Corría el 17 de octubre de 1814 cuando Londres sufrió una de esas catástrofes que parecen formar parte de un guion rechazado por ser demasiado surrealista incluso para Black Mirror. No fue un gran incendio, ni una epidemia, ni siquiera una invasión napoleónica. Fue, nada más y nada menos, que una inundación.
Pero no de agua, sino de cerveza.
Sí, han leído bien. Un tsunami de Porter, la cerveza negra espesa y tostada favorita de los obreros londinenses, que se desató con furia inesperada abriéndose paso desde las entrañas metálicas de una cervecería industrial en pleno corazón de la capital del Imperio Británico.
Todo comenzó en la Meux and Company Brewery, situada en Tottenham Court Road, un establecimiento que operaba la producción de cerveza como quien maneja dinamita con guantes de boxeo. En sus instalaciones se encontraba un enorme tonel de madera reforzada con aros de hierro —más de seis metros de altura y casi 300 toneladas de cerveza contenidas en su interior— que llevaba ya más de un año con una fuga importante en uno de sus anillos de hierro. Y, como era de esperar en plena revolución industrial, el mantenimiento brillaba por su ausencia. Total, ¿qué podría ocurrir?
Inundación de cerveza de Londres
La desgracia se desató cuando ese aro, tenso como gato en bañera, decidió por fin capitular ante las leyes de la física. El tonel explotó con la fuerza de un cañonazo prusiano, liberando su contenido de forma abrupta y violenta. La fuerza del estallido no sólo liberó las trescientas toneladas de cerveza que albergaba en su interior, sino que activó un efecto dominó en cadena, pulverizando otros toneles cercanos.
El resultado: más de -agárrense- 1.468.000 litros de cerveza desatados como si Londres celebrara la Oktoberfest más letal de la historia.
La avalancha etílica que barrió St. Giles
La cerveza, con la gravedad como cómplice, se lanzó cuesta abajo hacia el barrio obrero de St. Giles, una zona pobre, populosa y vulnerable, con casas mal construidas y calles estrechas. Lo que vino a continuación no fue una simple riada. Fue una escena bíblica en estado puro: un torrente oscuro, espeso y alcohólico que se llevó por delante muros, enseres, tabiques… y vidas.
En su recorrido devastador, derribó dos viviendas, se llevó por delante un pub y hundió el techo de una taberna. En total, murieron nueve personas. Ocho de ellas ahogadas. En cerveza.
La novena víctima, de intoxicación etílica, quizás tras decidir que si el Apocalipsis venía en pinta tamaño gigante, lo mínimo era mamarse para hacer más llevadera la catástrofe.
Cronistas del desastre y oportunismo victoriano
La prensa londinense, que ya por entonces husmeaba el sensacionalismo como un sabueso un filete, se dio un festín con el relato. The Times publicó que la escena era dantesca, y aunque en aquellos años aún no existía el término “fake news”, no faltaron rumores sobre saqueadores intentando embotellar cerveza del barro y madres utilizando el alcohol para lavar pañales.
Inundación de cerveza de Londres
También se dijo que hubo intentos de beber directamente de las calles. Algunos lo hicieron por necesidad, otros por devoción etílica. El resultado fue un pico puntual en los casos de intoxicación alcohólica masiva, aunque los registros oficiales intentaron minimizar el asunto por una cuestión de reputación imperial. Londres, capital del mundo, no podía permitirse aparecer como una metrópolis que ahogaba a sus ciudadanos en una ola de cerveza. Y menos aún en un momento en que el Imperio estaba en plena carrerilla para convertirse en la potencia global hegemónica.
¿Responsables? Señalemos a Dios
Lo más grotesco de todo esto no fue la cantidad de cerveza derramada ni las muertes absurdas, que ya es decir, sino la completa ausencia de responsabilidad legal. La Meux Brewery, por supuesto, no fue declarada culpable de negligencia. Las autoridades consideraron el evento como un “acto de Dios”, en esa magnífica tradición jurídica anglosajona que permite meter al Altísimo en cualquier fregado para evitar pagar indemnizaciones.
La cervecería, lejos de pagar daños, recibió una reducción fiscal por las pérdidas sufridas, lo cual elevó el nivel de cinismo burocrático a cotas que ni Kafka hubiera soñado. Las familias de las víctimas, por su parte, recibieron poca o ninguna compensación. En algunos casos, solo caridad pública o colectas vecinales.
¿Y qué fue del lugar del siniestro?
La Meux Brewery continuó su producción como si nada hubiera pasado, y no sería hasta bien entrado el siglo XX cuando el edificio original fue demolido. Hoy, donde antes estuvo aquel barril asesino, se alza un pub irlandés y un teatro.
Incluso existe una placa conmemorativa, para aquellos que quieran brindar por los caídos o simplemente tomarse una buena Porter con morbo histórico incorporado.
Curiosidades sobre la inundación de cerveza de Londres
La cantidad de cerveza derramada equivale a unos 2,6 millones de pintas, o lo que un británico medio podría beber en 3000 años si se lo toma con calma.
En los registros históricos se cita el olor a malta fermentada que persistió durante semanas. Las ratas, que nunca desaprovechan banquetes gratis, multiplicaron su presencia en el barrio en cuestión de horas.
La historia de esta catástrofe ha sido objeto de libros, documentales e incluso adaptaciones teatrales.
La tragedia ha sido también usada como ejemplo de “inundación no hidráulica” en estudios de ingeniería, lo cual suena mucho más elegantemente british que “unos cuantos pobres fallecen en desastre alcohólico provocado por capitalismo salvaje en modo de pruebas”.
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