Fábulas de Esopo – Segunda parte

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Segunda parte

El lobo y el caballo


Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino. Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado, pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al masticarla. Pero el caballo le repuso:
— ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago!
A todo malvado, aunque parezca actuar como bueno, no debe de creérsele.

El lobo y el asno


Un lobo fue elegido rey entre sus congéneres y decretó una ley ordenando que lo que cada uno capturase en la caza, lo pusiera en común y lo repartiese por partes iguales entre todos; de esta manera ya no tendrían los lobos que devorarse unos a otros en épocas de hambre.
Pero en eso lo escuchó un asno que estaba por ahí cerca, y moviendo sus orejas le dijo:
— Magnífica idea ha brotado de tu corazón, pero ¿Por qué has escondido todo tu botín en tu cueva? Llévalo a tu comunidad y repártelo también, como lo has decretado.
El lobo, descubierto y confundido, derogó su ley.
Si alguna vez llegas a tener poder de legislar, sé el primero en cumplir tus propias leyes.

El lobo y el león


Cierta vez un lobo, después de capturar a un carnero
en un rebaño, lo arrastraba a su guarida.
Pero un león que lo observaba, salió a su paso y se lo arrebató.
Molesto el lobo, y guardando prudente distancia le reclamó:
— ¡Injustamente me arrebatas lo que es mío!
El león, riéndose, le dijo:
— Ajá; me vas a decir seguro que tú lo recibiste
buenamente de un amigo.
Lo que ha sido mal habido, de alguna forma llegará a ser perdido.

El lobo y el perro


Se encontró un lobo con un corpulento perro
sujeto por un collar, y le preguntó:
— ¿Quién te ha encadenado y quién te ha alimentado de esa forma?
— Mi amo, el cazador — respondió el perro.
— ¡Que los dioses nos libren a los lobos de semejante destino! Prefiero morir de hambre a tener que cargar tan pesado collar.
Vale más el duro trabajo en libertad, que el placer en esclavitud.

El lobo y el pastor


Acompañaba un lobo a un rebaño de ovejas pero sin hacerles daño. Al principio el pastor lo observaba y tenía cuidado de él como un enemigo. Pero como el lobo le seguía y en ningún momento intentó robo alguno, llegó a pensar el pastor que más bien tenía un guardián de aliado.
Cierto día, teniendo el pastor necesidad de ir al pueblo,
dejó sus ovejas confiadamente junto al lobo y se marchó.
El lobo, al ver llegado el momento oportuno, se
lanzó sobre el rebaño y devoró casi todo.
Cuando regresó el pastor y vio todo lo sucedido exclamó:
— Bien merecido lo tengo; porque ¿De dónde saqué confiar las ovejas a un lobo?

Nunca dejes tus valores al alcance de los codiciosos, no importa su inocente apariencia.

El lobo harto y la oveja


Un lobo hartado de comida y ya sin hambre, vio a una oveja tendida en el suelo. Dándose cuenta que se había desplomado simplemente de terror, se le acercó, y tranquilizándola le prometió dejarla ir si le decía tres verdades.
Le dijo entonces la oveja que la primera es que
preferiría no haberle encontrado; la segunda, que
como ya lo encontró, hubiera querido encontrarlo
ciego; y por tercera verdad le dijo:
— ¡Ojalá, todos los lobos malvados, murieran de mala muerte,
ya que, sin haber recibido mal alguno de nosotras, nos dan una guerra cruel!
Reconoció el lobo la realidad de aquellas
verdades y dejó marchar a la oveja.
Camina siempre soportado en la verdad, y ella te abrirá los caminos del éxito, aún entre adversarios.

El lobo herido y la oveja


Un lobo que había sido mordido por unos perros, yacía en el suelo todo malherido. Viendo la imposibilidad de procurarse comida en esa situación, pidió a una oveja que pasaba por allí que le llevara un poco de agua del cercano río.
— Si me traes agua para beber — le dijo –,
yo mismo me encargaré de mi comida.
— Si te llevo agua para beber — respondió la oveja –,
yo misma asistiré a tu cena.
Prevé siempre el verdadero fondo de las aparentemente inocentes propuestas de los malhechores.

El lobo y el labrador


Llevó un labrador su yunta de bueyes al abrevadero.
Caminaba por ahí cerca un lobo hambriento en busca de comida.
Encontró el lobo el arado y empezó a lamer los
bordes del yugo, y enseguida y sin darse cuenta terminó
por meter su cabeza adentro. Agitándose como mejor
podía para soltarse, arrastraba el arado a lo largo del surco.
Al regresar el labrador, y viéndolo en esta actividad le dijo:
— ¡Ah, lobo ladrón, que felicidad si fuera cierto que renunciaste a tu oficio y te has unido a trabajar honradamente la tierra!
A veces, por casualidad o no, los malvados parecieran actuar bien, mas su naturaleza siempre los delata.

El lobo y el perro dormido


Dormía plácidamente un perro en el portal de una casa.
Un lobo se abalanzó sobre él, dispuesto a darse un banquete, cuando en eso el perro le rogó que no lo sacrificara todavía.
— Mírame, ahora estoy en los huesos — le dijo –; espera un
poco de tiempo, ya que mis amos pronto van a celebrar sus
bodas y como yo también me daré mis buenos atracones,
me engordaré y de seguro seré un mucho mejor manjar
para tu gusto.
Le creyó el lobo y se marchó. Al cabo de algún
tiempo volvió. Pero esta vez encontró al perro
durmiendo en una pieza elevada de la casa. Se
detuvo al frente y le recordó al perro lo que
habían convenido. Entonces el perro repuso:
— ¡Ah lobo, si otro día de nuevo me ves dormir en el portal de la casa, no te preocupes por esperar las bodas!
Si una acción te lleva a caer en un peligro, y luego te logras salvar de él, recuerda cual fue esa acción y evita repetirla para no volver a ser su víctima.

El lobo y el cabrito encerrado


Protegido por la seguridad del corral de una casa,
un cabrito vio pasar a un lobo y comenzó a insultarle,
burlándose ampliamente de él. El lobo, serenamente le replicó:
— ¡Infeliz! Sé que no eres tú quien me está insultando,
sino el sitio en que te encuentras.
Muy a menudo, no es el valor, sino la ocasión y el lugar, quienes proveen el enfrentamiento arrogante ante los poderosos.

El lobo flautista y el cabrito


Un cabrito se rezagó en el rebaño y fue alcanzado por un
lobo que lo perseguía. Se volvió hacia éste y le dijo:
— Ya sé, señor lobo, que estoy condenado a ser tu almuerzo. Pero para no morir sin honor, toca la flauta y yo bailaré por última vez.
Y así lo hicieron, pero los perros, que no
estaban lejos, oyeron el ruido y salieron a
perseguir al lobo. Viendo la mala pasada, se dijo el lobo:
— Con sobrada razón me ha sucedido esto, porque siendo yo cazador, no debí meterme a flautista.
Cuando vayas a efectuar una nueva actividad, antes ten en cuenta tus capacidades y las circunstancias, para valorar si puedes salir adelante.

Los dos perros


Un hombre tenía dos perros. Uno era para la caza y otro para el cuido. Cuando salía de cacería iba con el de caza, y si cogía alguna presa, al regresar, el amo le regalaba un pedazo al perro guardián. Descontento por esto el perro de caza, lanzó a su compañero algunos reproches: que sólo era él quien salía y sufría en todo momento, mientras que el otro perro, el cuidador, sin hacer nada, disfrutaba de su trabajo de caza.
El perro guardián le contestó:
— ¡ No es a mí a quien debes de reclamar, sino a nuestro amo, ya que en lugar de enseñarme a trabajar como a ti, me ha enseñado a vivir tranquilamente del trabajo ajeno!
Pide siempre a tus mayores que te enseñen una preparación y trabajo digno para afrontar tu futuro, y esfuérzate en aprenderlo correctamente.

Los perros hambrientos


Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así llegar fácilmente a las pieles.
Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las pieles.
Ten siempre cuidado con los caminos rápidos, pues no siempre son los más seguros.

El hombre al que mordió un perro


Un perro mordió a un hombre, y éste corría por todo
lado buscando quien le curara.
Un vecino le dijo que mojara un pedazo de
pan con la sangre de su herida y se lo
arrojase al perro que lo mordió.
Pero el hombre herido respondió:
–¡Si así premiara al perro, todos los perros del
pueblo vendrían a morderme!
Grave error es halagar la maldad, pues la incitas a hacer más daño todavía.

El perro y el cocinero


Preparó un hombre una cena en honor de uno de sus amigos y de sus familiares. Y su perro invitó también a otro perro amigo.
— Ven a cenar a mi casa conmigo — le dijo.
Y llegó el perro invitado lleno de alegría. Se detuvo a contemplar el gran festín, diciéndose a sí mismo:
–¡Qué suerte tan inesperada! Tendré comida para hartarme y no pasaré hambre por varios días.
Estando en estos pensamientos, meneaba el rabo
como gran viejo amigo de confianza.
Pero al verlo el cocinero moviéndose alegremente
de allá para acá, lo cogió de las patas y sin
pensarlo más, lo arrojó por la ventana.
El perro se volvió lanzando grandes alaridos,
y encontrándose en el camino con otros perros, estos le preguntaron:
— ¿Cuánto has comido en la fiesta, amigo?
— De tanto beber, — contestó — tanto me he embriagado,
que ya ni siquiera sé por donde he salido.
No te confíes de la generosidad que otros prodigan con lo que no les pertenece

El perro de pelea y los perros sencillos


Un perro había sido muy bien alimentado en una casa y fue adiestrado para luchar contra las fieras.
Un día, al ver un gran número de ellas colocadas en fila, rompió el collar que le sujetaba y rápidamente echó a correr por las calles del pueblo. Lo vieron pasar otros perros, y viendo que era fuerte como un toro, le preguntaron:
— ¿ Por qué corres de esa manera?
— Sé que vivo en la abundancia, sin hambres, con mi estómago siempre satisfecho, pero también siempre estoy cerca de la muerte combatiendo a esos osos y leones — respondió.
Entonces los otros perros comentaron:
— Nuestra vida es en verdad pobre, pero más bella,
sin tener que pensar en combatir con leones ni osos.
Las grandes ganancias, siempre van acompañadas de grandes riesgos.

El perro, el gallo y la zorra


Cierta vez un perro y un gallo se unieron en sociedad para recorrer el mundo. Llegada una noche, el gallo subió a un árbol y el perro se recostó al pie del tronco.
Y como era su costumbre, cantó el gallo antes del amanecer.
Oyó su canto una zorra y corrió hacia el sitio, parándose al pie del árbol. Le rogó que descendiera, pues deseaba besar a un animal que tenía tan exquisita voz.
Le replicó entonces el gallo que por favor, primero despertara al portero que estaba durmiendo al pie del árbol.
Y entonces el perro, cuando la zorra buscaba como establecer conversación con el portero, le saltó encima descuartizándola.
Es inteligente actitud, cuando encontramos un enemigo poderoso, encaminarlo a que busque a otros más fuertes que nosotros.

El perro y la almeja


Un perro de esos acostumbrados a comer huevos,
al ver una almeja, no lo pensó dos veces,
y creyendo que se trataba de un huevo, se la tragó
inmediatamente. Desgarradas luego sus entrañas,
se sintió muy mal y se dijo:
— Bien merecido lo tengo, por creer que todo
lo que veo redondo son huevos.
Nunca tomes un asunto sin antes reflexionar, para no entrar luego en extrañas dificultades.

El perro y la liebre


Un perro de caza atrapó un día a una liebre, y a ratos la mordía y a ratos le lamía el hocico. Cansada la liebre de esa cambiante actitud le dijo:
— ¡Deja ya de morderme o de besarme, para saber yo si eres mi amigo o si eres mi enemigo!
Sé siempre consistente en tus principios.

El perro y su reflejo en el río


Vadeaba un perro un río llevando en su hocico un sabroso pedazo de carne. Vio su propio reflejo en el agua del río y creyó que aquel reflejo era en realidad otro perro que llevaba un trozo de carne mayor que el suyo.
Y deseando adueñarse del
pedazo ajeno, soltó el suyo para
arrebatar el trozo a su supuesto compadre.
Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el ajeno:
éste porque no existía, sólo era un reflejo, y el otro, el verdadero, porque se lo llevó la corriente.
Nunca codicies el bien ajeno, pues puedes perder lo que ya has adquirido con tu esfuerzo.

El perro y el carnicero


Penetró un perro en una carnicería, y notando
que el carnicero estaba muy ocupado con sus clientes, cogió un trozo de carne y salió corriendo. Se volvió el carnicero, y viéndole huir, y sin poder hacer ya nada, exclamó:
— ¡ Oye amigo! allí donde te encuentre, no dejaré de mirarte!
No esperes a que suceda un accidente para pensar en cómo evitarlo.

El perro con campanilla


Había un perro que acostumbraba morder sin razón.
Le puso su amo una campanilla para advertirle a la gente de su presencia cercana. Y el can, sonando la campanilla, se fue a la plaza pública a presumir. Mas una sabia perra, ya avanzada de años le dijo:
— ¿ De qué presumes tanto, amigo? Sé que no llevas esa campanilla por tus grandes virtudes, sino para anunciar
tu maldad oculta.
Los halagos que se hacen a sí mismos los fanfarrones, sólo delatan sus mayores defectos.

La corneja y el cuervo


Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los hombres, prediciéndoles el futuro,
y por esta razón los toman como testigos. Quiso la
corneja poseer las mismas cualidades.
Viendo pasar a unos viajeros se posó en un árbol, lanzándoles espantosos gritos. Al oír aquel estruendo, los viajeros retrocedieron espantados, excepto uno de ellos, que dijo a los demás:
— Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja.
Sus gritos no son de presagios.
Cuando vanidosamente y sin tener capacidades, se quiere rivalizar con los más preparados, no sólo no se les iguala, sino que además se queda en ridículo.

La corneja con los cuervos


Una corneja que por esas cosas del destino era más grande que sus compañeras, despreciando y burlándose de sus congéneres, se fue a vivir entre los cuervos pidiéndoles que aceptaran compartir su vida.
Pero los cuervos, a quienes su figura y voz les eran desconocidas, sin pensarlo mucho la golpearon y la arrojaron de su grupo.
Y la corneja, expulsada por los cuervos, volvió de nuevo donde
las demás cornejas. Pero éstas, heridas por el ultraje que
les había hecho, se negaron a recibirla otra vez.
Así, quedó esta corneja excluida de la sociedad
de unos y de otros.
Cuando pienses cambiar de sociedad, domicilio o amistades, no lo hagas nunca despreciando a la anterior, no sea que más tarde tengas que regresar allá.

La corneja y las aves


Quería una vez Zeus proclamar un rey entre las aves, y les señaló un día para que comparecieran delante de él, pues iba a elegir a la que encontrara más hermosa para que reinara entre ellas.
Todas las aves se dirigieron a la orilla de un río para limpiarse.
Entonces la corneja, viéndose más fea que las demás, se dedicó a recoger las plumas que abandonaban los otros pájaros, ajustándolas a su cuerpo. Así, compuesta con ropajes ajenos, resultó la más hermosa de las aves.
Llegó el momento de la selección, y todos los pájaros se presentaron ante Zeus, sin faltar por supuesto, la corneja con su esplendoroso plumaje.
Y cuando ya estaba Zeus a punto de concederle la realeza a causa de tanta hermosura, los demás pájaros, indignados por el engaño, le arrancaron cada uno la pluma que le correspondía. Al fin, desplumada de lo ajeno, la corneja, simplemente corneja se quedó.
Nunca hagas alarde de los bienes ajenos como si fueran propios, pues tarde o temprano se descubre el engaño.

La corneja y los pichones


Conoció una corneja un palomar que habitaban unos pichones muy bien alimentados, y queriendo disfrutar de tan buena comida blanqueó sus plumas y se unió a ellos.
Mientras la corneja estuvo en silencio, los pichones,
creyéndola como uno de los suyos, la admitieron sin
reclamo. Pero olvidándose de su actuación,
en un descuido la corneja lanzó un grito. Entonces los
pichones, que no le reconocieron su voz,
la echaron de su nido.
Y la corneja, viendo que se le escapaba la
comida de los pichones, volvió a buscar a sus semejantes.
Mas por haber perdido su color original, las otras
cornejas tampoco la recibieron en su sociedad;
de manera que por haber querido disfrutar de
dos comidas, se quedó sin ninguna.
Contentémonos con nuestros bienes, pues tratar de tomar sin derecho los ajenos, sólo nos conduce a perderlo todo.

La corneja fugitiva


Un hombre cazó a una corneja, le ató un hilo a
una pata y se la entregó a su hijo.
Mas la corneja, no pudiendo resignarse a vivir prisionera en aquel hogar, aprovechó un instante de libertad en un descuido
para huir y tratar de volver a su nido.
Pero el hilo se le enredó en las ramas de un árbol y
el ave no pudo volar más, quedando apresada.
Viendo cercana su muerte, se dijo:
–¡Hecho está! Por no haber sabido soportar la esclavitud
entre los hombres, ahora me veo privada de la vida.
En cuanto mayor son los valores que se buscan, mayores son los riesgos.

El cuervo y la culebra


Andaba un cuervo escaso de comida y vio en el prado a una culebra dormida al sol; cayó veloz sobre ella y la raptó. Mas la culebra, despertando de su sueño, se volvió y la mordió.
El cuervo viéndose morir dijo:
— ¡Desdichado de mí, que encontré un tesoro pero a costa de mi vida!
Antes de querer poseer algún bien, primero hay que valorar si su costo vale la pena.

El cuervo y Hermes


Un cuervo que había caído en un cepo prometió a Apolo que le quemaría incienso si lo salvaba; pero una vez liberado
de la trampa olvidó su promesa.
Capturado de nuevo en otro cepo, dejó a Apolo para
dirigirse a Hermes, prometiéndole también un sacrificio.
Mas el dios le dijo:
Si por nuestra voluntad faltamos a nuestra primera promesa, no tendremos oportunidad de que nos crean una segunda.

El cuervo enfermo


Un cuervo que se encontraba muy enfermo dijo a su madre:
— Madre, ruega a los dioses por mí y ya no llores más.
La madre contestó:
— ¿ Y cuál de todos, hijo mío, tendrá piedad de ti?
¿ Quedará alguno a quien aún no le hayas robado la carne?
No te llenes innecesariamente de enemigos, pues en momentos de necesidad no encontrarás un solo amigo.

El ruiseñor y el gavilán


Subido en un alto roble, un ruiseñor cantaba como de costumbre. Lo vio un gavilán hambriento, y lanzándose inmediatamente sobre él,
lo apresó en sus garras.
Seguro de su próxima muerte, el ruiseñor le rogó
que le soltara, diciéndole que con sólo él no bastaría
para llenar su vientre, y que si en verdad tenía hambre,
debería de apresar a otros más grandes. El gavilán le repuso:
— Necio sería si te oyera y dejara escapar la presa que tengo,
por ir a buscar a la que ni siquiera he visto.
No dejemos los bienes que ya tenemos, por ilusiones que ni siquiera divisamos.

El ruiseñor y la golondrina


Invitó la golondrina a un ruiseñor a construir su nido
como lo hacía ella, bajo el techo de las casas de los hombres,
y a vivir con ellos como ya lo hacía ella. Pero el ruiseñor repuso:
— No quiero revivir el recuerdo de mis antiguos males, y por eso prefiero alojarme en lugares apartados.
Los bienes y los males recibidos, siempre quedan atados a las circunstancias que los rodearon.

El gallo y la comadreja


Una comadreja atrapó a un gallo y quiso tener una
razón plausible para comérselo.
La primera acusación fue la de importunar a los hombres y de impedirles dormir con sus molestos cantos por la noche. Se defendió el gallo diciendo que lo hacía para servirles, pues despertándolos, les recordaba que debían comenzar sus trabajos diarios.
Entonces la comadreja buscó una segunda acusación: que maltrataba a la Naturaleza por buscar como novias incluso a su madre y a sus hermanas. Repuso el gallo que con ello también favorecía a sus dueños, porque así las gallinas ponían más huevos.
Para el malvado decidido a agredir, no lo para ninguna clase de razones.

Los gallos y la perdiz


Un hombre que tenía dos gallos, compró una perdiz
doméstica y la llevo al corral junto con ellos para alimentarla.
Pero estos la atacaban y la perseguían, y la perdiz, pensando
que lo hacían por ser de distinta especie, se sentía humillada.
Pero días más tarde vio cómo los gallos se peleaban entre ellos, y que cada vez que se separaban, estaban cubiertos de sangre. Entonces se dijo a sí misma:
— Ya no me quejo de que los gallos me maltraten, pues he visto que ni aun entre ellos mismos están en paz.
Si llegas a una comunidad donde los vecinos no viven en paz, ten por seguro que tampoco te dejaran vivir en paz a ti.

El ciervo, el manantial y el león


Agobiado por la sed, llegó un ciervo a un manantial. Después de beber, vio su reflejo en el agua. Al contemplar su hermosa cornamenta, sintióse orgulloso, pero quedó descontento por sus piernas débiles y finas. Sumido aún en estos pensamientos, apareció un león que comenzó a perseguirle. Echó a correr y le ganó una gran distancia, pues la fuerza de los ciervos está en sus piernas y la del león en su corazón.
Mientras el campo fue llano, el ciervo guardó la distancia que le salvaba; pero al entrar en el bosque sus cuernos se engancharon a las ramas y, no pudiendo escapar, fue atrapado por el león.
A punto de morir, exclamó para sí mismo:
— ¡Desdichado soy! Mis pies, que pensaba que me traicionaban,
eran los que me salvaban, y mis cuernos, en los que ponía
toda mi confianza, son los que me pierden.
Muchas veces, a quienes creemos más indiferentes, son quienes nos dan la mano en las congojas, mientras que los que nos adulan, ni siquiera se asoman.

La cierva y la viña


Una cierva era perseguida por unos cazadores y se refugio bajo una viña. Pasaron cerca los cazadores, y la cierva, creyéndose muy bien escondida, empezó a saborear las hojas de la viña que la cubría.
Viendo los cazadores que las hojas se movían, pensaron muy acertadamente, que allí adentro había un animal oculto, y disparando sus flechas hirieron mortalmente a la cierva. Ésta, viéndose morir, pronunció estas palabras:
— ¡Me lo he merecido, pues no debí haber maltratado a
quien me estaba salvando¡
Sé siempre agradecido con quien generosamente te da la ayuda para salir adelante.

La cierva en la gruta del león


Una cierva que huía de unos cazadores, llegó a una
gruta donde no sabía que moraba un león.
Entrando en ella para esconderse,
cayó en las garras del león.
Viéndose sin remedio perdida, exclamó:
— ¡Desdichada de mí! Huyendo de los hombres,
caí en las garras de un feroz animal.
Si tratas de salir de un problema, busca que la salida no sea caer en otro peor.

La cierva tuerta


Una cierva a la que le faltaba un ojo pacía a orillas del mar, volviendo su ojo intacto hacia la tierra para observar la posible llegada de cazadores, y dando al mar el lado que carecía del ojo, pues de allí no esperaba ningún peligro.
Pero resulta que una gente navegaba por este lugar, y al ver a la cierva la abatieron con sus dardos. Y la cierva agonizando,
se dijo para sí:
— ¡Pobre de mí! Vigilaba la tierra, que creía llena de peligros,
y el mar, al que consideraba un refugio,
me ha sido mucho más funesto.
Nunca excedas la valoración de las cosas. Procura ver siempre sus ventajas y desventajas en forma balanceada.

El ciervo y el cervatillo


Díjole un día un cervatillo al ciervo:
— Padre: eres mayor y más veloz que los perros y tienes además unos cuernos magníficos para defenderte; ¿por qué huyes delante de ellos?
El ciervo respondió riendo:
— Justo es lo que me dices, hijo mío; mas no sé lo que me sucede, pero cuando oigo el ladrido de un perro, inmediatamente me doy a la fuga.
Cuando se tiene un ánimo temeroso, no hay razón que pueda cambiarlo.

El caballo viejo


Un caballo viejo fue vendido para darle vueltas a la piedra de un molino. Al verse atado a la piedra, exclamó sollozando:
— ¡Después de las vueltas de las carreras,
he aquí a que vueltas me he reducido!
No presumas de la fortaleza de la juventud. Para muchos, la vejez es un trabajo muy penoso.

El caballo, el buey, el perro y el hombre

Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella.
Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo.
Le dijo el hombre que sólo lo haría con una condición:
que le cediera una parte de los años que le correspondían.
El caballo aceptó.
Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir
el mal tiempo. Le contestó el hombre lo mismo: que lo admitiría
si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una
parte y quedó admitido.
Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio.
Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, se vuelven irascibles y malhumorados.
Describe esta fábula las etapas del hombre: inocente niñez, vigorosa juventud, poderosa madurez y sensible vejez.

El caballo y el palafrenero


Había un palafrenero que robaba y llevaba a vender la cebada de su caballo; pero en cambio, se pasaba el día entero limpiándole y peinándole para lucirlo de lo mejor.
Un día el caballo le dijo:
— Si realmente quieres que me vea hermoso, no robes la cebada que es para mi alimento.
Ten cuidado de quien mucho te adule o alabe, pues algo busca quitarte a cambio.

El caballo y el asno


Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos
iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado,
le dijo al caballo:
— Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.
El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo. Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
Y el caballo, suspirando dijo:
— ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que cargar con todo, y hasta con la piel
del asno encima!
Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti mismo.

El caballo y el soldado


Un soldado, durante una guerra, alimentó con cebada
a su caballo, su compañero de esfuerzos y peligros.
Pero, acabada la guerra, el caballo fue empleado
en trabajos serviles y para transportar pesados bultos,
siendo alimentado únicamente con paja.
Al anunciarse una nueva guerra, y al son de la trompeta, el dueño del caballo lo aparejó, se armó y montó encima. Pero el caballo exhausto se caía a cada momento. Por fin dijo a su amo:
— Vete mejor entre los infantes, puesto que
de caballo que era me has convertido en asno.
¿Cómo quieres hacer ahora de un asno un caballo?
En los tiempos de bienestar, es cuando debemos prepararnos para las épocas críticas.

La mula


Henchida de cebada, una mula (producto del cruce de asno y yegua) se puso a saltar, diciéndose a sí misma:
— Mi padre es un caballo veloz en la carretera, y yo me parezco en todo a él.
Pero llegó la ocasión en que la mula se vio obligada a correr. Terminada la carrera, muy contrariada, se acordó de pronto
de su verdadero padre: el sereno asno.
Siempre debemos reconocer nuestras raíces, respetando nuestras herencias y las ajenas.

El camello que estercoló en el río


Atravesaba un camello un río de aguas rápidas. Sintió la necesidad de estercolar, y viendo enseguida que pasaba delante de él su excremento, arrastrado por el río, exclamó:
— ¿Cómo sucede esto? ¡Lo que estaba detrás de mí, ahora lo veo pasar adelante!
Es como en algunos estados o empresas, donde los incapaces y los corruptos pasan a ocupar los primeros lugares, en lugar de los más sensatos, honestos y capaces. Si llegas a tener puestos de mando, promueve siempre a los mejores.

El camello, el elefante y el mono


Votaban los animales para elegir un rey. El camello y
el elefante se pusieron en fila disputándose los sufragios,
ya que esperaban ser preferidos sobre los demás gracias
a su tamaño y su fuerza.
Pero llegó el mono y los declaró a los dos
incapacitados para reinar.
— El camello no sirve — dijo –, porque no se encoleriza contra los malhechores, y el elefante tampoco nos sirve porque tendremos
que estar temerosos de que nos ataque un marrano,
animal a quien teme el elefante.
La fortaleza más grande, siempre se mide en el punto más débil.

El camello visto por primera vez


Cuando los humanos vieron por primera vez al camello, se asustaron, y atemorizados por su gran tamaño
emprendieron la huída.
Pero pasado el tiempo y viendo que era inofensivo, se envalentonaron y se acercaron a él.
Luego viendo poco a poco que el animal no conocía la
cólera, llegaron a domesticarle hasta el punto de colocarle
una brida, dándoselo a los niños para conducirlo.
Es natural que lo desconocido lo tratemos siempre con recelo y prudencia. Después de varias observaciones podremos tener un juicio mejor.

El camello bailarín


Obligado por su dueño a bailar, un camello comentó:
— ¡Que cosa! No sólo carezco de gracia andando,
sino que bailando soy peor aun.
Usa siempre cada cosa para el propósito con el que fue creado.

El camello y Zeus


Sentía el camello envidia por los cuernos del toro, y quiso obtener los suyos propios.
Para esto fue a ver a Zeus, pidiéndole le regalara a él unos semejantes.
Pero Zeus, indignado de que no se contentara de su gran
tamaño y fuerza, no sólo le negó el darle los cuernos,
sino que además le cortó una parte de las orejas.
La envidia no es buena consejera. Cuando quieras mejorar en algo, hazlo con tu esfuerzo y por tu deseo de progresar, no porque tu vecino lo tenga.

La cabra y el cabrero


Llamaba un cabrero a sus cabras para llevarlas al establo.
Una de ellas, al pasar por un rico pasto se detuvo, y el cabrero le lanzó una piedra, pero con tan mala suerte que le rompió un cuerno. Entonces el cabrero le suplicó a la cabra que no se lo contara al patrón, a lo que la cabra respondió:
— ¡Quisiera yo quedarme callada, mas no podría! ¡Bien claro está a la vista mi cuerno roto!.
Nunca niegues lo que bien se ve.

La cabra y el asno


Una cabra y un asno comían al mismo tiempo en el establo.
La cabra empezó a envidiar al asno porque creía que él estaba mejor alimentado, y le dijo:
— Entre la noria y la carga, tu vida sí que es un tormento
inacabable. Finge un ataque y déjate caer en un
foso para que te den unas vacaciones.
Tomó el asno el consejo, y dejándose caer se lastimó todo
el cuerpo. Viéndolo el amo, llamó al veterinario y le pidió un
remedio para el pobre. Prescribió el curandero que necesitaba
una infusión con el pulmón de una cabra, pues era muy efectivo para devolver el vigor. Para ello entonces degollaron a la
cabra y así curar al asno.
En todo plan de maldad, la víctima principal siempre es su propio creador.

El lobo y el cordero en el arroyo


Miraba un lobo a un cordero que bebía en un arroyo, e imaginó un simple pretexto a fin de devorarlo. Así, aún estando él más arriba en el curso del arroyo, le acusó de enturbiarle el agua, impidiéndole beber. Y le respondió el cordero:
— Pero si sólo bebo con la punta de los labios,
y además estoy más abajo y por eso no te puedo
enturbiar el agua que tienes allá arriba.
Viéndose el lobo burlado, insistió:
— El año pasado injuriaste a mis padres.
— ¡Pero en ese entonces ni siquiera había nacido yo! —
contestó el cordero.
Dijo entonces el lobo:
— Ya veo que te justificas muy bien, mas no por
eso te dejaré ir, y siempre serás mi cena.
Para quien hacer el mal es su profesión, de nada valen argumentos para no hacerlo.
No te acerques nunca donde los malvados.

El lobo y el cordero en el templo


Dándose cuenta de que era perseguido por un lobo, un pequeño corderito decidió refugiarse en un templo cercano.
Lo llamó el lobo y le dijo que si el sacrificador
lo encontraba allí dentro, lo inmolaría a su dios.
— ¡Mejor así! — replicó el cordero — prefiero ser
víctima para un dios a tener que perecer en tus colmillos.
Si sin remedio vamos a ser sacrificados, más nos vale que sea con el mayor honor.

El lobo y la cabra


Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio. Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo:
— Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y crecido.
Pero la cabra le dijo:
— Bien sé que no me invitas a comer a mí,
sino a ti mismo, siendo yo tu plato.
Conoce siempre a los malvados, para que no te atrapen con sus engaños.

El lobo, la nana y el niño


Se hallaba hambriento un lobo, y vagaba en busca de su comida. Llegó a una choza y oyó a un niño que lloraba y a su nana que le decía:
— No llores, mi niño, porque te llevo donde el lobo.
Creyendo el lobo aquellas palabras, se quedo esperando por mucho tiempo. Y llegada la noche, la nana, cuando arrullaba al niño le cantaba:
— Si viene el lobo, lo mataremos.
Al oír el lobo las nuevas palabras, siguió su camino meditando:
— En esta casa dicen primero una cosa, y después
quieren hacer otra muy diferente.
Más importante que las palabras, son los actos de amor verdadero.

Fábulas de Esopo, tercera parte