad. Pero hubo un periodo en la vida del célebre literato en el que su pluma dejó de describir las penurias de Jean Valjean para volcarse en otra cosa: el más allá. Literalmente. Espiritismo. Charlas con difuntos. Sesiones de ouija. Todo eso, y más, ya verán,
Y ya avisamos que esto no es un rumor; el mismo interesado dejó constancia por escrito en su Libro de las mesas parlantes, un testimonio tan fascinante como delirante de sus encuentros con el otro lado.
La isla de Jersey: destierro y fantasmas
Esta historia empieza con un exilio. Porque, antes de ser estatua nacional y sello postal, Víctor Hugo fue un opositor incómodo para el Segundo Imperio Francés. Cuando Napoleón III dio su golpe de Estado en 1851, Hugo no se anduvo con medias tintas: lo llamó “Napoleón el Pequeño” y se ganó un exilio en las Islas del Canal.
Allí, en Jersey, empezó una etapa que, de haberse tratado de otro autor, habría acabado en tedio y paseos junto al acantilado. Pero hablamos de Víctor Hugo.
En su caserón sobre el mar embravecido, rodeado de bruma atlántica y con un grupo de familiares, amistades y aduladores varios —“Clan Hugo”—, el escritor decidió que ya estaba bien de política y que era hora de conversar con los espíritus. Así, entre 1853 y 1855, se entregó con fervor místico a sesiones de “mesas giratorias”, una versión pocha y espiritualoide del Scrabble que arrasaba por entonces entre la burguesía europea.
¿Está por ahí la tía Gertrudis o Shakespeare con ganas de palique?
Las tables tournantes eran una práctica espiritista en la que se colocaba una mesa (preferiblemente de tres patas, para no hacer corto de dramatismo) en el centro de una habitación, se apoyaban las manos sobre ella, y se esperaba que girara o diera golpecitos en respuesta a las preguntas formuladas. Un golpe para “sí”, dos para “no” y, si había tiempo, todo un alfabeto a base de golpecitos.

Hugo no solo participó en estas sesiones, se auto erigió como «enlace» entre lo ignoto y los tristes mortales y las documentó con minuciosidad de miniaturista medieval. Más de cien encuentros con entes del más allá, recogidos con fervor casi notarial. El resultado fue Le Livre des Tables (El libro de las mesas parlantes), que no se publicó en vida del autor, pero que ha sobrevivido como un testimonio involuntariamente literario de su etapa más excéntrica.
Hoy visita nuestra mesa: Galileo, Shakespeare y hasta Jesús
No se piensen que Hugo convocaba a su abuelo o al vecino difunto. No. Cuando uno es Víctor Hugo, no se conforma con espíritus de segunda fila. En sus sesiones espiritistas aparecieron personajes de la talla de Galileo, Platón, Shakespeare, Molière, Dante, Newton, el propio Jesucristo y hasta “el océano” como ente parlante.
Porque ¿por qué hablar con la solterona de la tía Gertrudis cuando puedes preguntarle al mar directamente?
Cada sesión era una mezcla de teatro, metafísica y surrealismo. Por ejemplo, Galileo explicaba que la Tierra no giraba en torno al Sol, sino en torno al Amor. Newton, por su parte, defendía la existencia de una ciencia celeste basada en vibraciones espirituales. Y Homero confirmaba que, en efecto, él había existido, pero hablaba en verso, cosa que, por supuesto, encantaba a Hugo. Una delicia, oigan.
Y si todo esto suena a performance coral, es porque lo era. Pero también había algo profundamente emocional: Hugo, que había perdido a su hija Léopoldine en un trágico accidente náutico, buscaba consuelo, sentido, redención incluso. En algunas sesiones, afirmaba comunicarse directamente con ella, una experiencia que, para él, era profundamente transformadora.
Víctor Hugo y las mesas parlantes ¿Genialidad o desvarío?
Y a estas alturas es lícito preguntarse: ¿se había vuelto loco Víctor Hugo? Pues no, al menos no clínicamente. En la época, el espiritismo era una moda intelectual entre lo chic y lo esotérico, una forma de enfrentarse al racionalismo ilustrado con un toque de misterio romántico. Desde Madame Blavatsky a Conan Doyle, muchos grandes nombres se sumaron al fenómeno.
En el caso de Hugo, la experiencia se entrelaza con su literatura. Aunque el Libro de las mesas parlantes no forma parte del canon oficial, muchos críticos han visto ecos de estas sesiones en sus obras posteriores. De hecho, Los Trabajadores del Mar y La leyenda de los siglos están trufadas de imágenes espirituales, visiones del más allá y reflexiones cósmicas que bien podrían haber salido de alguna sesión de ouija enJersey.
El libro maldito que no quiso publicar
Curiosamente, Victor Hugo nunca publicó el Libro de las mesas parlantes en vida, quizá por temor al ridículo o por simple pudor. El manuscrito quedó guardado como una rareza familiar, y no fue hasta 1923 cuando vio la luz, editado por descendientes del clan. Lo que se encontró fue un documento insólito, a medio camino entre el diario íntimo, el manifiesto filosófico y el delirio místico.

Hoy se puede leer como una joya de la literatura esotérica, pero también como el retrato íntimo de un hombre que, en pleno exilio, decidió dialogar con la eternidad desde el salón de su casa. Un gesto tan literario como reconfortantemente humano.
Top 10 de los «visitantes» a la mesa
1. Espíritu de su hija Léopoldine
Mensaje clave:
“Padre, la muerte no existe. He cambiado de forma, pero no de amor.”
Aparece repetidamente como figura amorosa y consoladora. Las sesiones con ella fueron profundamente emotivas y marcaron la motivación íntima de Hugo para continuar el contacto con el más allá.
2. Shakespeare
Mensaje clave:
“Soy el que escribió la sombra. En el teatro terrestre dejé mis máscaras. Ahora escribo con luz.”
Se expresa con tono lírico y grandilocuente. Confirmó que era él, el autor inglés, y habló en metáforas sobre el arte, el alma y la eternidad.
3. Galileo Galilei
Mensaje clave:
“La Tierra gira en torno al amor, no al Sol. El universo es un poema, no una máquina.”
Sí, desafió incluso su propia teoría heliocéntrica. A través de Hugo, Galileo se reinventó como un poeta cósmico de la vibración espiritual.
4. Moisés
Mensaje clave:
“Las tablas que traje fueron dictadas por la vibración divina. Todo lo que vibra es ley.”
Moisés habló como legislador cósmico, fusionando religión con magnetismo universal. Su tono era solemne, oracular, y digno de un patriarca.
5. Juana de Arco
Mensaje clave:
“No fui mártir, fui llama. La espada fue mi palabra.”
Describió su misión como un acto de sacrificio visionario, pero se presentó como una entidad activa y luminosa, no doliente ni sumisa.
6. Napoleón Bonaparte
Mensaje clave:
“Fui el puño del siglo. Ahora soy solo sombra entre sombras.”
Napoleón no se mostró especialmente arrepentido, pero sí más filosófico que en vida. Reflexionó sobre el poder y su vaciedad tras la muerte.
7. Jesucristo
Mensaje clave:
“No vine a fundar iglesias, sino a encender espíritus.”
La figura que se presentó como Jesús fue clara: su mensaje fue desviado por las instituciones religiosas. Habló en tono mesiánico, pero también accesible.
8. Molière
Mensaje clave:
“Reí de los vivos, ahora sonrío a los muertos. La comedia sigue.”
Aparece como figura irónica, burlona, casi cómica. Dio respuestas ingeniosas, jugando con el lenguaje, como si siguiera representando en el teatro celestial.
9. Dante Alighieri
Mensaje clave:
“El Infierno era metáfora. El alma lo crea. Y lo destruye.”
Dante se expresó con tono críptico, como un viajero eterno entre planos. Habló del alma humana como generadora de su propio destino, celeste o infernal.
10. El Océano
Mensaje clave:
“Soy pensamiento sin forma. Soy la memoria de Dios en movimiento.”
Sin lugar a dudas, de las entidades más desconcertantes. No era persona, sino entidad natural. Hablaba como una conciencia planetaria, con frases poéticas y a menudo crípticas.
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Fuentes consultadas acerca de Víctor Hugo y las mesas parlantes
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EL AUTOR
Fernando Muñiz
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.

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