El café de la historia - fábulas infantiles

Fábulas infantiles

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Autor: El café de la Historia


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Fábulas infantiles

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Los dos conejos

Por entre unas matas,
seguido de perros
-no diré corría-
volaba un conejo.

De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

«¿Qué ha de ser? -responde-;
sin aliento llego…
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

«Sí -replica el otro-,
por allí los veo…
Pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos».

«¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo».

«Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso».
«Son galgos, te digo».
«Digo que podencos».

En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

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Fábulas infantiles

El burro flautista

Esta fabulilla,
salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora
por casualidad.

Cerca de unos prados
que hay en mi lugar,
pasaba un borrico
por casualidad.

Una flauta en ellos
halló, que un zagal
se dejó olvidada
por casualidad.

Acercose a olerla
el dicho animal,
y dio un resoplido
por casualidad.

En la flauta el aire
se hubo de colar,
y sonó la flauta
por casualidad.

«¡Oh! -dijo el borrico-,
¡qué bien sé tocar!
¡Y dirán que es mala
la música asnal!»

Sin reglas del arte,
borriquitos hay
que una vez aciertan
por casualidad.

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Fábulas infantiles

El gusano de seda y la araña

Trabajando un gusano su capullo,
la araña, que tejía a toda prisa,
de esta suerte le habló con falsa risa,
muy propia de su orgullo:
«¿Qué dice de mi tela el señor gusano?
Esta mañana la empecé temprano,
y ya estará acabada a mediodía.
¡Mire qué sutil es, mire qué bella!…»
El gusano, con sorna, respondía:
«¡Usted tiene razón; así sale ella!»

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El oso, la mona y el cerdo

Un oso, con que la vida
ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondióle: «Muy mal».

«Yo creo -replicó el oso-
que me haces poco favor.
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿No hago el paso con primor?»

Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto ni verá».

Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto,
hubo de exclamar así:

«Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».

Guarde para su regalo
esta sentencia un autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!

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La zorra y las uvas

Una zorra que dormía bajo una vid se despertó hambrienta y vio sobre su cabeza un hermoso y apetitoso racimo de uvas.

Deseosa de probar aquel dulce y refrescante manjar, la zorra se paró sobre dos patas tratando de alcanzarlas; pero se dio cuenta de que el racimo estaba demasiado alto para alcanzarlo.

Pensó que podría saltar para cogerlo, tomó carrera y dio un gran salto, pero sus patas apenas pudieron rozar las tan deseadas uvas.

Siguió intentándolo varias veces, hasta que rendida, se dio por vencida y se alejó del árbol.

Pero en ese momento notó un pajarillo que había estado observándola todo el tiempo, y sintió vergüenza: ¡aquel pájaro debía pensar que era ridícula e incapaz!

Entonces se dirigió al pajarillo y le dijo:

-Si hubiera querido comerme las uvas las habría alcanzado, pero al saltar me di cuenta de que no están maduras.

Las uvas verdes no son un buen alimento para un paladar tan refinado como el mío.

Y diciendo esto se alejó altanera.

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Las ranas pidiendo rey

Las ranas vivían en el caos y la anarquía, y estaban cansadas de esta situación. Así que mandaron una delegación para pedirle a Zeus, el rey de los dioses, que les enviara un rey.

Zeus, atendiendo su petición, les envió un grueso leño a su charca.

Las ranas se asustaron con el ruido que hizo el leño al caer, y se escondieron entre ramas y piedras. Por fin, al darse cuenta de que el leño no se movía, fueron saliendo de sus escondites. Poco a poco, dada la quietud que reinaba, las ranas comenzaron a despreciar al nuevo rey, brincando sobre él y sentándosele encima, burlándose continuamente.

Al poco se sintieron humilladas por tener un simple leño como monarca, y volvieron a ver a Zeus, pidiéndole que les cambiara al rey, porque éste era demasiado tranquilo.

Entonces Zeus, indignado, les mandó una serpiente de agua muy activa y movediza que, una a una, las atrapó y devoró sin compasión.

La rana y la gallina

Desde su charco, una parlera rana
oyó cacarear a una gallina.
«¡Vaya! -le dijo-; no creyera, hermana,
que fueras tan incómoda vecina.
Y con toda esa bulla, ¿Qué hay de nuevo?»
«Nada, sino anunciar que pongo un huevo».
«¿Un huevo sólo? ¡Y alborotas tanto!»
«Un huevo sólo, sí, señora mía.
¿Te espantas de eso, cuando no me espanto
de oírte cómo graznas noche y día?
Yo, porque sirvo de algo, lo publico;
tú, que de nada sirves, calla el pico».

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La gallina de los huevos de oro – Fabulas infantiles

Un granjero y su esposa compraron una gallina gorda en el mercado del pueblo y la dejaron en el gallinero, junto con las demás gallinas.

Al día siguiente, cuando fueron al gallinero a recoger los huevos, ¡no salían de su asombro al ver que la gallina gorda había puesto un huevo de oro!

La escena se repitió por varios días: el granjero y su esposa iban al gallinero a recoger los huevos, y la gallina gorda había puesto un huevo de oro.

La pareja entonces ideó un plan: pensaron que si mataban a la gallina y le abrían la barriga, iban a poder sacar todos los huevos de oro juntos, sin tener que esperar a que pusiera uno por día.

Pero se llevaron la peor sorpresas de sus vidas cuando abrieron la panza de la pobre gallina y la encontraron vacía.

El granjero y su esposa se arrepintieron por el resto de sus vidas por haber matado a la gallina de los huevos de oro.

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El parto de los montes – Fabulas infantiles

Un día los montes comenzaron a temblar, sacudirse y lamentarse.

Todos los lugareños se asustaron muchísimo al ver a estos montes siempre tan serenos y bonitos, en una actitud tan extraña.

Los montes parecían contraerse y lamentarse, tanto que las parteras del pueblo comenzaron a decir que iban a dar a luz.

Y así las personas que vivían en los alrededores, atemorizadas, fueron viendo durante todo el día cómo los montes se quejaban y temblaban, cada vez más fuerte.

Hasta que al anochecer, se produjo un estruendo tremendo, los montes se abrieron, y de la grieta salió un pequeño ratón.

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El escorpión y la rana – Fabulas infantiles

Una rana estaba descansando a la orilla de un río, cuando ve llegar a un escorpión. La rana se asusta un poco, pero el escorpión se demuestra amigable y le dice:

-Amable rana, ¿podrías ayudarme a cruzar el río llevándome en tu lomo? Te prometo que no te picaré. Si lo hiciera, las dos moriríamos ahogadas.

La rana duda un momento, pero después se deja convencer por la explicación del escorpión. Así que lo hace montar en su lomo y comienza a nadar para atravesar el río. A mitad de camino, la rana siente un tremendo dolor en el lomo y se da cuenta de que el escorpión la ha picado. Ya sintiendo que las fuerzas la abandonan y la muerte se acerca, dice al escorpión:

-¿Cómo has podido hacerme esto? ¡Ahora moriremos los dos!

-No he podido evitarlo, es mi naturaleza- responde el escorpión, mientras se hunde junto con la rana.

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La liebre y la tortuga – Fabulas infantiles

Había una vez una liebre muy pero muy vanidosa; corría veloz como el viento, y estaba tan segura de ser el animal más rápido del bosque, que no paraba de presumir ante todo aquel que se encontraba en su camino. Pero sin duda quien más sufría la vanidad de la liebre era la pobre tortuga: cada vez que se encontraban por el bosque, la liebre se burlaba cruelmente de su lentitud.

-¡Cuidado tortuga, no corras tanto que te harás daño! Le decía entre carcajadas.

Pero llegó un día en que la tortuga, cansada de las constantes burlas de la liebre, tuvo una idea:

-Liebre -le dijo- ¿corremos una carrera? Apuesto a que puedo ganarte.

-¿Tú ganarme a mí?- le respondió la liebre asombrada y divertida.

-Sí, como lo oyes. Vamos a hacer una apuesta y veremos quien gana- dijo la liebre.

La liebre, presumida, aceptó la apuesta sin dudarlo. Estaba segura de que le ganaría sin ni siquiera esforzarse a esa tortuga lenta como un caracol.

Llegó el día pactado, y todos los animales del bosque se reunieron para ver la carrera. El sabio búho fue el encargado de dar la señal de partida, y enseguida la liebre salió corriendo dejando muy atrás a la tortuga, envuelta en una nube de polvo. Pero sin importarle la enorme ventaja que la liebre le había sacado en pocos segundos, la tortuga se puso en marcha y pasito a pasito, a su ritmo, fue recorriendo el camino trazado.

Mientras tanto la liebre, muy confiada en sí misma y tan presumida como siempre, pensó que con toda la ventaja que había sacado podía tranquilamente echarse a descansar un ratito. Se detuvo debajo de un árbol y se recostó a su sombra, y allí se quedó dormida. La tortuga, lentamente pero sin descanso, siguió caminando paso tras paso.

No se sabe cuánto tiempo durmió la liebre, pero cuando se despertó, casi se queda muda de la sorpresa al ver que la tortuga la había pasado y se encontraba a pocos pasos de la meta. La liebre se levantó de un salto y salió corriendo lo más rápido que pudo, pero era tarde: ¡la tortuga ganó la carrera!.

Ese día la liebre aprendió una importante lección: jamás hay que burlarse de los demás ni creer que somos mejores solo porque hacemos muy bien algo. Y también aprendió que la vanidad nos conduce a dar por seguros éxitos que todavía no hemos alcanzado.

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El lobo y la grulla – Fabulas infantiles

Un lobo que estaba comiendo un hueso, de repente se atragantó al quedarle el hueso atravesado en la garganta.

Desesperado, comenzó a correr de aquí para allá pidiendo ayuda.

Se topó con una grulla y le pidió por favor que le ayudara, prometiéndole que la recompensaría por ello.

La grulla accedió y metió su cuello dentro de la boca del lobo, con el pico cogió el hueso y lo extrajo de la garganta del lobo.

Entonces, le pidió su recompensa al lobo; pero éste se alejó riendo mientras le decía:

-La recompensa es que hayas podido sacar tu cabeza de mi boca sin que te comiera.

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El lobo con piel de oveja – Fabulas infantiles

Un lobo que estaba cansado de fracasar al intentar cazar las ovejas de un pastor, un buen día tuvo un plan: se disfrazó cubriéndose con una piel de oveja, y se mezcló con el rebaño para pasar desapercibido.

Tan bueno era su disfraz, que al final del día el pastor lo llevó junto con las demás ovejas al corral, y allí lo encerró.

El lobo estaba feliz, pues finalmente iba a poder comerse a unas cuantas ovejas; estaba a punto de llevar a cabo su plan, cuando entró el pastor al corral: tenía que procurar carne para su familia y venía a escoger una oveja para sacrificar.

Escogió al lobo y lo sacrificó al instante, sin darse cuenta de nada.

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Las mulas y los ladrones – Fabulas infantiles

Dos mulas caminaban cargadas por un camino. Las dos llevaban cargas muy pesadas, una en sus alforjas cargaba grano, y la otra monedas de oro. Pero mientras que la mula que cargaba el grano iba caminando tranquila por el camino, la que llevaba el oro caminaba con la cabeza erguida y la mirada altiva, moviendo su lomo para hacer tintinear las monedas de oro. Estaba orgullosa de haber sido escogida para llevar una carga preciosa, ¡no ese grano tan ordinario!

Pero de repente, desde atrás de unos arbustos en donde se habían escondido, dos ladrones les salieron al camino. Con unos bastones le pegaron a la mula de las monedas de oro hasta dejarla tirada en el suelo, le arrebaraton los sacos de monedas y escaparon a toda velocidad, sin hacer ni caso de la otra mula.

La mula que llevaba el grano ayudó como pudo a la otra a levantarse, y juntas siguieron su camino. ¡La mula del grano estaba muy contenta con su carga ordinaria!

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El elefante y el ratón – Fabulas infantiles

Un día como tantos en la sabana, un gran elefante dormía la siesta. Unos ratoncitos jugaban a las escondidas a su alrededor, y a uno de ellos, que siempre perdía porque sus amigos lo encontraban enseguida, se le ocurrió esconderse en las orejas del elefante. Se dijo:

-A nadie se le ocurrirá buscarme allí, ¡por fin ganaré!

Entonces se escondió, pero sus movimientos despertaron al elefante, que muy molesto pues habían perturbado su sueño, pisó la cola del ratoncito con su enorme pata y le dijo:

-¿Qué haces ratón impertinente? Te voy a aplastar con mi enorme pata para que aprendas a no molestarme mientras duermo.

El ratoncito, asustado, le suplicó llorando:

-Por favor elefante, no me pises. Si me perdonas la vida yo te deberé un favor.

El elefante soltó una carcajada y le respondió:

-Te soltaré solo porque me das lástima, pero no para que me debas un favor. ¿Qué podría hacer un insignificante ratón por mí?

Entonces el elefante soltó al ratón. Sucedió que semanas más tarde, mientras el ratoncito jugaba con sus amigos, se encontró con el elefante atrapado bajo las redes de un cazador. Estaba muy débil porque había luchado mucho para liberarse, y ya no tenía fuerzas para nada más. El ratoncito se puso a roer las cuerdas y después de un rato, logró liberarlo. El elefante le quedó sinceramente agradecido, y nunca más volvió a juzgar a nadie por las apariencias.


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