En el selecto club de desastres absurdos que parecían buenas ideas sobre la moqueta de la sala de reuniones pero se convirtieron en épicas chapuzas en la práctica, el Balloonfest ’86 ocupa un puesto de honor.
Porque sí, aunque parezca difícil de creer, en 1986 a alguien en Cleveland, Ohio, se le ocurrió que soltar casi un millón y medio de globos al aire sería una forma estupenda de batir un récord mundial y, de paso, recaudar fondos para una buena causa mientras se promociona a la ciudad.
Hasta aquí todo suena razonablemente noble, festivo, a familias sonrientes y olor a algodón de azúcar. Pero como cualquier historia que parece empezar con un «¡sujétame el cubata!» y termina con demandas, caos aéreo, tráfico colapsado y un par de muertos, el final fue… menos colorido de lo esperado.
Aunque globos hubo, eso sí, vaya si hubo globos…
Récord Guinness con aroma a desastre inflable
Vamos de viaje al Cleveland de los años 80.
La escena es la siguiente: es septiembre de 1986, Ronald Reagan está en la Casa Blanca, Top Gun lo peta en los cines y la moda aún no ha pedido perdón por los calentadores fluorescentes. Mientras tanto, la organización benéfica United Way decide hacer algo grandioso, visual, inolvidable y, sobre todo, que pueda salir en el libro Guinness.
¿Su brillante idea?
Llenar el cielo de Cleveland con 1.500.000 globos de colores.

Los responsables contrataron a The Balloonart by Treb, una empresa especializada en este tipo de locuras aerostáticas, que montó una enorme estructura de red —una especie de colador gigantesco— sobre Public Square, en pleno centro de Cleveland.
En ella, cientos de voluntarios inflaron globos durante horas como si no hubiera un mañana.

El evento, además, pretendía ser educativo, festivo y solidario. Vamos, lo que viene siendo una trampa de optimismo masivo.
Del cielo al suelo: crónica de una bajada poco celestial
La «liberación» estaba prevista para el 27 de septiembre de 1986. Y aunque el cielo se había levantado un poco enfurruñado, con nubes que amenazaban tormenta, los organizadores decidieron seguir adelante.
Total, ¿qué es lo peor que podría pasar?
Y entonces, a las 13:50, las redes se abrieron y 1.429.643 globos (globo arriba, globo abajo) se lanzaron al cielo. El espectáculo fue, sin lugar a dudas, impresionante. Un arco iris inflable, flotando entre los edificios y sobre el lago Erie. Durante unos minutos, Cleveland fue la capital mundial del surrealismo festivo. Las fotos inmortalizando el momento parecían sacadas de un sueño psicodélico patrocinado por Fisher-Price.

Pero los globos, traicioneros y caprichosos como son, no hicieron lo que se esperaba de ellos. La idea era que flotaran lo suficiente como para irse volando a alguna parte donde no molestaran a nadie (Canadá o México, por ejemplo), pero el tiempo no acompañó.
Una tormenta inesperada y los vientos descendentes hicieron que muchos de ellos bajaran a tierra antes de tiempo, sin pincharse, como diminutas burbujas de goma con delirios de conquista.

Problemas en tierra, mar y aire
Y ahí empezó el verdadero espectáculo.
Cientos de miles de globos comenzaron a descender sobre la ciudad, el aeropuerto, las carreteras y el lago Erie, cubriéndolo todo como si un payaso gigante hubiera vomitado en la ciudad. El Aeropuerto Burke Lakefront tuvo que cerrar una de sus pistas debido a la presencia masiva de globos en el aire, lo cual, como se puede imaginar, no hizo mucha gracia a los controladores aéreos ni a los pilotos que intentaban aterrizar sin colisionar con un enjambre de colores.
Mientras tanto, en las calles de Cleveland, los globos dificultaban la visibilidad, colapsaban desagües y provocaban accidentes de tráfico.

Pero lo peor ocurrió en el agua.
Dos pescadores, Raymond Broderick y Bernard Sulzer, habían salido al lago Erie el día anterior y no habían regresado. La Guardia Costera, que ya andaba algo ocupada esquivando globos, inició una operación de búsqueda. Sin embargo, el lago estaba cubierto de tantos globos flotantes que localizar a dos cuerpos humanos fue literalmente imposible.
Días después, los cuerpos aparecieron en la orilla.

Y aunque técnicamente no se pudo establecer una relación directa causa-efecto entre el Balloonfest y su muerte, las familias denunciaron a United Way por obstrucción de operaciones de rescate.

¿El resultado?
Un bonito acuerdo fuera de los tribunales, de esos que no se publican, pero que probablemente costó algo más que una buena ración de sentido común.
Cuando lo que sube, no siempre baja como uno quiere
Lo más irónico del asunto es que los globos estaban diseñados para ser biodegradables. Lo malo es que biodegradar un globo de látex puede tardar hasta 4 años, y para entonces ya ha arruinado suficientes cultivos, ha atascado suficientes canales y ha matado suficientes animales marinos como para que el karma eco-friendly esté algo desequilibrado.
Los ecologistas, que por aquel entonces no tenían Twitter pero sí indignación, montaron en cólera.

Lo que empezó como una campaña benéfica acabó convirtiéndose en un caso de estudio y paradigma sobre cómo no hacer marketing con globos.
Cuando la historia te recuerda por el motivo equivocado
El evento jamás volvió a repetirse, al menos no en esas proporciones. Cleveland aprendió una lección cara, dolorosa y muy inflada: a veces, menos es más, especialmente cuando se trata de objetos voladores sin piloto.
La guinda final la pone el propio libro Guinness de los Récords, que tras este incidente, ya no aceptó más intentos de récords relacionados con globos masivos por considerarlos peligrosos y poco responsables con el medio ambiente.
Así que sí, al final hay que reconocer que United Way logró lo que quería: una marca inolvidable. Lástima que viniera acompañada de fallecimientos, demandas, caos y un título de dudoso honor: el evento festivo más catastrófico jamás perpetrado con globos.
Fuentes consultadas
Wikipedia – Case.edu – Cleveland.com
REDES SOCIALES
NEWSLETTER SEMANAL
Suscríbanse a nuestro boletín. Es gratis, sin spam.
Sólo un aviso SEMANAL con los artículos nuevos en su bandeja de correo


EL AUTOR
Fernando Muñiz
Escritor, profesor, traductor, divulgador, conferenciante, corrector, periodista, editor.
