El café de la Historia - El culto cargo

El Culto Cargo

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Autor: El café de la Historia


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En la película La Vida de Brian, una de las muchas cosas que los Monty Python reflejaron de manera magistral fue la rapidez con la que puede dar comienzo un nuevo culto religioso.

Puede surgir casi de la nada y llegar para quedarse, incorporándose al acervo popular de toda una sociedad durante generaciones.

El culto cargo

El «culto cargo» es el ejemplo más reciente y, también, un ejemplo de manual y paradigmático de nacimiento de una nueva religión, estudiado y observado casi en tiempo real.

Para ubicarnos debemos viajar a las idílicas islas de la Melanesia, en el Océano Pacífico, y retroceder temporalmente hasta mediados del siglo XX.

A anteayer prácticamente.

Melanesia

En aquella zona y por aquella época aún existían tribus que apenas habían sido contactadas por el «hombre blanco» por lo remoto de su situación y, dicho sea de paso, por el escaso interés de los nativos por todo lo exterior.

En la década de 1940 y a causa de la Segunda Guerra Mundial empiezan a aparecer occidentales por aquellas latitudes, concretamente estadounidenses, a los que aquellos lejanos parajes les iban de maravilla para la logística en su guerra contra los japoneses.

El contacto fue pacífico y mientras los yankis se iban estableciendo en sus dominios, los isleños -muchos de ellos contratados para trabajar en sus bases- se percataron que aquellas personas extranjeras llegadas de Dios sabe dónde disfrutaban de unas maravillas tecnológicas que ellos ni habían soñado siquiera que existieran.

Es más, cuando uno de aquellos prodigiosos artilugios se estropeaba, por arte de magia llegaba otro nuevo como «carga» en algún transporte marítimo y más tarde, oh milagro, volando en aviones cargados de objetos mágicos.

También se dieron cuenta que ningún hombre blanco fabricaba nada, ni siquiera lo reparaba llegado el caso; simplemente lo desechaba y de forma mágica aparecía algo nuevo traído desde el cielo.

Asimismo observaron que ningún hombre blanco hacía nada provechoso.

Nada provechoso ni productivo desde su primitivo punto de vista, ya que para ellos estar sentado en una oficina rellenando formularios, ordenando informes, hablando por radio o estudiando mapas debía ser algún tipo de liturgia religiosa que se traducía en bienes de origen divino caídos del cielo.

Desde luego, bajo su prisma, todo tenía una lógica aplastante.

Pues bien, este impecable razonamiento se tradujo en la creación de decenas de cultos similares en la amplia zona que abarca las Islas Salomón, Nueva Guinea y Fiji.

Arthur C Clarke - Culto Cargo

Palabra de John Frum

De todos estos «cultos» vamos a centrarnos en uno que tiene como figura central divina y mesiánica a un tal John Frum, uno de esos occidentales pálidos que tenía el incomprensible poder de hacer brotar prodigios sobrenaturales de la nada como si de milagroso maná se tratase.

Toda esta historia empieza en Tanna, una isla de Vanuatu que mide 40 km de longitud y 19 km de ancho, y un área total de 550 km² albergando unos 20.000 habitantes.

Vanuatu - Culto Cargo

Como hemos explicado, al principio la llegada de los estadounidenses fue con fines logísticos, pero al ir avanzando el frente y la guerra empezaron a irrumpir soldados en la zona y, cáspita, también llegaron soldados negros. Tan negros como lo eran los primitivos isleños.

La fe de los nativos se reforzó aún más cuando vieron que estos negros también disponían de «cargo» milagroso como los blancos, y no eran pobres como lo eran ellos, lo cual se tradujo en una enfebrecida convicción por la nueva religión que se apoderó de todos los habitantes de Tanna.

John Frum - Culto cargo

Uno de los autoproclamados líderes de la nueva religión dijo que el día del Apocalipsis era inminente y que la divinidad del «cargo», John Frum, vendría personalmente desde América a la isla también de manera inminente.

Y, atención, vendría volando.

John Frum que estás en los cielos

Los nativos, rebosantes de fe e impacientes por la llegada del mesías, limpiaron un bosque de la isla y construyeron un pequeño aeródromo para facilitar la llegada de John Frum.

El improvisado aeropuerto fue erigido a imagen y semejanza de los que habían construido los militares estadounidenses e incluía una modesta pista de aterrizaje, una torre de control hecha de cañas y bambú y emplazaron en ella a «controladores aéreos» con auriculares «vegetales» para alertar de la llegada de su Dios.

John Frum - Culto cargo

Por si todo esto fuera poco, construyeron también aviones falsos que diseminaron por los alrededores de la pista a modo de señuelo para atraer a John Frum, no sea que se equivocase de isla y desparramase sus milagrosas dádivas en la isla de al lado.

John Frum - Culto cargo

Ellos habían cumplido su parte, ahora sólo cabía esperar la llegada del mesías Frum.

Paralelamente a todo este ajetreo, se fue organizando una jerarquía religiosa que culminaba en Nambas, el jefe espiritual de la nueva fe y que tenía el poder de hablar directamente y de manera fluida con John Frum.

A imitación de lo que habían visto hacer a los occidentales, el método de comunicación de Nambas con la deidad John Frum era por radio.

La «radio» era una mujer nonagenaria a la que se le enrollaba un alambre a la altura de la cintura, la cual entraba en trance y se ponía a hablar en una jerga incomprensible que el propio Nambas traducía e interpretaba como «palabra de Frum».

El tiempo pasaba, la guerra acabó y los extranjeros pálidos se fueron y con ellos los artículos mágicos y el maná llovido del cielo, pero el culto a la carga, flete, cargamento, o como queramos traducirlo se quedó, a la espera de la venida definitiva de John Frum que les inundará otra vez de nuevos y asombrosos objetos mágicos y cosas sobrenaturales sin necesidad de esfuerzo alguno.

John Frum - Culto cargo
Desfile en el día de John Frum

Así, cada 15 de febrero se celebra el ritual central y más importante de esta religión, el día de John Frum, en el que los fieles se visten a la imagen y semejanza de su deidad, se izan respetuosamente banderas, se desfila con fusiles hechos con bambú, se danza en honor del dios y las familias se reúnen a rogar al caprichoso Frum que le dé por aparecer de nuevo en Tanna e inunde con su lluvia sobrenatural hasta el último rincón de esta paradisiaca isla de Vanuatu.

El día de John Frum en imágenes (15 de febrero de 2010)

Seas quien seas, alabado seas, John Frum

Ahora bien, ¿Quién fue realmente John Frum?

Se baraja que el John Frum real pudiera haber sido uno de aquellos soldados americanos que llegaron a la isla durante la guerra, y que mientras les obsequiaba con algún gadget mágico se presentó como «I am John, from America«, que les debió parecer muy largo y engorroso de pronunciar y se quedó en el acortado y más funcional John Frum.

Dicen que no era especialmente alto, pelo más bien canoso y una chaqueta militar con muchos botones.

Según el relato de los «sacerdotes», aquel ser divino del siglo XX les da regalos, les anuncia un inminente apocalipsis pero a la vez les transmite que ellos se salvarán y, además, pronto llegará el día en que puedan vivir sin trabajar en el paraíso.

También se dice que Frum tuvo tres hijos Jacob, Isaac y Lastuán (¿Last one?) aunque sólo unos pocos escogidos pudieron conocerles en persona.

Pasado un tiempo, John Frum se marchó y en la isla siguen esperando que vuelva y traiga consigo esa era de prosperidad sin límites que anunció en su primera venida.

Y mientras ellos siguen aguardando el regreso de su mesías, damos por finalizada esta narración en la que se entremezcla sociología, antropología y hasta filosofía, con sus pizcas de humor involuntario en lo que supone la crónica de la creación de una religión en tiempo real.

Ahora bien, si en algún momento les ha parecido cómica esta crónica, piensen por un instante en qué se diferencia este relato sobre el nacimiento de la adoración a la figura de John Frum del relato sobre el nacimiento de otras religiones monoteístas con sus mesías, sus profetas, su jerarquía religiosa, sus oráculos, profecías y promesas…

Pues más bien poco, tirando a nada.

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Un comentario

  1. Gracias por tan maravillosas y descacharrantes historias

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